Apuntes de historia: Los orígenes de la organización política en Mesopotamia

En la actualidad la definición de la palabra Estado tiene multitud de significados y tiene una gran carga ideológica, pero en el Próximo Oriente Antiguo, Estado y monarquía eran prácticamente sinónimos, dado que el Estado se encarnó en la figura de un rey por una mera cuestión de necesidad. El paso desde el Neolítico hasta las primeras sociedades sedentarias supuso la desaparición de lo que se suele denominar como «democracia primitiva» (Frankfort, 1948). Es decir, la propia complejidad que la sociedad fue adquiriendo en Mesopotamia hizo necesaria la concentración del poder en pocas manos, por lo que la monarquía se convirtió en la opción de organización política más interesante. Esta tesis tiene mucho sentido en esta región, no tanto en Egipto, sobre todo por ese miedo al caos existente desde los tiempos más remotos. Así, muchos historiadores han hecho un repaso a las leyendas y a la mitología de los pueblos de Mesopotamia para respaldar esta tesis y se encontraron con el Enûma Elish, un poema de origen babilónico que resume la creación del mundo y el origen mitológico de las monarquías, de hecho traducido del acadio significa «cuando en lo alto». 

La historia es fundamentalmente una narración de la lucha que hay entre el orden y el caos, en este caso personificado en la figura de unos cuantos dioses. En primer lugar estaban Apsu y Tiamat, dioses que encarnan al agua dulce y al agua salada, y que antes incluso de que el cielo y la tierra tuvieran nombre, engendraron a toda una nueva familia de nuevos dioses. Al principio todo sigue igual, Apsu y Tiamat se divierten con su creación, pero después estas nuevas deidades comienzan a molestarlos y se cansan. Deciden aniquilarlos, pero Enki -también llamado Ea o Nudimmud-, uno de estos dioses engendrados, se entera de sus planes y consigue inutilizar a Apsu convirtiéndolo en un agua pantanosa. Tiamat se enfada, se enfada mucho y con la ayuda de su nuevo consorte Kingu, un demonio que encarna a la guerra, se hacen con el control de las tablas del destino. El resto de dioses mediante una asamblea eligen a Marduk como rey y dios protector. En una gran lucha final, Tiamat es derrotada por Marduk a pesar de ser mucho más poderosa. Se puede decir que la inteligencia y la justicia vencieron a la fuerza bruta. 


Tras la batalla, Marduk se ocupa de reorganizar las cosas. En primer lugar se deshace de Tiamat, partiendo sus restos entre el cielo y el mar, creando dos mundos paralelos y el tiempo. Para mantener el orden, Marduk asigna 300 dioses al cielo y 300 dioses a la tierra, pero todavía quedaba un problema ¿Quién iba a trabajar para los dioses? Muy sencillo, Marduk encargará a Enki la creación de unos seres de barro y que cobran vida gracias a la sangre y a los restos del cadáver de Kingu. Su sangre da vida al ser humano, un ser humano que a partir de ese momento estará en la Tierra para servir a los dioses. Pero los seres humanos no eran lo suficientemente trabajadores o al menos no tanto como querían los dioses. Así que Enlil, dios de las tormentas y las tempestades, decide que toda la humanidad perezca bajo un gran diluvio. Solo un ser humano, Utnapishtim, es avisado por Enki por ser bueno y justo. Tras esto, los dioses permiten a los supervivientes -solo Utnapishtim y su mujer- vivir en la Tierra, del mismo modo que se dan cuenta de que el ser humano es imposible de controlar y deciden otorgar las insignias de poder a los monarcas para gobernar en la Tierra -trono, la corona y la barra de poder- (Poema de Gilgamesh).


Como vemos, la mitología lejos de ser un relato fidedigno del pasado sí que nos ofrece una serie de datos muy interesantes sobre los orígenes de las primeras monarquías o reinos en Mesopotamia. En primer lugar porque reflejan el caos y sobretodo, el miedo al caos. Mesopotamia, a diferencia de Egipto, siempre tuvo pánico al caos, principalmente el que ocasionaban las crecidas torrenciales y descontroladas del Tigris y el Eúfrates. De este modo una manera de convencer a la población sobre la fidelidad al rey era vincular estos linajes al orden que se había establecido ya en los tiempos míticos. Desde época sumeria existen tres títulos principalmente vinculados al carácter urbano de estas primeras civilizaciones. Esta En, apelativo de señor y que venía acompañando a los que gobernaban en una ciudad. Luego Lusal, un rey con soberanía en varias ciudades. Y finalmente Ensi, administrador de la tierra cultivable, el que coloca la primera piedra. Solo con la llegada de los grandes imperios, como por ejemplo con los acadios, ejemplo Sargón I se abandonaran esos títulos por otras denominaciones como Rey de las Cuatro Regiones.

Las funciones de la monarquía iban más allá que la de puramente gobernar. Una función muy importante es la de interpretar la voluntad de los dioses, principalmente en la celebración del Akitu, la fiesta del año nuevo que estaba dedicada a la victoria de Marduk sobre Tiamat. También era fundamental la tarea administrativa de la monarquía, ya que en el entorno de estos reyes se crean las primeras burocracias que ordenan la vida de estas comunidades. Por eso, a pesar del carácter mortal de los reyes las monarquías fueron tan duraderas -evidentemente, aun siendo reyes se morían-, porque la población entendía el final de la monarquía como el final de su burocracia y por lo tanto como una vuelta al caos.


El poder de los reyes era ilimitado, al menos si este no rivalizaba con otro rey. De hecho, los reyes mesopotámicos, de manera muy temprana van a tener pretensiones sobre el control universal. Siempre son descendientes de linajes sagrados, independientemente de que hubieran accedido al trono usurpándolo. El monarca es siempre un predestinado, un elegido por los dioses para gobernar al resto de seres humanos. A partir del reinado de Hammurabi se humaniza el concepto del monarca y aparecen nuevos títulos que hacen hincapié en la función del rey también como protector de los débiles. El concepto del «buen pastor» va a implicar una relación entre el monarca y su pueblo. También va apareciendo poco a poco la idea del monarca como guerrero, una imagen que ya en época del apogeo de Asiria se exacerba, y sobre todo una imagen como legislador.

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