Nikolaus Wachsmann, KL: Historia de los campos de concentración nazis, 2015

Auschwitz, Sobibor o Treblinka, son algunos de los nombres que pesan como una losa sobre nuestra historia contemporánea y sobre nuestra conciencia colectiva. Estos nombres son sinónimo de barbarie y destrucción, de crímenes y de muerte. Pero reducir la historia de los campos de concentración nazis a eso sería un gran error, y es ahí donde la obra de Nikolaus Wachsmann nos ofrece una visión desde un amplio telescopio sobre la creación y evolución de estos campos. De hecho, el libro tiene como propósito el trazar una historia de los distintos campos del régimen nazi desde 1933 a 1945, donde además se propone romper varios mitos extendidos no solo sobre la opinión pública, sino también en la propia comunidad de historiadores, en torno a los campos de concentración nazis.



El primer capítulo nos explica la génesis del modelo nazi de campo de concentración, todavía alejado de la forma en centros de exterminio en que se convertirían, pero ya con una impronta cruel e irracional de hacinamiento de todos aquellos que eran considerados enemigos del Estado nazi. Los primeros campos eran, en principio, campos provisionales, y de hecho muchos de ellos se habían establecido sobre instalaciones de diversas índoles, ya fueran viejas fábricas abandonadas o cervecerías. Una buena muestra del nacimiento y evolución improvisada de estos primeros campos fue Dachau, establecido sobre una fábrica destartalada a principios de marzo de 1933, pronto se convertiría en un foco de violencia sobre los disidentes políticos, principalmente comunistas, un lugar de tortura e intimidación e, incluso, en un centro de asesinatos, muchos de ellos disfrazados como suicidios.

En este sentido, la proliferación de campos de concentración a lo largo del Tercer Reich solo se entiende por una serie de detenciones generalizadas que se producen tras el acceso al poder de Adolf Hitler como canciller el 30 de enero de 1930. En cuestión de dos meses, el 5 de marzo de ese mismo año, los nazis habían convertido la República de Weimar en una dictadura en toda regla. Un cambio aplaudido por muchos, pero cuestionado por otros y por ello, el primer objetivo de la política del terror nazi fueron los opositores políticos, principalmente comunistas. Así, como explica Wachsmann, una de las principales herramientas de represión y más flexibles fueron los campos de concentración y, fue gracias a esto, por lo que los campos lograron sobrevivir al año 1934. 


El comandante del campo de Dachau, Theodor Eicke,
se dirige a los prisioneros, 1933 (Bundesarchiv)

Wachsmann plasma en este libro su larga trayectoria de investigación en torno al Tercer Reich y, sobre todo, a sus campos de concentración. El capítulo dos es un resumen de cómo funcionaba, en rasgos generales, el sistema de campos de concentración, abarcando la propia visión de Himmler, cómo era el reclutamiento de la Lager-SS, la vida cotidiana de los presos o qué papel jugó la figura de la mujer en los campos de concentración. Esta configuración, no obstante, fue cambiando a lo largo del tiempo, principalmente con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que supuso un verdadero punto de inflexión para la historia de los campos. De hecho, la invasión de Polonia tuvo como consecuencia la entrada de nuevos habitantes en un sistema ya muy heterogéneo de presos.

Otro aspecto interesante que trabaja el autor en este libro es la deriva que lleva al sistema de campos de concentración a convertirse en una auténtico exterminio en masa. Hoy en día, un camino evidente, pero que en su momento no estaba escrito. De hecho, para que los campos de concentración se acabaran convirtiendo en máquinas de asesinato, se tuvieron que dar una serie de factores tales como; el programa de eutanasia promovido por los nazis antes de que estallara el conflicto y, sobre todo, la brutalización de la guerra con la declaración de guerra a la Unión Soviética. De hecho, ante la gran cantidad de asesinatos que se estaban cometiendo, los líderes de la Lager-SS se vieron obligados a investigar sobre el medio más eficaz para la eliminación sistemática de individuos. Tras las inyecciones y los fusilamientos, en agosto de 1941 tuvo lugar en Auschwitz, la primera prueba de gaseado masivo dentro de un campo de concentración. Bajo la supervisión del jefe de campo, Karl Fritzsch, un pequeño grupo de prisioneros soviéticos fueron gaseados con Zyklon B en una cámara sellada. Ante el «éxito» de la prueba, el comandante del campo, Rudolf Höß, convencido del gran descubrimiento que habían hecho, dio luz verde para trasladar la cámara de gas al lado del crematorio para hacer este proceso mucho más «eficiente».


Uno de los procesos de selección de prisioneros en Auschwitz-Birkenau.

Tras la prueba de la cámara de gas, otros campos adoptarían también este modelo de asesinato, pero siempre fue Auschwitz la referencia del Holocausto para las SS y también para la historiografía. El porqué es evidente, fue allí donde se asesinaron a casi un millón de judíos, y a diferencia de otros campos dedicados exclusivamente al exterminio como Belzec, Sobibor y Treblinka, su infraestructura se mantuvo intacta desde 1942 hasta su liberación en enero de 1945. Paradójicamente, el campo no había sido creado ex profeso para la erradicación del pueblo judío, sino que tuvo múltiples funciones como campo de concentración. Pero desde 1942, su papel en el exterminio será fundamental y judíos procedentes de todo el continente, serán deportados en trenes de la muerte.

El Holocausto y el exterminio de miles de personas acabó por transformar el sistema de los campos de concentración, siendo habituales imágenes como las selecciones, los trabajos forzados, el pillaje y la corruptela. De hecho, en los últimos años de la guerra, pese a la alta tasa de mortalidad, la población de los campos de concentración se multiplicaba a un ritmo alarmante. Las condiciones de vida eran lamentables y la obsesión de Himmler por hacer de sus presos un parte importante de la producción alemana, no hacía más que sumir a estos a un purgatorio de los que pocos iban a poder sobrevivir. En este sentido, Wachsmann dedica todo un capítulo a la relación entre economía y campos de concentración, aunque esto fue más bien un sueño ideal de Himmler que una realidad, puesto que como demuestra el autor, realmente la producción de los campos de concentración nunca llegó a cifras de importancia. Si bien es cierto, que esta obsesión tuvo una gran consecuencia, la multiplicación de los campos a lo largo de todo el territorio ocupado por el Tercer Reich. Cientos de campos secundarios empezaron a establecerse desde 1943, mayoritariamente relacionados con el uso de los presos como mano de obra esclava. Uno de esos campos, Mittelbau-Dora, vinculado a la producción de los cohetes V-2, pasará a la historia por ser uno de los más mortíferos.


Fotografía aérea de Birkenau en septiembre de 1944.

Como explica Wachsmann, con el final de la guerra llegó también el final de los campos de concentración. Un final no menos terrible que la historia precedente. Con los frentes de guerra aproximándose, las condiciones de vida en los campos empeoraron todavía más si cabe, al hambre y la falta de higiene, se sumaron las largas marchas para evitar la captura de los prisioneros por parte de las fuerzas aliadas. Estas marchas mortíferas fueron el punto y final de muchos prisioneros que habían sobrevivido hasta la liberación. Cuando los ejércitos aliados, principalmente británicos y estadounidenses encontraban los campos de concentración se encontraban con escenarios apocalípticos. Prisioneros hacinados en barracones, rodeados de cadáveres, heces y enfermedades. De hecho, muchos de estos prisioneros no sobrevivieron más de unas semanas después de su liberación dado las condiciones en las que se encontraban.

Pero el final de los campos de concentración no llegó con el desalojo de los últimos prisioneros y el cierre de sus verjas. ya que las marcas, tanto físicas como psicológicas, de muchos de los que habían estado allí, les iban a acompañar a lo largo de toda su vida. Gracias al aporte de algunos testimonios, Wachsmann nos muestra como muchos de estos antiguos prisioneros nunca lograron reintegrarse en la sociedad de posguerra, bien por la marginación a la que se vieron sometidos por le Guerra Fría, también por la incapacidad de superar lo que habían padecido allí. 


Liberación del campo de concentración de Mauthausen el 5 de mayo de 1945. Vemos que la pancarta de bienvenida a las fuerzas aliadas está escrita en español, ya que gran parte de los españoles prisioneros en el sistema de los KL estuvieron concentrados en dicho campo.

Lo cierto es que el libro de Wachsmann no es una mera historia de los campos de concentración. Es un trabajo de investigación que critica alguno de los aspectos más polémicos dentro de la historiografía de los campos y del propio Holocausto. Asimismo, en el epílogo se habla de la problemática en torno a la memoria de los KL y la imagen pública que han tenido estos a lo largo de estas últimas décadas, siguiendo la línea que han marcado otros intelectuales como Habermas o Todorov (1). En definitiva, una obra que te ofrece una visión global y crítica de lo que han supuesto los campos de concentración a la historia de la Humanidad.


(1) Cfr. Pasamar, Gonzalo (2003), Los historiadores y el «uso público de la historia»: Viejo problema y desafío reciente. Ayer, (49), 221-248 y Todorov, T. (2008). Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidós.

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