Chil Rajchman, Treblinka, 2014

«Recuérdalo tú y recuérdalo a otros», así empezaba Luis Cernuda su poema 1936 en homenaje a un ex combatiente de la Brigada Lincoln con el que había coincidido en los Estados Unidos. Es muy importante que no olvidemos nuestros pasado y, en este sentido, testimonios como los de Chil Rajchman lejos de ser necesarios por su valor literario o estético, son importantes por lo que cuentan.  De hecho, y aunque resulte paradójico, en los últimos años con la democratización de Internet y el mundo de la información, teorías muy locas como el negacionismo, que prácticamente está al mismo nivel científico que el terraplanismo, parecen ganar adeptos que insultan a la razón. Pero Treblinka no fue un mito, Treblinka fue lamentablemente real, un infierno en la Tierra. El propio autor fue uno de los de los cincuenta y siete supervivientes de ese campo de exterminio, donde según los testimonios y la arqueología se piensa que murieron asesinadas entre 700.000 y 900.000 personas, la mayor parte de ellos judíos. El porcentaje lo dice todo. 


Chil Rajchman nació en Lodz en 1914. Era el mediano de seis hermanos de una familia judía, de los cuales solo dos, entre ellos Chil, sobrevivieron a la guerra. Con la invasión alemana de Polonia en 1939 su familia, por su condición judía, se vio sometida primero a la segregación y después al exterminio. Como el propio Rajchman cuenta en sus memorias, nada más llegar a la estación de Treblinka es separado de su hermana para ya nunca más volver a verla. Y es que por más que se haya tratado sobre el exterminio nazi, son testimonios como este los que te muestran a los niveles de degradación a los que puede llegar el ser humano. Lejos de entrar en todos los detalles que se cuentan en el libro, un relato común que se presenta en el mismo -y que también suele aparecer en la mayoría de estas memorias, como por ejemplo la de Primo Levi-, es la combinación entre suerte y resistencia que posibilitan la supervivencia dentro de un escenario tan dantesco. Particularmente puede estremecer que los asesinos no solo se conformaran con asesinar a miles de prisioneros sin más, sino que utilizaban a otros para los trabajos más desagradables que uno pueda imaginar. El sentimiento enfrentado entre el instinto de supervivencia y las atrocidades que se vivían en el día a día, creaban en muchas ocasiones una sensación de culpa en muchas de las victimas. 

De hecho, tras vivir un año en las más penosas condiciones y conseguir salir de Treblinka  tras un levantamiento en el campo, no es de extrañar que Rajchman sufriera una crisis anímica que le llevó a plantearse incluso el porqué tuvo que sobrevivir. Todavía le quedaba vivir bajo una identidad falsa y escondido en varios lugares de Varsovia hasta la liberación de la ciudad por los rusos el 17 de enero de 1945. Tras la guerra, inició una nueva vida en Uruguay donde formó una familia y ejerció un papel activo en la difusión de sus experiencias en los campos de horror nazis. Sus memorias de Treblinka fueron publicadas por primera vez en 2004, poco después de su muerte, cumpliendo así una de sus últimas voluntades. La edición que aquí se ha leído (Seix Barral) viene acompañada por un epílogo de Vasili Grossman -conocido escritor y periodista ruso por sus testimonios sobre los campos de concentración, el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial- que completa con una visión más técnica el funcionamiento de Treblinka. Como ya hemos comentado, este libro no es de fácil lectura no tanto por su estética sino por su contenido, pero es sin duda una importante fuente escrita de la memoria reciente de la Humanidad, que a pesar de su dureza no debe ser olvidada. Chil Rajchman lo recordó y, también se lo recordó a otros. 

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