Apuntes de historia: El tiempo histórico
¿Qué es el tiempo? Es una de las preguntas que los seres humanos hemos intentado responder desde nuestros propios orígenes. Un problema planteado de Oriente a Occidente, desde la filosofía a la historia pasando por la física, desde la cultura griega hasta el marxismo. Así, más o menos, tras largos años de debate ha existido un acuerdo en entenderlo como una construcción, una categoría de pensamiento que nos ayuda a medir nuestras experiencias, reflexionar sobre nuestra vida y tomar conciencia de los cambios. Aunque desde el siglo XX, la ruptura de la medición del tiempo físico o astronómico por parte de la Teoría de la relatividad de Albert Einstein y también del inicio del uso del tiempo atómico desde 1947 ha acabado por definir un segundo como la duración de 9 192 631 770 oscilaciones de la radiación emitida en la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio (133Cs), a una temperatura de 0K ¡Increíble! (1).
Es decir, tenemos un tiempo físico, que es absoluto, muy útil para el establecimiento de cronologías, aunque nunca se ha conocido como tal y por lo tanto su medición ha ido variando a lo largo del pasado. Pero cuando hablamos de Historia, tenemos que distinguir este tiempo del llamado tiempo histórico que se caracteriza por una ruptura con la linealidad cronológica, con discontinuidades y simultaneidades. Un tiempo que se define por la diferencia de ritmos en la maduración de lo que llamamos procesos históricos. Y para hablar del tiempo histórico hay que citar a Fernand Braudel, destacado miembro de la segunda generación de la Escuela de Annales y principal constructor de este complicado concepto. Para Braudel, el tiempo histórico no era absoluto, existían varios niveles que se intercalaban en determinadas situaciones. En este sentido, entendía tres niveles de tiempo: en primer lugar el tiempo corto, el tiempo cronológico, de la sucesión de acontecimientos concretos. En segundo lugar el tiempo medio o coyuntural, donde nos podemos encontrar sobre todo hechos de naturaleza colectiva u económica. Y finalmente el tiempo largo o estructural, donde se desarrollan los procesos de naturaleza social más compleja, las grandes estructuras que determinan nuestra vida y sociedad (2).
De ahí que otros autores como el propio Pierre Vilar desarrollaran sus trabajos en torno a lo que entendía por historia total. Una historia que venía a asumir los diferentes ritmos y las disincronías de los distintos planos de la vida -políticos, sociales, culturales, jurídicos-, así como la defensa de las causalidades frente a la casualidad -no hay fruto del azar, todo es causa-efecto, la causalidad histórica- (3). Por lo tanto, una Historia basada en la complejidad, en el eterno debate, en una interpretación del pasado nunca completa. Esta tiene que ser una de las cuestiones fundamentales a tener en cuenta a la hora de enseñar Historia.
(1) «Official BIPM definition». BIPM. Consultado el 24/02/2015 <http://www.bipm.org/en/publications/si-brochure/second.html>
(2) Un ejemplo de su planteamiento en: Braudel, Fernand, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica (FCE), 1987 [1949].
(3) Vilar, Pierre, Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Barcelona, Crítica, 1980; Vilar, Pierre, Pensar históricamente. Reflexiones y recuerdos. Barcelona, Crítica, 1997 y Vilar, Pierre, «Crecimiento económico y análisis histórico», en Crecimiento y desarrollo. Barcelona, Crítica, 2001.
Relojes Blandos, Salvador Dalí, 1931
Es decir, tenemos un tiempo físico, que es absoluto, muy útil para el establecimiento de cronologías, aunque nunca se ha conocido como tal y por lo tanto su medición ha ido variando a lo largo del pasado. Pero cuando hablamos de Historia, tenemos que distinguir este tiempo del llamado tiempo histórico que se caracteriza por una ruptura con la linealidad cronológica, con discontinuidades y simultaneidades. Un tiempo que se define por la diferencia de ritmos en la maduración de lo que llamamos procesos históricos. Y para hablar del tiempo histórico hay que citar a Fernand Braudel, destacado miembro de la segunda generación de la Escuela de Annales y principal constructor de este complicado concepto. Para Braudel, el tiempo histórico no era absoluto, existían varios niveles que se intercalaban en determinadas situaciones. En este sentido, entendía tres niveles de tiempo: en primer lugar el tiempo corto, el tiempo cronológico, de la sucesión de acontecimientos concretos. En segundo lugar el tiempo medio o coyuntural, donde nos podemos encontrar sobre todo hechos de naturaleza colectiva u económica. Y finalmente el tiempo largo o estructural, donde se desarrollan los procesos de naturaleza social más compleja, las grandes estructuras que determinan nuestra vida y sociedad (2).
Pierre Vilar
De ahí que otros autores como el propio Pierre Vilar desarrollaran sus trabajos en torno a lo que entendía por historia total. Una historia que venía a asumir los diferentes ritmos y las disincronías de los distintos planos de la vida -políticos, sociales, culturales, jurídicos-, así como la defensa de las causalidades frente a la casualidad -no hay fruto del azar, todo es causa-efecto, la causalidad histórica- (3). Por lo tanto, una Historia basada en la complejidad, en el eterno debate, en una interpretación del pasado nunca completa. Esta tiene que ser una de las cuestiones fundamentales a tener en cuenta a la hora de enseñar Historia.
(1) «Official BIPM definition». BIPM. Consultado el 24/02/2015 <http://www.bipm.org/en/publications/si-brochure/second.html>
(2) Un ejemplo de su planteamiento en: Braudel, Fernand, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica (FCE), 1987 [1949].
(3) Vilar, Pierre, Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Barcelona, Crítica, 1980; Vilar, Pierre, Pensar históricamente. Reflexiones y recuerdos. Barcelona, Crítica, 1997 y Vilar, Pierre, «Crecimiento económico y análisis histórico», en Crecimiento y desarrollo. Barcelona, Crítica, 2001.
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