Apuntes de historia: Historia de Roma. El camino hacia el principado (VI)
Tras la retirada y posterior muerte de Sila, fue Cneo Pompeyo quién tomo el relevo de sus políticas en pro de la salvación de la res publica. De hecho, el Senado le entregó el mando de un ejército para que personalmente acabara con el primero, de una serie de levantamientos , protagonizados por algunos detractores de Sila y sus políticas. En este caso la revuelta estuvo liderada por Marco Emilio Lépido, padre del luego triunviro con el mismo nombre, que en Etruria había conseguido reunir a un buen numero de soldados y opositores a las políticas de Sila. Pompeyo acabó rápidamente con la rebelión y, los pocos partidarios de Lépido que no murieron, se dirigieron hacia Hispania donde se había forjado la mayor revuelta antisilana bajo el mando de Quinto Sertorio.
Sertorio, un viejo conocido de la política romana, había servido bajo las órdenes de Cayo Mario en Numidia y en la guerra contra los cimbrios. Por tanto, durante la guerra Social y el ascenso de Sila a la dictadura se mostró contrario a este, hasta tal punto de proclamarse procónsul de la Hispania Citerior en el año 82. Durante diez años plantó cara a los ejércitos mandados por Sila en un primer momento y, después, a las expediciones comandadas por Quinto Cecilio Metelo y Cneo Pompeyo. En el año 72 cuando muchas de las ciudades de la Hispania Citerior ya se habían sometido Pompeyo, una conspiración interna en el bando sublevado acabará por asesinar a Sertorio, que se convertirá en una figura bastante controvertida para los propios historiadores romanos.
Prácticamente al mismo tiempo que Pompeyo acababa con los últimos focos insurrectos en Hispania, se iniciaba en la Campania una de las revueltas de esclavos más conocidas de la historia de Roma. Todo comenzó con una fuga de esclavos en una escuela de gladiadores en la ciudad de Capua en el año 73. No eran muchos, unos 70 hombres. Pero sí muy peligrosos, pues eran hombres entrenados para los juegos de gladiadores y, por lo tanto, conocedores del arte de la guerra. En este motín había una cabeza que sobresalía de las demás y que se convertiría en una figura casi legendaria, Espartaco, un esclavo de origen tracio que había luchado para Roma como parte de sus tropas auxiliares. Tras su deserción, fue atrapado y como extranjero fue convertido en esclavo. Su fuerza y complexión física llamó la atención de un mercader que decidió comprarlo para venderlo posteriormente a una escuela de gladiadores. Como hemos dicho, en el año 73 encabezó una revuelta de un puñado de esclavos que, poco a poco, y gracias a la pasividad de las fuerzas romanas se extendió por buena parte del sur de Italia. De hecho, la reacción de Roma fue tardía y cuando quisieron reaccionar, Espartaco tenía un ejército bastante numeroso, capaz incluso de atacar la ciudad. Para evitarlo, el Senado encargo a Marco Licinio Craso el mando sobre un ejército para hacer frente a la rebelión. Pese a los buenos resultados, Craso fracasó en el intento de derrotar por completo a Espartaco y en ese momento, un victorioso Pompeyo, recién llegado de Hispania, acabará con los últimos hombres del ejército de Espartaco. Cuenta la historia tradicional que el cuerpo de Espartaco nunca se encontró, pero los pocos supervivientes de la batalla del Río Silario (71) fueron crucificados a lo largo de la Vía Apia en el tramo entre Roma y Capua.
Así pues, llegamos al año 70 con el consulado de los dos hombres más fuertes de Roma en aquellos momentos, Cneo Pompeyo y Marco Licinio Craso. El primero, cada vez más popular entre el pueblo, se ganaba poco a poco la desconfianza entre los miembros optimates del Senado. El segundo, siempre bajo la sombra de Pompeyo, intento aprovechar el ejercicio del consulado para aumentar su popularidad. Lo cierto es que, a pesar de su rivalidad, el consulado fue fructífero en cuanto a las medidas reformistas. En primer lugar, mediante la Lex Aurelia se vuelve a recuperar la importancia que tenía el Tribuno de la Plebe en la política romana previa a la reforma silana. Asimismo, para evitar un nuevo conflicto con los aliados itálicos, se buscó la integración real de estos en la política romana.
Tras el consulado fue Cneo Pompeyo quién acaparó varios poderes extraordinarios y al mismo tiempo que acrecentaba su figura, solucionaba algunos de los asuntos pendientes en la política exterior de Roma. En primer lugar, en el año 67 la Lex Gabinia le otorgó el mando de un importante flota para acabar con los piratas que operaban en el Mediterráneo oriental y con la que también aseguraba su próximo paso en la frontera oriental de Roma. Ya que en el año 66, aprovechando la continuación de la guerra en el Ponto, la Lex Manilia concedió a Pompeyo el procónsulado en Cilicia, Asia y Bitinia, por lo tanto, dándole un poder fundamental en las tropas que combatían a Mitrítades VI del Ponto. En este sentido, la guerra en el Ponto fue una excusa para que Pompeyo moviera sus ejércitos por todo el Levante mediterráneo, ocupando buena parte del mismo. De hecho, no solo acabaría por anexionarse el Ponto, sino que reorganizaría toda la región con la creación de nuevas provincias y volviendo a Roma en el año 62 como el hombre más poderoso.
Y lo cierto es que si bien en la práctica Pompeyo era el hombre más poderoso de toda Roma, durante su ausencia de la ciudad había perdido muchas de las clientelas políticas que lo mantenían en el poder, sumando las hostilidades que despertaba en buena parte de los miembros del Senado. Adorado en los territorios que había conquistado en el Este, donde Pompeyo era tratado casi como un emperador, en Roma no era capaz ni de convencer al Senado para que ratificara sus asentamientos. Todo esto, le condujo en el año 60 a buscar alianzas con otros hombres como él, poderosos pero con una serie de limitaciones de cara a conseguir sus deseos futuros. Los compañeros de este interesado viaje de Pompeyo fueron por un lado, Marco Licinio Craso, uno de los hombres más ricos de Roma pero, como hemos visto anteriormente, deseoso de conseguir prestigio y poder político. Y por otro lado, Cayo Julio César, el menos experimentado y rico de los tres, interesado en ganar posiciones de cara a su elección como cónsul en el año 59. Esta alianza no oficial, conocida por la historiografía como Triunvirato, será para muchos historiadores y observadores coetáneos, el principio del fin de la República romana.
El acuerdo, que no es una completa toma del poder, básicamente funcionó como una unión de esfuerzos, recursos y contactos para ir alcanzando sus metas. Y, a pesar de que muchas veces no lograron sus propósitos, al menos sí que consiguieron alcanzar sus objetivos más directos. De hecho, Julio César fue nombrado cónsul en el año 59 con un mando militar con el que partió a la Galia y en donde permanecería durante casi diez años sin pasar por Roma. Por otro lado, Pompeyo consiguió la ratificación de los acuerdos en Oriente y la creación de colonias en Italia para sus veteranos de guerra. Del mismo modo, Craso consiguió una rebaja en el precio de los arrendamientos que el Estado le proporcionaba en las provincias orientales.
Pero a partir del año 55 la estabilidad del triunvirato se empieza a derrumbar. Por un lado, la marcha de Craso a Siria en la guerra contra los partos dejó uno de los sillones del pacto vacío, pues en una humillante derrota el propio Craso fue capturado y decapitado. De hecho, su cabeza fue enviada como trofeo para el rey parto que la utilizó como decorado junto con los estandartes ceremoniales del ejército romano. Por otro lado, en Roma una serie de disturbios callejeros obligaron a la oligarquía senatorial a llegar a un acuerdo con Pompeyo, el único triunviro presente en la ciudad, mediante el cuál es nombrado cónsul único en el año 52 para estabilizar la situación y además, contrarrestar el poder de Julio César en la Galia. Evidentemente, esto no gustó a Julio César que veía como Pompeyo intentaba evitar que accediera al consulado una vez acabado su mandato en la Galia. No entendiendo otra salida que la confrontación, César se negó a ceder su mandato y en el año 49 eligió la vía militar para imponer su postura en el célebre paso del río Rubicon con todo su ejército. Muchos de sus partidarios de Roma se reunieron con él, otros junto con Pompeyo decidieron salir de Roma y luchar contra César desde sus bases en los territorios orientales.
Esta nueva guerra civil se prolongó durante cuatro años con una primera fase en la que Julio César fue nombrado dictador y dirigió sus esfuerzos en acabar personalmente con los apoyos a Pompeyo en Hispania. Una vez sometido toda la parte occidental del territorio romano, con el mandato de cónsul, en el año 48 decidió partir hacia Grecia donde Pompeyo se refugiaba con sus tropas. Allí, en la batalla de Farsalia, las fuerzas pompeyanas fueron derrotadas y poco después, cuando trataba de refugiarse en Egipto, Pompeyo murió asesinado. A pesar de su muerte, Julio César tuvo que luchar dos años más para derrotar a sus enemigos romanos en África e Hispania. A su regreso a Roma (46), César celebró su triunfo tanto sobre los enemigos exteriores, exhibiendo al galo Vercingétorix o a la hermanastra de Cleopatra, como sobre los enemigos internos, mostrando pinturas del momento de la muerte de miembros del bando pompeyano como Catón o Metelo Escipión. Y aunque todavía quedaban focos contrarios al ascenso de Julio César, como Sexto (el hijo de Pompeyo) que todavía tenía un ejército de unas seis legiones en Hispania, este tenía prácticamente el poder absoluto en Roma, por lo que pudo hacer frente a una serie de reformas que intentaban al mismo tiempo que reparar las fracturas de la guerra, acabar con los conflictos sociales desde abajo.
Un programa de reformas, que a pesar de la escasa presencia de Julio César en la ciudad, pretendía tener un calado tan importante como la reforma silana. Por un lado, aumentó el número de senadores de 600 a 900, con ello lograba introducir en el Senado nuevos miembros afines a su persona. Además, limitó sus funciones convirtiéndolo en un órgano de carácter consultivo y realizó una importante reforma territorial con la creación de nuevas provincias. En materia económica, realizó una importante reforma monetaria con un nuevo sistema de equivalencias. Del mismo modo, en el plano social sus dos mayores propuestas fueron la colonización y el otorgamiento de la ciudadanía romana, principalmente en las provincias que comprendían la Galia e Hispania. De entre todas ellas, hay una reforma de Julio César que todavía tiene una consecuencia directa en nuestras vidas, la reforma del calendario. Un calendario Juliano que introdujo el sistema occidental de la medida del tiempo con la ayuda de especialistas que conoció en Alejandría.
Pese a las reformas y a la política de reconciliación -clementia- llevada a cabo por Julio César, pronto los partidarios del regreso de la República ganaron fuerza entre algunos sectores del Senado que, conjurados con antiguos partidarios de Pompeyo, como Bruto o Casio, lograron asesinar a Julio César en los idus de marzo (15 de marzo) del 44 a.e.c. Y si bien para los conjurados el asesinato del «tirano» significaba la vuelta de la República, veremos que la historia no se conjugó con su deseo.
Tras el consulado fue Cneo Pompeyo quién acaparó varios poderes extraordinarios y al mismo tiempo que acrecentaba su figura, solucionaba algunos de los asuntos pendientes en la política exterior de Roma. En primer lugar, en el año 67 la Lex Gabinia le otorgó el mando de un importante flota para acabar con los piratas que operaban en el Mediterráneo oriental y con la que también aseguraba su próximo paso en la frontera oriental de Roma. Ya que en el año 66, aprovechando la continuación de la guerra en el Ponto, la Lex Manilia concedió a Pompeyo el procónsulado en Cilicia, Asia y Bitinia, por lo tanto, dándole un poder fundamental en las tropas que combatían a Mitrítades VI del Ponto. En este sentido, la guerra en el Ponto fue una excusa para que Pompeyo moviera sus ejércitos por todo el Levante mediterráneo, ocupando buena parte del mismo. De hecho, no solo acabaría por anexionarse el Ponto, sino que reorganizaría toda la región con la creación de nuevas provincias y volviendo a Roma en el año 62 como el hombre más poderoso.
Y lo cierto es que si bien en la práctica Pompeyo era el hombre más poderoso de toda Roma, durante su ausencia de la ciudad había perdido muchas de las clientelas políticas que lo mantenían en el poder, sumando las hostilidades que despertaba en buena parte de los miembros del Senado. Adorado en los territorios que había conquistado en el Este, donde Pompeyo era tratado casi como un emperador, en Roma no era capaz ni de convencer al Senado para que ratificara sus asentamientos. Todo esto, le condujo en el año 60 a buscar alianzas con otros hombres como él, poderosos pero con una serie de limitaciones de cara a conseguir sus deseos futuros. Los compañeros de este interesado viaje de Pompeyo fueron por un lado, Marco Licinio Craso, uno de los hombres más ricos de Roma pero, como hemos visto anteriormente, deseoso de conseguir prestigio y poder político. Y por otro lado, Cayo Julio César, el menos experimentado y rico de los tres, interesado en ganar posiciones de cara a su elección como cónsul en el año 59. Esta alianza no oficial, conocida por la historiografía como Triunvirato, será para muchos historiadores y observadores coetáneos, el principio del fin de la República romana.
El acuerdo, que no es una completa toma del poder, básicamente funcionó como una unión de esfuerzos, recursos y contactos para ir alcanzando sus metas. Y, a pesar de que muchas veces no lograron sus propósitos, al menos sí que consiguieron alcanzar sus objetivos más directos. De hecho, Julio César fue nombrado cónsul en el año 59 con un mando militar con el que partió a la Galia y en donde permanecería durante casi diez años sin pasar por Roma. Por otro lado, Pompeyo consiguió la ratificación de los acuerdos en Oriente y la creación de colonias en Italia para sus veteranos de guerra. Del mismo modo, Craso consiguió una rebaja en el precio de los arrendamientos que el Estado le proporcionaba en las provincias orientales.
Pero a partir del año 55 la estabilidad del triunvirato se empieza a derrumbar. Por un lado, la marcha de Craso a Siria en la guerra contra los partos dejó uno de los sillones del pacto vacío, pues en una humillante derrota el propio Craso fue capturado y decapitado. De hecho, su cabeza fue enviada como trofeo para el rey parto que la utilizó como decorado junto con los estandartes ceremoniales del ejército romano. Por otro lado, en Roma una serie de disturbios callejeros obligaron a la oligarquía senatorial a llegar a un acuerdo con Pompeyo, el único triunviro presente en la ciudad, mediante el cuál es nombrado cónsul único en el año 52 para estabilizar la situación y además, contrarrestar el poder de Julio César en la Galia. Evidentemente, esto no gustó a Julio César que veía como Pompeyo intentaba evitar que accediera al consulado una vez acabado su mandato en la Galia. No entendiendo otra salida que la confrontación, César se negó a ceder su mandato y en el año 49 eligió la vía militar para imponer su postura en el célebre paso del río Rubicon con todo su ejército. Muchos de sus partidarios de Roma se reunieron con él, otros junto con Pompeyo decidieron salir de Roma y luchar contra César desde sus bases en los territorios orientales.
Esta nueva guerra civil se prolongó durante cuatro años con una primera fase en la que Julio César fue nombrado dictador y dirigió sus esfuerzos en acabar personalmente con los apoyos a Pompeyo en Hispania. Una vez sometido toda la parte occidental del territorio romano, con el mandato de cónsul, en el año 48 decidió partir hacia Grecia donde Pompeyo se refugiaba con sus tropas. Allí, en la batalla de Farsalia, las fuerzas pompeyanas fueron derrotadas y poco después, cuando trataba de refugiarse en Egipto, Pompeyo murió asesinado. A pesar de su muerte, Julio César tuvo que luchar dos años más para derrotar a sus enemigos romanos en África e Hispania. A su regreso a Roma (46), César celebró su triunfo tanto sobre los enemigos exteriores, exhibiendo al galo Vercingétorix o a la hermanastra de Cleopatra, como sobre los enemigos internos, mostrando pinturas del momento de la muerte de miembros del bando pompeyano como Catón o Metelo Escipión. Y aunque todavía quedaban focos contrarios al ascenso de Julio César, como Sexto (el hijo de Pompeyo) que todavía tenía un ejército de unas seis legiones en Hispania, este tenía prácticamente el poder absoluto en Roma, por lo que pudo hacer frente a una serie de reformas que intentaban al mismo tiempo que reparar las fracturas de la guerra, acabar con los conflictos sociales desde abajo.
Un programa de reformas, que a pesar de la escasa presencia de Julio César en la ciudad, pretendía tener un calado tan importante como la reforma silana. Por un lado, aumentó el número de senadores de 600 a 900, con ello lograba introducir en el Senado nuevos miembros afines a su persona. Además, limitó sus funciones convirtiéndolo en un órgano de carácter consultivo y realizó una importante reforma territorial con la creación de nuevas provincias. En materia económica, realizó una importante reforma monetaria con un nuevo sistema de equivalencias. Del mismo modo, en el plano social sus dos mayores propuestas fueron la colonización y el otorgamiento de la ciudadanía romana, principalmente en las provincias que comprendían la Galia e Hispania. De entre todas ellas, hay una reforma de Julio César que todavía tiene una consecuencia directa en nuestras vidas, la reforma del calendario. Un calendario Juliano que introdujo el sistema occidental de la medida del tiempo con la ayuda de especialistas que conoció en Alejandría.
Pese a las reformas y a la política de reconciliación -clementia- llevada a cabo por Julio César, pronto los partidarios del regreso de la República ganaron fuerza entre algunos sectores del Senado que, conjurados con antiguos partidarios de Pompeyo, como Bruto o Casio, lograron asesinar a Julio César en los idus de marzo (15 de marzo) del 44 a.e.c. Y si bien para los conjurados el asesinato del «tirano» significaba la vuelta de la República, veremos que la historia no se conjugó con su deseo.
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