Apuntes de historia: Historia de Roma. La creación del Imperio Romano (VII)

Cayo Octavio se encontraba realizando unas maniobras militares en Apolonia cuando murió asesinado Julio César. Les unía un parentesco familiar aunque no directo, pues era su tío-abuelo, pero César había ejercido como su protector desde que este tenía cuatro años e incluso lo había adoptado. Tenía poca experiencia militar y ninguna en el mundo de la política, pero cuando conoce el testamento de su tío, dio un primer paso para asumir sus poderes y su cargo cambiándose de nombre por el de Cayo Julio César Octaviano. De este modo en un primer momento lo que buscó Octavio era ennoblecerse del carisma que seguía al nombre de Julio César y, al mismo tiempo, tantear el terreno con una serie de entrevistas con los antiguos colaboradores de César para calcular sus fuerzas. Uno de ellos era Marco Antonio, proveniente de una familia plebeya, pero con un gran prestigio tras haber participado en las campañas militares junto a Julio César en la Galia y en la guerra civil. Tras el asesinato de César, Marco Antonio se presentó como uno de sus sucesores aunque sabía que Octavio le disputaría el poder. Para ello, Antonio intentó cambiar su mando sobre la Macedonia por un mandato en la Galia Cisalpina que le permitiría estar más cerca de Roma. Pero la negativa de Décimo Junio Bruto Albino, que en ese momento administraba la provincia, obligó a Marco Antonio a intentar tomarla por la vía militar.



El paso de Antonio fue aprovechado por Octaviano para presentarse ante el Senado como el verdadero salvador de Roma. Con el apoyo de los veteranos del ejército de César, logró presionar al Senado para que le concediera imperium y un mando extraordinario como propretor, al mismo tiempo que declaraban a Marco Antonio como hostis rei publicae. En un enfrentamiento en Mutina -hoy Módena- en el año 43, el ejército de Antonio es derrotado y acabó por refugiarse en la Galia Narbonense junto con Marco Emilio Lépido. Por otro lado, la muerte de los dos cónsules en la batalla y la reacción de Octaviano para reclamar la victoria frente a Décimo Bruto, aumentó el recelo de los miembros del Senado que vieron las intenciones de Octavio cuando este les obligó al otorgamiento del consulado. De este modo, muchos de los enemigos de César y partidarios de los conjurados huyeron de Roma para reunirse con Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino que en ese momento dominaban algunas de las provincias orientales (Grecia, Macedonia y Siria).

En una encrucijada y en una posición bastante delicada, Octaviano promovió una ley para castigar a los conjurados contra César (Lex Paedia) con la que consiguió una tregua con otros partidarios de César como Marco Antonio y Lépido. De hecho, este acercamiento provocó un acuerdo para crear una magistratura de carácter extraordinario, Triumviri Rei Publicae Constituendae Consulari Potestate. Un nuevo triunvirato, esta vez no de índole privado sino abalado públicamente por el Senado con una vigencia de cinco años (Lex Titia, 43). Mediante este acuerdo, el territorio romano fue dividido en tres áreas de influencia, cada una gobernada por uno de los triunviros. La Galia Cisalpina quedó bajo el dominio de Marco Antonio, la Galia Narbonense y las provincias de Hispania para Lépido, y finalmente para Octaviano quedó el mandato de la provincia de África, Cerdeña y Sicilia. En este periodo las fuerzas del triunvirato se ocuparon de neutralizar a los enemigos políticos al mismo tiempo que pugnaban por ganar más poder militar y político frente a sus compañeros de magistratura.



El primer movimiento de los triunviros fue el enfrentamiento directo contra las tropas de Casio y Bruto. Con un ejército comandado por Marco Antonio y Octaviano, en dos duras jornadas en la batalla de Filipos (42), el ejército leal a los conjurados salió derrotado y, como ya hicieran otros enemigos de César, tanto Casio como Bruto se suicidaron. Su muerte descabezó a las fuerzas contrarias a la política del triunvirato y también provocó un nuevo reparto territorial entre los miembros del triunvirato. En este sentido, Marco Antonio vivió su momento de mayor éxito, pues la victoria en Filipos se le atribuyó en buena medida a su persona y no a Octaviano, que en una primera jornada había salido derrotado por las fuerzas de Bruto. De este modo, Marco Antonio iba a pasar a gobernar sobre la Galia Cispalpina y las provincias orientales, Octaviano se quedaba con las provincias de Hispania y la Narbonense y, para Lépido quedaba la provincia de África. Poco a poco, Marco Antonio y Octaviano iban aumentando su dominio a costa del triunviro más débil, Lépido, que se alejaba de la hegemonía del poder en Roma.



En este sentido, la presencia de Octaviano en Roma será  determinante para su ascenso a princeps, pues en el año 41 ante una revuelta de descontentos con el régimen cerca de la ciudad, el único triunviro disponible para su apaciguamiento fue el propio Octavio. De hecho, en el año 40 cuando se renueva el pacto del triunvirato, Lépido ya había perdido toda su influencia y el propio Octavio lo excluye del tratado, siendo el nuevo reparto una división entre las provincias orientales para Marco Antonio y las provincias occidentales para Octaviano. A partir de ese momento, Octavio se preocupará de acabar con el último reducto de la resistencia anticesariana liderara por uno de los hijos de Pompeyo, Sexto Pompeyo. De este modo, en la batalla de Nauloco (36) la flota de Marco Vipsanio Agripa, uno de los principales generales y colaboradores de Octaviano, aplastó a los barcos de Sexto Pompeyo que murió en su huida. Tras la victoria, la política de Octavio giró en torno a dos líneas. En primer lugar, emprendió desde el Senado una potente campaña de desprestigio a la figura de Marco Antonio, considerándolo un traidor a la patria tras su unión con Cleopatra VII de Egipto. En contraste, los colaboradores de Octaviano desarrollaron lo que hoy podemos llamar como propaganda política, pues se presentó a Octavio como el verdadero protector de Roma y su república, el benefactor de la plebe, acercándolo a una figura casi divina.



La tensión entre Marco Antonio y Octavio llegará a su punto culminante en el año 31, cuando sus ejércitos y flotas se enfrenten en la batalla de Accio (Actium) en Grecia. La indiscutible victoria de las fuerzas de Octavio, obligó a Marco Antonio a refugiarse en Egipto donde terminaría por suicidarse junto a Cleopatra. De este modo, la desaparición de ambos supuso por un lado, el acaparamiento de Octavio de todos los poderes del triunvirato en su persona y, por otro lado, el final de la independencia de Egipto con la muerte de su última monarca, pues a partir de ese momento se convirtió en una provincia romana. Desde ahí, las actuaciones de Octavio fueron dirigidas a consolidar su poder y poco a poco ir liquidando el poder de la República. De hecho, desde el año 31 después de la victoria de Accio hasta el año 23 ejerció de cónsul único sin interrupción, al mismo tiempo que en el año 27 es nombrado Augusto y Princeps Autorictas (el primero). En el año 23 renuncia al consulado a cambio de su nombramiento como princeps vitalicio con todos los poderes tanto la tribunitia potestas (el poder del Tribuno de la Plebe) como el imperium proconsulare (de carácter militar y extraordinario). Con la muerte de Lépido en el año 13, ahora ya César Augusto asumió el único poder que no estaba en sus manos, el de Pontifex Maximus. Finalmente, ya en el año 2 después de Cristo, recibió el título de Pater Patriae simplemente como reconocimiento honorífico.

Desde la primera gran crisis de la República con el gobierno de los Graco, fueron casi más de cien años de un proceso de descomposición que acabó con la acaparación de los poderes por parte de César Augusto, antes Octavio. Pero esto, no significó la desaparición completa de las instituciones y magistraturas republicanas, ya que existió un singular ordenamiento administrativo doble entre los poderes republicanos y los poderes del príncipe, aunque evidentemente todo ello estuvo bajo el último control del princeps. Entre el ordenamiento republicano nos encontramos en un primer lugar con el Senado, que no desaparece pero desde Augusto estará bajo el control de los emperadores. Otras magistraturas como la de tribuno de la plebe, el consulado o la propia edilidad pierden su razón de ser. Del mismo modo, los comicios tradicionales se mantienen pero bajo el control del príncipe. Por otro lado, en torno al ordenamiento del principado quedan dependientes todos la mayoría de los oficios de Roma, Italia y el resto de provincias romanas, así como la administración financiera con el control de los impuestos a provinciales no ciudadanos -tributum soli, por la propiedad de la tierra y, tributum capitis por cada persona- y los impuestos indirectos a los ciudadanos por distintas tareas -aerium populi romani, en Italia y provincias, aerium militare, fiscus caesaris en las provincias imperiales-.



El periodo de construcción del régimen imperial no fue solo intenso en cambios políticos sino también en una activa política exterior. De hecho, César Augusto aprovechó el final de las guerras civiles para asegurar las fronteras del territorio romano. Por un lado, procuró continuar con la política de establecimiento de reinos asociados en las fronteras orientales para hacer frente al peligro del Imperio parto. En la parte occidental, tras una serie de violentas campañas consiguió pacificar la frontera en Hispania con el sometimiento de cántabros y astures en el 25 antes de Cristo. Del mismo modo, creó dos nuevas provincias al norte de Europa (Retia y Norico) para controlar los cursos altos del Rin y el Danubio, así como la conquista y anexión de Mesia y Tracia que consolidaba el río Danubio como frontera natural frente a los pueblos bárbaros. Podemos decir que en torno al año 6 d.C. las fronteras romanas del norte de Europa se mantuvieron intactas hasta, por lo menos, la crisis del siglo III. 

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