Albert Speer, Memorias, 2002 (1969)
Las memorias son un tipo de fuente muy interesante para la labor del historiador, siempre y cuando se tengan en cuenta las características de dicho género, ya que como memorias entendemos un libro o relación escrita en que el autor narra su propia vida o acontecimientos de ella. Una vez dicho esto, muchos han sido los historiadores y curiosos sobre la historia de la primera parte del siglo XX que se han preguntado qué había dentro de las cabezas de los jerifantes nazis o cómo pudieron dirigir al mundo a unos niveles de crueldad nunca conocido hasta entonces. Preguntas con una difícil respuesta.
Para añadir un poco de información a este tipo de cuestiones, podemos recurrir a las memorias de Albert Speer publicadas en 1969, tras pasar 20 años en la prisión de Spandau por su controvertida condena en los Juicios de Nuremberg de 1946. Y digo controvertida, porque a pesar de haber estado vinculado a la figura de Hitler como su arquitecto desde finales de los años 20, y a partir de 1942 como Ministro de Armamento y Guerra hasta el final de la guerra, se salvó de la horca. Algunos autores dicen por su arrepentimiento durante los juicios, otros porque intentó frenar la guerra mucho antes de su final poniendo en peligro su integridad física, es un tema todavía discutido.
Aquí, más allá de los debates, vamos a hablar de sus memorias. Unas memorias que salieron a la luz prácticamente en los años 70, cuando la memoria de la Segunda Guerra Mundial y de la Alemania Nazi «parecía» enfriarse. Momento probablemente bastante idóneo para enseñar al mundo su visión dulcificada de lo que había supuesto el régimen nazi y en concreto la figura de Adolf Hitler. Una visión compatible con la voluntad de parte de la población alemana de posguerra de hacer borrón y cuenta nueva. Los juicios de Nuremberg, la desnazificación, la partición del territorio alemán en dos, ya habían pagado por sus errores. La rápida implantación de la dinámica de la Guerra Fría tras el final de la Segunda Guerra Mundial, propició las campañas de amnistía y liberación de antiguos nazis -como estaba sucediendo con viejos fascistas en Italia-. Los años de olvido, fueron sucedidos por los años del enfriamiento de la memoria, una memoria que las jóvenes generaciones que no habían vivido ese periodo querían conocer.
En este sentido, en los años setenta surgen dos corrientes -todo esto de manera muy resumida-, una corriente historiográfica profesional consecuente con el triste pasado alemán, y otra corriente revisionista promovida por antiguos nazis y simpatizantes, amantes de la conformidad social. Esta es una cuestión que irá más allá de los años setenta y que desembocará en la ya famosa Historikerstreit (1) -Querella de los historiadores-. Es en este contexto donde tenemos que entender estas memorias. Unas memorias con cierto carácter autoabsolutorio, no en vano estaban escritas durante su estancia como reo en la prisión de Spandau, y donde nos ofrece por un lado sus experiencias como arquitecto profesional y más tarde como Ministro para el III Reich, y por otro lado la visión «morbosa» de sus vivencias junto a Hitler, Bormann o Göring. Para algunos historiadores, estas memorias sirvieron para minimizar su resposabilidad en el desarrollo del régimen nazi, donde reiteraba en numerosas ocasiones su desconocimiento voluntario acerca del Holocausto. De hecho, tras su muerte se descubrieron documentos firmados por el mismo Speer, donde se autorizaba el envío de material al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, donde se hacía referencia explicita sobre los hornos crematorios y las torres de vigilancia (2).
A mi personalmente, como aprendiz de historiador, siempre me han interesado las autobiografías y memorias de este periodo de la historia. Ya que la primera mitad del siglo XX supuso para la historia del mundo Occidental un verdadero cambio de paradigma, la ruptura del mundo del progreso construido durante el siglo XIX, que la Primera Guerra Mundial barre y que la Segunda Guerra Mundial transforma por completo, en esos treinta años, prácticamente dos generaciones, el cambio fue de blanco a negro.
*La versión aquí utilizada: Albert Speer, Memorias, Barcelona, Acantilado, 2002.
(1)Para completar una imagen de la importacia de dicho acontecimiento en el panorama historiográfico véase: Ignacio Peiró Martín, «La era de la memoria: reflexiones sobre la historia, la opinión pública y los historiadores», en Memoria y Civilización, 7 (2004), pp. 243-294; Gonzalo Pasamar Azuria, «Los historiadores y el "uso público de la historia": viejo problema y desafío reciente», en Ayer, 49, pp. 221-248.
(2)Valentino Paolo, «Cade la maschera di Speer "Fu complice della Shoah"», Corriere della Sera, 24 mayo 2005.
Para añadir un poco de información a este tipo de cuestiones, podemos recurrir a las memorias de Albert Speer publicadas en 1969, tras pasar 20 años en la prisión de Spandau por su controvertida condena en los Juicios de Nuremberg de 1946. Y digo controvertida, porque a pesar de haber estado vinculado a la figura de Hitler como su arquitecto desde finales de los años 20, y a partir de 1942 como Ministro de Armamento y Guerra hasta el final de la guerra, se salvó de la horca. Algunos autores dicen por su arrepentimiento durante los juicios, otros porque intentó frenar la guerra mucho antes de su final poniendo en peligro su integridad física, es un tema todavía discutido.
Aquí, más allá de los debates, vamos a hablar de sus memorias. Unas memorias que salieron a la luz prácticamente en los años 70, cuando la memoria de la Segunda Guerra Mundial y de la Alemania Nazi «parecía» enfriarse. Momento probablemente bastante idóneo para enseñar al mundo su visión dulcificada de lo que había supuesto el régimen nazi y en concreto la figura de Adolf Hitler. Una visión compatible con la voluntad de parte de la población alemana de posguerra de hacer borrón y cuenta nueva. Los juicios de Nuremberg, la desnazificación, la partición del territorio alemán en dos, ya habían pagado por sus errores. La rápida implantación de la dinámica de la Guerra Fría tras el final de la Segunda Guerra Mundial, propició las campañas de amnistía y liberación de antiguos nazis -como estaba sucediendo con viejos fascistas en Italia-. Los años de olvido, fueron sucedidos por los años del enfriamiento de la memoria, una memoria que las jóvenes generaciones que no habían vivido ese periodo querían conocer.
En este sentido, en los años setenta surgen dos corrientes -todo esto de manera muy resumida-, una corriente historiográfica profesional consecuente con el triste pasado alemán, y otra corriente revisionista promovida por antiguos nazis y simpatizantes, amantes de la conformidad social. Esta es una cuestión que irá más allá de los años setenta y que desembocará en la ya famosa Historikerstreit (1) -Querella de los historiadores-. Es en este contexto donde tenemos que entender estas memorias. Unas memorias con cierto carácter autoabsolutorio, no en vano estaban escritas durante su estancia como reo en la prisión de Spandau, y donde nos ofrece por un lado sus experiencias como arquitecto profesional y más tarde como Ministro para el III Reich, y por otro lado la visión «morbosa» de sus vivencias junto a Hitler, Bormann o Göring. Para algunos historiadores, estas memorias sirvieron para minimizar su resposabilidad en el desarrollo del régimen nazi, donde reiteraba en numerosas ocasiones su desconocimiento voluntario acerca del Holocausto. De hecho, tras su muerte se descubrieron documentos firmados por el mismo Speer, donde se autorizaba el envío de material al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, donde se hacía referencia explicita sobre los hornos crematorios y las torres de vigilancia (2).
A mi personalmente, como aprendiz de historiador, siempre me han interesado las autobiografías y memorias de este periodo de la historia. Ya que la primera mitad del siglo XX supuso para la historia del mundo Occidental un verdadero cambio de paradigma, la ruptura del mundo del progreso construido durante el siglo XIX, que la Primera Guerra Mundial barre y que la Segunda Guerra Mundial transforma por completo, en esos treinta años, prácticamente dos generaciones, el cambio fue de blanco a negro.
*La versión aquí utilizada: Albert Speer, Memorias, Barcelona, Acantilado, 2002.
(1)Para completar una imagen de la importacia de dicho acontecimiento en el panorama historiográfico véase: Ignacio Peiró Martín, «La era de la memoria: reflexiones sobre la historia, la opinión pública y los historiadores», en Memoria y Civilización, 7 (2004), pp. 243-294; Gonzalo Pasamar Azuria, «Los historiadores y el "uso público de la historia": viejo problema y desafío reciente», en Ayer, 49, pp. 221-248.
(2)Valentino Paolo, «Cade la maschera di Speer "Fu complice della Shoah"», Corriere della Sera, 24 mayo 2005.
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