Apuntes de historia: La Primera Guerra Mundial y el periodo de entreguerras
Si
bien el periodo previo a 1914 estuvo caracterizado por una tensa
situación internacional, ni los peores augurios pudieron prever un
conflicto de las dimensiones que se alcanzaron en la Primera Guerra
Mundial. Incluso cuando Austria ya había declarado la guerra a
Serbia, muchos pensaban que el conflicto no iba a extenderse y ni
mucho menos prolongarse en el tiempo. Desde 1871 no se había
desarrollado ningún gran conflicto en Europa y los conflictos
militares se habían localizado principalmente en las colonias. Desde
el mismo momento que estalló el conflicto, la historiografía ha
intentado explicar las razones por las que la guerra se volvió
inevitable. Lo cierto es que los orígenes de la Gran Guerra han
generado una gran cantidad de publicaciones y muchas de ellas parecen
acordar que no hay un único factor determinante. ¿Cómo el
asesinato de un archiduque en una ciudad de los márgenes de Europa
pudo ser el detonante del mayor conflicto conocido hasta el momento?
La respuesta no es única.
Por
ejemplo, la política de alianzas era un sistema de relaciones
diplomáticas que se había iniciado desde la proclamación del
Imperio alemán por parte de su canciller Bismark. La Weltpolitik
estaba dirigida a construir un espacio para Alemania en el ámbito
internacional, y los distintos sistemas de alianzas y pactos que
formó jugaron un papel muy importante en este sentido. El problema
vino cuando ese sistema diplomático, que al mismo tiempo había
provocado la creación de contraalianzas, se volvió estable. Aunque la estabilidad de esas alianzas, principalmente la formada por
Alemania y Austria-Hungría, y la que vinculaba a Francia y Rusia, no
había sido un problema hasta finales del siglo XIX, ya que el
equilibrio de fuerzas parecía evitar un posible conflicto. Pero, con
la entrada del Reino Unido al lado de Francia y Rusia este equilibrio
se rompió. Y es que Reino Unido nunca había visto en Prusia un
potencial enemigo, hasta el proceso de unificación y la proclamación
del Imperio alemán, que rompió el equilibrio europeo establecido en
el Congreso de Viena de 1815 y ponía en peligro su empresa colonial.
Durante las crisis marroquíes, por ejemplo, el Reino Unido no dudo
en ponerse del lado francés ante las exigencias alemanas.
Los
problemas territoriales iban más allá de las colonias,
Alemania había conquistado Alsacia y Lorena a Francia en el año 71
y los Balcanes eran un auténtico polvorín a punto de estallar tras la
desintegración del Imperio Otomano. No en vano, entre 1912 y 1913 se
desarrollaron dos guerras balcánicas con las grandes potencias como
observadoras. La crisis del Imperio Otomano era un fantasma que los
grandes imperios centrales querían evitar. Austria-Hungría, con un
serio problema con la configuración de su Estado multinacional,
ocupó administrativamente Bosnia a finales del siglo XIX, y ya en
1908 pasó a ser una ocupación militar del territorio intentando
demostrar ser la potencia hegemónica de la región. La rivalidad
nacional y la tensión que generó la carrera imperialista provocó
que las principales potencias aumentaran sus presupuestos
militares. Nadie quería un conflicto a gran escala, pero la
guerra ruso-japonesa de 1905 había demostrado a las grandes
potencias europeas que había que estar preparados. El sentimiento
nacionalista exaltado podía ser además un gran aliado para
conseguir, al menos durante un tiempo, cierta estabilidad social, en
unos momentos donde las clases más desfavorecidas reclamaban una
ampliación de los derechos políticos y sociales. De hecho, el
socialismo sufrió una de sus grandes crisis por motivo del pacifismo
e internacionalismo que lo definían.
De
este modo, volviendo a la pregunta que nos hacemos al principio,
parece absurdo buscar un culpable único al origen del conflicto, más
cuando fue la propia situación general la que condujo a un desastre
que antes o después tenía que pasar. Por lo que parece, fue
cuestión de que una de las potencias dentro de los sistemas de
alianzas no diera su brazo a torcer ante un pequeño conflicto.
Sintetizando, para que la declaración de guerra de Austria a Serbia
el 28 de Julio de 1914 se convirtiera en un conflicto a nivel
mundial, se tuvieron que dar una serie de factores entre los
que podemos destacar; por un lado, la conformación progresiva de un
sistema de alianzas antagónico tras la desaparición de la vida
política de Bismarck en 1890. Por otro lado, la ruptura del
equilibrio internacional fomentado no sólo por la unificación de
Alemania e Italia, sino por el auge de las políticas imperialista y
expansionistas, que adoptaron el colonialismo como una nueva fase de
la configuración nacional. Esto trajo una serie de conflictos
territoriales, tanto en suelo colonial como por ejemplo con las
crisis marroquíes (1906 y 1911), como en las guerras balcánicas
(1912-1913) tras la desintegración progresiva del Imperio Otomano en
Europa Oriental. Respecto al factor económico, si bien tuvo
importancia en tanto en cuanto el desarrollo capitalista había
exigido a los Estados a ampliar sus fronteras para adquirir materias
primas y nuevos mercados, no fue un factor decisivo pues la guerra,
debido a que en la era imperialista, la fusión entre política y
economía era ya una realidad.
Sea
como fuere, prácticamente un mes después del asesinato del
archiduque en Sarajevo y tras un ultimatum, Austria declaró la
guerra a Serbia. Rusia fue la primera gran potencia en responder
movilizando a sus tropas al día siguiente. Le siguió Alemania que
mandó un ultimatum a Rusia para paralizar su movimiento de tropas.
Petición que fue rechazada y por lo tanto, Alemania declaró la
guerra a Rusia. También Francia y Reino Unido en poco días estaban
involucrados en el conflicto. Se configuraba así un bando conformado
por Alemania y Austria-Hungría, y otro conocido conocido como la
Triple Entente formado por Rusia, Francia y Reino Unido a la que por
razones obvias se unió Serbia. Al comienzo de la guerra pocos
altos mandos de ambos bandos habrían imaginado una guerra de cuatro
años. Alemania, por ejemplo, tenía una gran confianza en el
conocido Plan Schlieffen, que consistía en evitar las
fortificaciones de la frontera francesa invadiendo Bélgica, y por
medio de un rápido ataque a la retaguardia llegar a París. Una vez
derrotada Francia se podrían centrar todas las tropas en el extenso
frente oriental contra Rusia. Pero lo cierto es que el plan fracasó.
Si bien se invadió Bélgica y las tropas alemanas consiguieron
adentrarse en territorio francés -a unos 70 kilómetros de París-,
la llegada de contingentes británicos paralizaron el frente. A partir
de ese momento y hasta el final de la guerra, el frente occidental se
convirtió en una auténtica guerra de trincheras donde se
calcula que más 13 millones de personas perdieron la vida. En el
frente oriental, en cambio, el frente no se paralizó y las tropas
alemanas consiguieron adentrarse en territorio ruso.
El
equilibrio de la guerra de desgaste o guerra de trincheras en el
frente occidental no se rompió ni siquiera con el cambio en la
composición de las distintas alianzas, ya que la Triple Entente
compró a Italia para participar en la guerra a su favor a cambio de
los conocidos territorios irredentos y, por otro lado, Bulgaria y el
Imperio Otomano se unieron al lado de los imperios centrales. La
situación en los Balcanes y en el frente oriental era muy favorable
a las fuerzas de los imperios centrales, y en el frente occidental la
situación de equilibrio solo se rompió con la llegada de las tropas
estadounidenses en 1918 tras su entrada en la guerra un año antes.
De hecho, 1917 fue un año clave para el desenlace de la
guerra. En Rusia, después de casi tres años de guerra, las
derrotas militares del ejército zarista habían despertado el
descontento popular y el sentimiento antibelicista. En febrero
(marzo) de ese año estalló en Petrogrado (hoy San Petersburgo) una
serie de revueltas populares que se extendieron a otros puntos del
país. En pocos días, la situación se hizo insostenible y la falta
de apoyo por parte del ejército obligó al zar Nicolas II a tomar la
decisión de abdicar. A partir de ese momento se formó un gobierno
provisional de carácter liberal, al mismo tiempo que los
bolcheviques ganaban fuerza como poder político paralelo. Y si bien
la opinión pública pedía por el final de la guerra, el gobierno
provisional insistía en mantener a las tropas en el frente. La
ofensiva Kérenski, que recibió el nombre del primer ministro del
gobierno provisional Alexandr Kérenski, fue un rotundo fracaso. La
moral de las tropas estaba por los suelos y tras los acontecimientos
de Febrero muchos de los soldados optaron por la deserción. Tras la
Revolución de Octubre, los bolcheviques lograron hacerse con
el poder y a finales de año firmaron el armisticio con los alemanes,
de manera que Rusia quedó fuera de la guerra. En marzo de 1918 se
firmó la paz entre la Unión Soviética y los imperios centrales con
grandes pérdidas territoriales para los primeros. A partir de
entonces, Alemania y los imperios centrales podían centrar todas sus
tropas en el frente occidental y probablemente esto podía haber
resultado decisivo para una victoria de no haber sido porque también
en 1917, Estados Unidos declaró la guerra a Alemania por una
supuesta violación de la neutralidad marítima. La entrada de
Estados Unidos supuso un soplo de aire fresco para los Aliados no
solo porque tenían a su disposición una industria prácticamente
ilimitada de bienes y material bélico, sino porque desde principios
del año 18 llegaban cada mes unos 300.000 soldados estadounidenses
al frente occidental.
El
ritmo de llegada de las tropas americanas al frente occidental y el
alto desgaste económico y social de la guerra después de casi
cuatro años, marcó la última fase del conflicto, pues la
mayoría de los generales alemanes sabían que la única oportunidad
de ganar la guerra era un ataque exitoso para romper el frente lo
antes posible. El general alemán Ludendorff planificó una gran
ofensiva en la primavera de 1918 de relativo éxito durante sus
primeras semanas, pese al gran coste para sus tropas, ya que un
cuarto de las tropas murió en los combates, y estamos hablando de
más de un millón de hombres involucrados en la operación. Y a
pesar de que la ofensiva desplazó el frente a unos 120 kilómetros
de París, no alcanzó su objetivo de lograr una rendición francesa.
Además, la respuesta de los Aliados fue respondida en verano con una
gran ofensiva por parte de un mando conjunto entre ingleses,
franceses y americanos, donde las tropas de refresco de estos últimos
acabaron por determinar el combate. Ya en agosto de 1918 el Alto
Mando alemán sabía que no se podía ganar la guerra, ya que al
mismo tiempo sus aliados sufrían numerosas derrotas; Bulgaria no
pudo soportar la presión de las tropas francesas en Macedonia, el
Imperio Otomano se desintegraba al mismo tiempo que los británicos
tomaban la mayor parte de sus territorios en Mesopotamia y Palestina,
de la misma manera que Austria-Hungría sufría su primera gran
derrota en Vittorio Veneto frente a los italianos. En noviembre –la
Revolución de Noviembre– un motín de marineros en Kiel se
extendió por toda Alemania en forma de revuelta popular, lo que
precipitó la abdicación del emperador que huyó a Holanda. El
gobierno de transición firmó rápidamente el armisticio el 10 de
noviembre de 1918, la Gran Guerra había terminado.
Antes
de hablar de las consecuencias directas de la guerra, muchas de ellas
obvias, hay que echar la vista atrás para comprobar lo que había
cambiado la situación social y política en Europa y también en el
resto del mundo. La primera cuestión que llama la atención es el
final del viejo orden, porque si bien la nobleza ya era una clase
decadente a principios de siglo XX, todavía tenían un importante
poder político y económico en Europa. Pero es que después del
conflicto los tres grandes imperios europeos que quedaban en pie
-Rusia, Alemania y Austria-Hungría- habían desaparecido. Su caída
se debió no sólo al propio resultado de la guerra sino a la presión
de la «sociedad de masas».
De hecho, un movimiento popular era el que había tirado por los
suelos los 300 años de historia de la familia Romanov en Rusia, como
también en Alemania precipitaron el final de la guerra con la huída
de Guillermo II. Los movimientos sociales reclamaban su
posición como fuerza política y los viejos partidos liberales
tuvieron que enfrentarse a nuevos partidos como los socialistas,
comunistas, católicos, nacionalistas y también fascistas. Es más,
fascismo y
comunismo nacieron en la Primera Guerra Mundial y fue en el
propio de periodo de entreguerras cuando se fueron configurando como
grandes protagonistas del siguiente conflicto.
La
Gran Guerra se distinguió del resto de conflictos desarrollados
hasta ese momento por el alto número de muertes. Según
algunos cálculos aproximados se cree que más de 16 millones de
personas murieron tanto en los combates como en la retaguardia. La
gran brecha que generó la guerra en la demografía de muchos países creó un gran impacto social con miles de personas desamparadas.
Además de las bajas, una de las caras que más impacto de la guerra
fue la imagen de miles de veteranos heridos y lisiados de regreso del
frente. La propia cultura que se creó a partir de los veteranos
de guerra en países como Alemania o Italia tendrá una gran
importancia para entender la formación de movimientos políticos
como el fascismo. Por otro lado, las pérdidas materiales y
económicas fueron devastadoras, ningún país europeo se salvó de la crisis económica después de la guerra, desapareciendo el
concepto ideal burgués en torno al progreso. El final de los
grandes imperios cambió el mapa europeo por completo con la
creación de más de una decena de nuevos países. La mayoría de
estos países, de Europa del Este y los Balcanes, tenían como
objetivo evitar los problemas que habían ocasionado las minorías étnicas en Estados como el Imperio austro-húngaro, pero lo cierto es
que la mayoría de ellos volvieron a tener problemas muy parecidos.
De hecho, salvo Checoslovaquia, la mayoría de estos nuevos Estados
tuvieron una evolución política muy compleja acabando gobernadas
por opciones de carácter totalitario y conservador. La razón no
solo fue la problemática de las nacionalidades sino el miedo entre
las clases medias de la difusión de las ideas de la Revolución
Bolchevique de 1917 en Rusia.
Las
condiciones de paz impuestas por los vencedores fueron uno de
los grandes condicionantes que marcaron el llamado periodo de
entreguerras. La Conferencia de París (1919) respondía a los
aspectos considerados como causantes de la guerra y también a las
consecuencias de esta, como por ejemplo el derrumbamiento de buena
parte de los regímenes tradicionales en Europa, la explosión de los
nacionalismos o el obligado debilitamiento de Alemania. Se redactaron
cinco tratados independientes para cada uno de los países implicados. Seguramente el más conocido fue el Tratado de
Versalles firmado con Alemania. En él se establecía el pago de
una gran cuantía de indemnizaciones de guerra, considerándola como
la verdadera causante del conflicto, la reducción de su ejército y
flota de guerra, la pérdida de todas sus colonias, la
desmilitarización de la región de Renania, así como pérdidas
territoriales -Alsacia y Lorena y el corredor marítimo polaco que
dividía Prusia en dos-. El Tratado de Saint Germain establecía el
final de Austria-Hungría como imperio, pasando a tratar a Austria
como un estado independiente, de la misma manera que Hungría por el
Tratado de Trianon. Del antiguo territorio imperial, nacieron nuevos
Estados con el problema de las multinacionalidades sin resolver. El
Tratado de Neuvilly impuesto a Bulgaria le obligaba a ceder buena
parte de sus territorios, la Tracia Inferior a Grecia y Macedonia a
la recién creada Yugoslavia. Finalmente, el Tratado de Sevres
firmado con Turquía liquidaba todos los territorios más allá de la
península de Anatolia, sentando los cimientos de la futura reforma
del Estado turco a manos de Mustafá Kemal, Atatürk.
Tradicionalmente
se ha definido el periodo de entreguerras (1919-1939) como un
tiempo de paz entre dos grandes conflictos pero lo cierto es que
fueron dos décadas de una gran conflictividad política y social, y
que explican en buena medida su desenlace en una nueva guerra. Todo
ello a pesar de la creación de la Sociedad de Naciones,
fundada en 1920 en Ginebra como parte de las propuestas de Wilson
para la posguerra. Los primeros pasos de la institución fueron un
presagio de la poca utilidad práctica que a la hora de la verdad
tuvo este organismo para dirimir los conflictos de una manera
pacífica. De hecho, entre los 34 paises miembros desde su inicio, no
se encontraban ni Estados Unidos, ya que el propio Senado había
rechazado su entrada, ni tampoco Alemania o Rusia, que durante estos
años estuvieron marginadas completamente de la política
internacional. De este modo, solo fue capaz de resolver pequeños
conflictos fronterizos entre potencias menores, pero nada hizo cuando
Japón invadió Manchuria en 1931 o Italia atacó Abisinia en 1935.
La Sociedad de Naciones demostró ser una organización sin contenido
y con una falta total de autoridad. Uno de los grandes problemas de
la política internacional nada más acabar la guerra fue la
situación de Alemania. Tras un final de guerra absolutamente
desastroso, la nueva República de Weimar tuvo que lidiar durante sus
primeros años de vida no solo con las luchas políticas internas
surgidas de la caída abrupta del emperador y la Revolución de
Noviembre, sino también con la presión internacional, sobre todo
por parte de Francia, para hacer frente a las indemnizaciones. De
hecho, el golpe de Estado de Kapp en marzo de 1920 puso contra las
cuerdas al gobierno de Weimar, que solo gracias a la huelga general
promovida por los sindicatos -entre ellos el KPD- se consiguió
hacerlo fracasar. La contrapartida fue que a la paralización de la
producción, le siguió la ocupación de las tropas francesas del
Rühr para cobrar en especie el pago de las indemnizaciones. Por lo
que a la humillación de las renuncias territoriales se le sumaba la
ocupación militar de su territorio.
La
actitud francesa fue criticada por sus aliados, desde Gran Bretaña y
los Estados Unidos, por ejemplo, eran más partidarios de una
negociación de los pagos alemanes, ya que la represión para
mantener a una Alemania debilitada podría generar una inestabilidad
social peligrosa tanto por el estallido de una revolución de
carácter proletario, todavía con el fantasma de la Revolución Rusa
presente, como por un golpe de corte conservador y autoritario, como fue el caso del Putsch de Múnich de 1923 encabezado por Adolf Hitler y Erich Ludendorff. De
este modo, a la tensa situación de la primera posguerra le siguió
un pequeño periodo de concordia formalizado principalmente en 1924
con el Plan Dawes, un intento desde los Estados Unidos para organizar
el pago de las indemnizaciones con importantes inversiones en
Alemania, y con los Acuerdos de Locarno en 1925 donde se reconocían
las fronteras impuestas en Versalles y, por lo tanto, se sentaban las
bases de una relación diplomática menos tensa. De hecho, a partir
de 1926 se entró en una fase de distensión internacional,
seguramente provocada por una cierta recuperación económica, donde
países como Alemania y la Unión Soviética volvieron, al menos momentáneamente, a la escena internacional con su entrada en la
Sociedad de Naciones. De todas maneras, la recuperación económica
fue efímera ya que el 24 de octubre de 1929, el conocido como Jueves
Negro, se vivió una brutal caída del valor de las acciones en la
Bolsa de Nueva York provocado por un exceso de ventas de las mismas.
La pérdida del valor de las acciones ocasionó que miles de
inversores y ahorradores quisieran sacar sus ahorros de los bancos,
pero estos no pudieron hacer frente a tal cantidad de demanda. La
consecuencia directa fue la depresión económica, conocida como la
Gran Depresión o
la crisis del 29, que afectó no solo a los Estados Unidos sino
también a todos los países que estaban conectados económicamente
con ellos, es decir, prácticamente el resto del mundo capitalista y
en especial Europa.
Entre
1929 y 1933 la producción y el comercio internacional se hundieron a
cifras previas a la Primera Guerra Mundial. El descenso de la
producción tuvo como consecuencia más directa el despido de miles
de trabajadores que pasaron a engrosar unas altísimas cifras de
desempleo, en unas sociedades muy pocos trabajadores contaban con
seguros de desempleo. El impacto social de este aspecto fue
verdaderamente notable, pues todo el mundo tiene en la cabeza las
imágenes de enormes filas de personas esperando en los comedores de
la beneficencia o de desempleados en las puertas de los centros
industriales. Y si bien Estados Unidos se vio afectado por ser el
centro de la crisis, al tratarse del mayor exportador e importador
del mundo, extendió el retroceso económico a los límites
fronterizos de la sociedad capitalista. Uno de los países más
afectados muy Alemania. Por un lado, por la debilidad de la economía
alemana provocada no solo por las consecuencias de la guerra, sino
por la voluntad de los aliados, especialmente de Francia, de mantener
a una Alemania debil. Y, por otro lado, por la fuerte dependencia
que, el despertar económico alemán de mediados de la década de los
veinte, tenía del capital americano desde la activación del Plan
Dawes en 1924. No fue sorprendente, por lo tanto, que los efectos de
la crisis del 29 tuvieran consecuencias prácticamente inmediatas en
el panorama político. A nivel mundial, muy pocos gobiernos que
estaban en el poder en 1929 lograron mantenerse en pie tras el paso
de la depresión. De hecho, salvo en los países escandinavos y en
España –con su éfimera y malograda república–, hubo un
importante giro a la derecha que no solo tumbó gobiernos, sino que
en algunos casos, transformó regímenes enteros. El caso de Alemania
es probablemente el más espectacular, con el ascenso del nazismo y
la liquidación de la República de Weimar. De este modo, si la
Primera Guerra Mundial había supuesto el golpe final al viejo orden,
la crisis económica del 29 hundió al liberalismo político y
económico. Nunca hasta ese momento se habían cuestionado de manera
tan clara los valores e ideales liberales y democráticos nacidos de
la Revolución Francesa, como por ejemplo el rechazo a gobiernos
autoritarios, el respeto a los sistemas constitucionales con
gobernantes y asambleas representativas libremente elegidos, la
libertad de expresión, etcétera. De hecho, si bien a principios de
la década de los veinte el régimen liberal parlamentario era
general en la mayoría de los Estados que conformaban el mapa
europeo, a finales de los treinta, estos solo se mantenían intactos
en Gran Bretaña, Irlanda, Suiza, Francia y los países nórdicos. El
resto sucumbieron de una forma o de otra a regímenes de carácter
totalitario.
Por
lo tanto, esta última etapa del periodo de entreguerras
estuvo marcada en primer lugar, por el final del sistema económico y
político liberal con respuestas muy dispares. Una respuesta fue el
comunismo, que desde la Revolución Bolchevique de 1917 en Rusia
llevaba funcionando de una forma paralela al sistema capitalista y
que, con la llegada de la crisis del 29, se presentó como una
alternativa real pues parecía inmune al derrumbamiento económico.
Otra respuesta fue la socialdemocracia, como una respuesta moderada entre el capitalismo reformado y los movimientos obreros no
comunistas. La tercera opción fue el fascismo, que como movimiento
político tuvo sus orígenes en la cultura de la Primera Guerra
Mundial, pero fue gracias a la crisis económica cuando se convirtió
en un auténtico fenómeno de masas. Con los casos ejemplares de el fascismo italiano de Mussolini o el nacionalsocialismo en Alemania. Es más, como hemos visto, otra
de las grandes características de este periodo fue la convulsión
social de grandes masas de obreros y desempleados movilizados por la
gran crisis económica. Curiosamente, la crisis económica sirvió
para debilitar las filas de la izquierda revolucionaria en la mayoría
de los países europeos, al mismo tiempo que la derecha radical
aumentaba su fuerza, ocasionando la crisis de las democracias
liberales desde mediados de la década de los 20. Por lo que desde
1931 se fueron abriendo poco a poco las puertas para el estallido de
un nuevo conflicto mundial.
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