Apuntes de arte: El Arte Clásico: Grecia (I)
Muchos historiadores apuntan hoy a la cultura griega como la madre de la civilización occidental. De hecho, en el caso concreto del arte, los modelos artísticos griegos así como su estilo arquitectónico han servido de referencia hasta la actualidad. Es más, de Grecia partieron conceptos tan fundamentales para el arte y la cultura occidental como son el humanismo o los cánones clásicos de belleza. Además, hay que añadir que el arte griego no surgió de la nada, antes de que los griegos ocuparan el espacio geográfico que hoy comprende Grecia, otros pueblos ya habían habitado en el territorio. Primero la civilización minoica -desde su centro principal en Creta- y, después el pueblo micénico, habían creado un importante intercambio cultural con otras culturas del Mediterráneo. Pero, en torno al siglo XI antes de Cristo esta última civilización se derrumba al mismo tiempo que unos nuevos habitantes construyeron lo que se conoce como la Hélade. Estos pueblos de habla griega se establecieron a lo largo de toda Grecia, las islas del Mar Egeo y la costa de Asia Menor y tras un primer periodo de contracción de la producción artística, ya a principios del siglo VIII se configura como un importante movimiento artístico y cultural.
La cronología del arte griego ocupa prácticamente desde finales del siglo IX antes de Cristo hasta mediados del siglo II de la misma Era, cuando cae la última de las polis griegas bajo el dominio de la República romana. Normalmente se divide en cuatro los grandes periodos del arte griego. Un primer periodo denominado como prearcaico, desde los siglos IX al VIII, con dos fases bien diferenciadas: la fase geométrica y la fase orientalizante. Está caracterizado por tratarse de una época de escasa producción artística y de la cual tampoco hay muchas fuentes para su estudio. Un segundo periodo denominado arcaico, que se desarrolló aproximadamente desde los siglos VII/VI hasta mediados del siglo V antes de Cristo. Momento en el cual se forja la cultura y el arte griego con dos corrientes fundamentales; la dórica -formalista, con tendencia a lo simbólico y abstracta en lo decorativo, así como más proporcional- y la jónica -más natural y sensible, con un mayor interés por la riqueza ornamental de la tradición oriental y un sentido más esbelto de las proporciones-. La característica fundamental del arte de este periodo es que se trata de un arte de transición, un arte propio de un periodo convulso en la historia de la Hélade. Por ejemplo, las esculturas de estos años sufrieron una importante evolución desde modelos más orientales (Egipto o Mesopotamia) hasta figuras con rasgos griegos más definidos con dinamismo, expresividad e individualismo.
El tercer gran momento es el periodo clásico, entre los siglos V y IV antes de Cristo. Seguramente la época de mayor esplendor del arte griego que coincidió con la expansión de los griegos a lo largo del Mediterráneo occidental. La corriente más decorativa viene representada por el orden corintio y, es en estos años, cuando la escultura alcanza su máxima expresión, reflejado por un humanismo radical donde el hombre era siempre el centro de todos las representaciones -Mirón, Polícleto o Fidias, entre otros-. Las formas de las figuras son realistas y dinámicas. La última fase de este periodo conecta con el último de los grandes momentos del arte griego, el Helenismo. Tradicionalmente se ha puesto como punto de inicio de esta fase la muerte de Alejandro Magno (323 antes de Cristo) y, como final, la conquista total de Grecia por parte de Roma en el 146 aC. Estos siglos se definen como un momento de crisis y cambio. El Helenismo se extiende más allá de las fronteras de Grecia, teniendo grandes focos de producción en los territorios conquistados por Alejandro; Egipto, Mesopotamia o incluso Persia. La arquitectura se convierte en colosal y la escultura abandona los cánones de equilibrio del periodo clásico, derivando prácticamente en un expresionismo radical.
De este modo, a pesar de que hay numerosas fases y momentos diferenciados, sí que podemos hablar de unas características generales que definieron al arte griego. En primer lugar el humanismo, el gran tema del arte griego es el ser humano y fue la referencia tanto en su forma como en su medida para las creaciones artísticas -principalmente en pintura y escultura, pero también en arquitectura-. En segundo lugar, el ideal clásico de belleza, que de la misma manera está protagonizado por el hombre -proporción, armonía, simetría, naturaleza, movimiento y expresión-. En tercer lugar, de manera general, el arte griego se caracteriza por su gran calidad técnica. Asimismo, otra cuestión importante para los griegos fue su concepción del espacio. El espacio era para los griegos el punto de encuentro con el exterior, el lugar donde se construían sus edificios y el lugar donde se exhibían sus esculturas. Por lo tanto, para los griegos fue muy importante el estudio de las dimensiones de un edificio y la manera de encajar dicha construcción en su entorno. De hecho, a diferencia de otras civilizaciones, el tamaño de los edificios debía ser proporcional a la medida de los hombres. Así pues, los griegos tenían un profundo sentido de la funcionalidad de la arquitectura y adaptaron sus edificios a la actividad para la que estaban pensados. Podríamos decir que de un modo u otro el urbanismo nació también con los griegos, ya que las polis, como paradigma de la ciudad-estado, requerían de una serie de recintos urbanos para la vida pública. Los griegos, además, supieron aunar en sus ciudades la triple función -militar, económica y estética- de sus construcciones, con un modelo que, por otro lado, se acabó exportando por todo el Mediterráneo occidental con la fundación de las primeras colonias griegas desde el siglo VI.
De este modo, conociendo la importancia que tenía para los griegos su concepción del espacio, no es difícil de entender que una de las disciplinas artísticas más importantes para ellos fuera la arquitectura y dentro de ella, el templo fue la construcción por antonomasia. Su función era principalmente la de albergar la imagen -generalmente escultura- de las divinidades. Por ello sus dimensiones eran reducidas, ya que no estaban pensados para ser punto de reunión de los fieles. Con unos orígenes vinculados al megarón micénico, eran construcciones de planta rectangular, con una sala central -naos o cella-, donde estaba la imagen de la divinidad, y un pórtico o vestíbulo -pronaos-. A veces, podía estar complementado con pórtico trasero o santuario -opistodomos-. Todo el conjunto estaba edificado sobre unas gradas y en torno a un pórtico columnado -perístilo- que puede estar rodeado parcial o totalmente por columnas; próstilos si solo hay columnas en una de las fachadas, anfipróstilos si hay columnas en dos fachadas o perípteros si las columnas rodean todo el templo. Además, tradicionalmente se han clasificado los templos según el número de columnas; tetrástilo (4), exástilo (6), octástilo (8) o decástilo (10). Poco frecuentes eran los templos de planta circular, denominados tholos.
La arquitectura griega se caracterizó por ser arquitrabada con un uso generalizado de piedra y mármol. El soporte principal fue la columna -basa, fuste y capitel- y en función de su forma y del entablamento, podemos hablar de tres órdenes distintos. En primer lugar el dórico. El orden más antiguo, sobrio y robusto. Se alza sobre una escalinata de cuyo último peldaño -estilóbato- parte la columna sin basa, de fuste estriado con estrías de arista viva y capitel con tres molduras. Sobre la columna descansa el entablamento, que consta de tres partes -arquitrabe, friso y cornisa-. El arquitrabe descansa directamente y es una banda horizontal lisa. El friso está constituido por triglifos -bandas verticales- y metopas -recuadros decorados-. La cornisa es volada. Sobre el entablamento, descansa el tejado de vertiente a dos aguas, con el frontón decorado. Uno de los mejores ejemplos del dórico es el Partenón de Atenas, construido por orden de Pericles en la Acrópolis, fue realizado por Ictinos y Calícrates, con la decoración por parte de Fidias. Por otro lado, el orden jónico es más esbelto. Tiene una aparición algo más tardía, sobre el siglo VI antes de Cristo. La columna tiene basa, fuste acanalado y capitel en forma de volutas. El entablamento es de menor altura y el arquitrabe está formado con tres bandas lisas en resalte. El friso tiene una decoración continua en relieve y la cornisa presenta una decoración más rica que el estilo dórico. Sus mejores ejemplos están representados también en la Acrópolis de Atenas, en este caso en el Erecteion, donde destaca la tribuna de las cariátides. Finalmente, el corintio es probablemente el estilo más evolucionado de los tres, también porque es el último en aparecer ya en el siglo IV aC. Es similar al estilo jónico pero con una diferencia en el capitel, en forma de cesto con hojas de acanto y pequeñas volutas. En ocasiones el fuste de la columna puede aparecer reemplazado por figuras humanas -cariátides si son figuras femeninas y atlantes en caso de que sean masculinas-. Las principales muestras de este estilo datan de época helenística, como por ejemplo el templo de Zeus Olimpo de Atenas, pero también nos podemos encontrar muchos otras construcciones ya en periodos posteriores como en Roma.
Como en el resto del arte griego, en la arquitectura se suelen establecer tres periodos cronológicos. En primer lugar, el periodo arcaico (siglos VII-VI) donde hay un predominio del orden dórico, como por ejemplo los templos de Hera de Olimpia y Apolo en Corinto. Aparecen los primeros ejemplos del orden jónico, como el templo de Artemisa en Éfeso. El periodo clásico (siglos V-IV) son los años de mayor esplendor de la arquitectura griega, donde destaca el complejo programa de construcciones en torno al Acrópolis de Atenas. La riqueza del jónico se contrapone a la sobriedad del orden dórico. Finalmente, el periodo helenístico (siglos III-I aC) se caracteriza por un mayor colosalismo y suntuosidad, así como por un predominio del orden corintio, con mayor decoración, libertad y variedad de formas. La difusión es mucho más amplia que en los periodos anteriores con importantes focos en Alejandría, Pérgamo, Antioquía, etcétera.
La escultura representó como ninguna otra disciplina la belleza del arte griego. Estuvo dominada por el antropocentrismo, esto es que el hombre fue el objeto de la gran mayoría de sus representaciones, con su proporción justa e idealizada. El periodo arcaico (siglos VIII-VI) se caracteriza por la presencia de los kuroi, es decir, representaciones prototípicas de atletas semidesnudos, normalmente con una pierna avanzada, cierta rigidez en el cuerpo y brazos y una sonrisa arcaica. También se representan las korai, mujeres vestidas con un importante realismo anatómico pero todavía primitivas y estáticas. Son característicos de este periodo el grupo escultórico del Auriga de Delfos o el relieve del Nacimiento de Afrodita del Trono de Ludovisi, que ya marcó en cierta medida la transición. En el periodo clásico (siglos V-IV) se alcanzó un pleno dominio de la técnica con la que se diviniza lo humano. Se trató de plasmar la belleza ideal. Los principales artistas son, en el siglo V, Mirón, Polícleto y Fidias. Mirón destacó por su representación del Discóbolo en un autentico estudio de la anatomía del cuerpo humano en movimiento. Polícleto creó el canon -la medida de la figura perfecta- con proporciones armónicas en el Dorífero, portador de la lanza, y en el Diadumanos, atleta poniéndose la diadema del triunfo. Y finalmente, Fidias, célebre por representar la expresión suprema del espíritu griego. Realizó en técnica criselefantina -oro y marfil- la Atenea Parthenos, que se alzaba en la cella del Partenón, y en mármol numerosos Palas Atenea, así como también los relieves del Partenón, frontón y frisos, con el desfile de las Panateneas y las luchas de centauros y lapitas como buen ejemplo del idealismo. En el siglo IV se atendió más a la expresión de la pasión y el dolor de las figuras. Scopas, por ejemplo, exaltó el sentimiento trágico en la Cabeza de Meleagro y en las Ménades. En este mismo siglo, Praxíteles realizó una descripción de los cuerpos de los dioses mediante curvas suaves y prolongadas -curvas praxitélicas- como por ejemplo el Apolo sauróptano, la Venus de Cuido y el Hermes y el niño Dionisio. Y por otro lado, Lisipo destacó por establecer un nuevo canon de belleza, de proporciones más esbeltas que las de Polícleto -Apoxiomenos-. Finalmente, en el periodo helenístico (siglos III-I antes de Cristo) hay una cierta tendencia al barroquismo. Los esculturos realizan obras referidas a la violencia, a la lucha o al drama, pero también se elaboran muchos retratos, hay varias escuelas repartidas por todo el mundo griego tras las conquistas de Alejandro -Alejandría, Pérgamo, Rodas, etcétera- y en donde podemos destacar conjuntos como los de Espinario, Laoconte y sus hijos, la Venus de Milo o la Victoria de Samotracia.
Respecto a la cerámica griega podemos decir que existen numerosas formas en función de la finalidad para la que estaban ideadas; cántaros, cráteros, esquifos, platos, etcétera. De la misma manera, hay una extraordinaria variedad de temas decorativos, desde mitos hasta juegos atléticos. La autoría era una parte fundamental pues muchas de las piezas solían estar firmadas. Tradicionalmente, la cerámica se ha estudiado en torno a cuatro fases. Un primer periodo denominado prearcaico (siglos IX-VIII) tuvo una primera fase dominada por el estilo geométrico con fuertes influencias de los periodos anteriores. Tuvo una importante extensión -hallazgos desde Chipre a Italia- y se caracterizó por la presencia de ánforas y cráteras de gran tamaño con decoraciones pintadas de motivos geométricos y esquemáticos. Una segunda fase de este periodo es la orientalizante, un estilo principalmente importado de las ciudades jónicas de Asia Menor. Destaca por tener una decoración protagonizada por seres exóticos y fabulosos. Un segundo periodo es el arcaico (siglos VII-VI) donde se distinguen varias fases; una fase denominada geométrica-esquemática (650-600) en la que se regresa a la representación geométrica, otra fase de figuras negras (600-530) que coincidió con el auge comercial de las polis griegas y en las que aparecen composiciones narrativas con figuras humanas, y una última fase de figuras rojas (530-500) con una inversión en la policromía ya que solo se pintaba el dibujo con el fondo oscuro. El tercer periodo, el periodo clásico (siglos V-IV) tiene como característica el uso de la policromía rica en colores y el dibujo lineal, con una evolución hacia escenas llenas de movimiento y cada vez más expresionistas. El último gran periodo, el helenístico (siglos III-I antes de Cristo) se caracterizó por la desaparición de la cerámica pintada y su sustitución por la decoración con relieves.
En cuanto a la pintura, hay que matizar en un primer término que debido al uso mayoritario de pinturas sobre tabla, muchas de ellas no han perdurado hasta la actualidad y por lo tanto, conocemos pocas obras. Aun así, gracias a la conservación de otros testimonios como la literatura o pintura en otros soportes, se ha podido establecer que la pintura griega se desarrolló mayoritariamente durante los periodos clásico y helenístico. Del mismo modo, se definió por el naturalismo y el realismo, existiendo una evolución clara desde el uso de la perspectiva empírica a finales del siglo VI hasta la perspectiva matemática a comienzos del siglo IV aC. Dominaron el claroscuro, las sombras y la pintura tonal, y la variedad iconográfica estuvo presidida por temas de la mitología, la historia o la vida cotidiana.
Como en el resto del arte griego, en la arquitectura se suelen establecer tres periodos cronológicos. En primer lugar, el periodo arcaico (siglos VII-VI) donde hay un predominio del orden dórico, como por ejemplo los templos de Hera de Olimpia y Apolo en Corinto. Aparecen los primeros ejemplos del orden jónico, como el templo de Artemisa en Éfeso. El periodo clásico (siglos V-IV) son los años de mayor esplendor de la arquitectura griega, donde destaca el complejo programa de construcciones en torno al Acrópolis de Atenas. La riqueza del jónico se contrapone a la sobriedad del orden dórico. Finalmente, el periodo helenístico (siglos III-I aC) se caracteriza por un mayor colosalismo y suntuosidad, así como por un predominio del orden corintio, con mayor decoración, libertad y variedad de formas. La difusión es mucho más amplia que en los periodos anteriores con importantes focos en Alejandría, Pérgamo, Antioquía, etcétera.
La escultura representó como ninguna otra disciplina la belleza del arte griego. Estuvo dominada por el antropocentrismo, esto es que el hombre fue el objeto de la gran mayoría de sus representaciones, con su proporción justa e idealizada. El periodo arcaico (siglos VIII-VI) se caracteriza por la presencia de los kuroi, es decir, representaciones prototípicas de atletas semidesnudos, normalmente con una pierna avanzada, cierta rigidez en el cuerpo y brazos y una sonrisa arcaica. También se representan las korai, mujeres vestidas con un importante realismo anatómico pero todavía primitivas y estáticas. Son característicos de este periodo el grupo escultórico del Auriga de Delfos o el relieve del Nacimiento de Afrodita del Trono de Ludovisi, que ya marcó en cierta medida la transición. En el periodo clásico (siglos V-IV) se alcanzó un pleno dominio de la técnica con la que se diviniza lo humano. Se trató de plasmar la belleza ideal. Los principales artistas son, en el siglo V, Mirón, Polícleto y Fidias. Mirón destacó por su representación del Discóbolo en un autentico estudio de la anatomía del cuerpo humano en movimiento. Polícleto creó el canon -la medida de la figura perfecta- con proporciones armónicas en el Dorífero, portador de la lanza, y en el Diadumanos, atleta poniéndose la diadema del triunfo. Y finalmente, Fidias, célebre por representar la expresión suprema del espíritu griego. Realizó en técnica criselefantina -oro y marfil- la Atenea Parthenos, que se alzaba en la cella del Partenón, y en mármol numerosos Palas Atenea, así como también los relieves del Partenón, frontón y frisos, con el desfile de las Panateneas y las luchas de centauros y lapitas como buen ejemplo del idealismo. En el siglo IV se atendió más a la expresión de la pasión y el dolor de las figuras. Scopas, por ejemplo, exaltó el sentimiento trágico en la Cabeza de Meleagro y en las Ménades. En este mismo siglo, Praxíteles realizó una descripción de los cuerpos de los dioses mediante curvas suaves y prolongadas -curvas praxitélicas- como por ejemplo el Apolo sauróptano, la Venus de Cuido y el Hermes y el niño Dionisio. Y por otro lado, Lisipo destacó por establecer un nuevo canon de belleza, de proporciones más esbeltas que las de Polícleto -Apoxiomenos-. Finalmente, en el periodo helenístico (siglos III-I antes de Cristo) hay una cierta tendencia al barroquismo. Los esculturos realizan obras referidas a la violencia, a la lucha o al drama, pero también se elaboran muchos retratos, hay varias escuelas repartidas por todo el mundo griego tras las conquistas de Alejandro -Alejandría, Pérgamo, Rodas, etcétera- y en donde podemos destacar conjuntos como los de Espinario, Laoconte y sus hijos, la Venus de Milo o la Victoria de Samotracia.
Respecto a la cerámica griega podemos decir que existen numerosas formas en función de la finalidad para la que estaban ideadas; cántaros, cráteros, esquifos, platos, etcétera. De la misma manera, hay una extraordinaria variedad de temas decorativos, desde mitos hasta juegos atléticos. La autoría era una parte fundamental pues muchas de las piezas solían estar firmadas. Tradicionalmente, la cerámica se ha estudiado en torno a cuatro fases. Un primer periodo denominado prearcaico (siglos IX-VIII) tuvo una primera fase dominada por el estilo geométrico con fuertes influencias de los periodos anteriores. Tuvo una importante extensión -hallazgos desde Chipre a Italia- y se caracterizó por la presencia de ánforas y cráteras de gran tamaño con decoraciones pintadas de motivos geométricos y esquemáticos. Una segunda fase de este periodo es la orientalizante, un estilo principalmente importado de las ciudades jónicas de Asia Menor. Destaca por tener una decoración protagonizada por seres exóticos y fabulosos. Un segundo periodo es el arcaico (siglos VII-VI) donde se distinguen varias fases; una fase denominada geométrica-esquemática (650-600) en la que se regresa a la representación geométrica, otra fase de figuras negras (600-530) que coincidió con el auge comercial de las polis griegas y en las que aparecen composiciones narrativas con figuras humanas, y una última fase de figuras rojas (530-500) con una inversión en la policromía ya que solo se pintaba el dibujo con el fondo oscuro. El tercer periodo, el periodo clásico (siglos V-IV) tiene como característica el uso de la policromía rica en colores y el dibujo lineal, con una evolución hacia escenas llenas de movimiento y cada vez más expresionistas. El último gran periodo, el helenístico (siglos III-I antes de Cristo) se caracterizó por la desaparición de la cerámica pintada y su sustitución por la decoración con relieves.
En cuanto a la pintura, hay que matizar en un primer término que debido al uso mayoritario de pinturas sobre tabla, muchas de ellas no han perdurado hasta la actualidad y por lo tanto, conocemos pocas obras. Aun así, gracias a la conservación de otros testimonios como la literatura o pintura en otros soportes, se ha podido establecer que la pintura griega se desarrolló mayoritariamente durante los periodos clásico y helenístico. Del mismo modo, se definió por el naturalismo y el realismo, existiendo una evolución clara desde el uso de la perspectiva empírica a finales del siglo VI hasta la perspectiva matemática a comienzos del siglo IV aC. Dominaron el claroscuro, las sombras y la pintura tonal, y la variedad iconográfica estuvo presidida por temas de la mitología, la historia o la vida cotidiana.
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