Apuntes de arte: La arquitectura de los siglos XIX y XX. El modernismo (II)

El siglo XX supuso para la arquitectura la ruptura con los historicismos, donde básicamente se desarrolló una deconstrucción de la estética anterior -antihistoricismo-. Además, por norma general se abandonó el adorno en busca de líneas puras y una mayor funcionalidad. Por otro lado, se continuaban introduciendo nuevos materiales al mundo de la arquitectura como el acero o algunas clases de plásticos que hacían posible que cada vez los edificios tuvieran fachadas más abiertas, así como alcanzar mayores alturas. En este sentido, esta nueva estética fruto de la ruptura con el historicismo tuvo como consecuencia la configuración de un estilo internacional que tuvo diferentes fases a lo largo del siglo. Así, el protorracionalismo fue la primera gran reacción contra los historicismos. Entre los arquitectos que más destacan dentro de este movimiento estaban Adolf Loos y Auguste Perret. Loos (1870-1933) fue importante por su labor como teórico de la arquitectura, proponiendo una absoluta ruptura con los historicismos. De hecho, grupos de artistas como el Deutsche Werbund bebieron de sus teorías y desarrollaron la idea de la adaptación del edificio a su función -precursores del funcionalismo-. Por otro lado, Perret (1874-1954) revolucionó el uso del hormigón armado en las construcciones civiles. 

Después de la Primera Guerra Mundial, el funcionalismo se abrió camino como movimiento arquitectónico en donde la forma estaba subordinada a la función y a las necesidades tecnológicas. De este modo, habrá un gran predominio de las formas rectas y ortogonales, con poco espacio para las curvas. Por ello se utilizó la asimetría como forma de expresión de la libertad compositiva. Uno de sus primeros teóricos fue Le Corbusier, que aunó el funcionalismo con la geometría. Para él, el hombre tomado como colectividad era el centro de su preocupación, siendo su referencia para establecer las proporciones canónicas a partir de las propias medidas humanas. De este modo, las dimensiones de todos los objetos y construcciones estarán determinadas por dichas proporciones (el «Modulor»). Planteó una arquitectura sencilla, prescindiendo de todo ornamento y sobre todo se centró en la creación de modelos de vivienda. Un ejemplo de ello es Villa Saboya (1930), una vivienda cuyo aspecto exterior se asemeja a una gran caja, elevada sobre el terreno mediante una serie de pilotes -pilares de hierro cilíndricos-. Retranqueados respecto al perímetro exterior, forman una estructura que permite el movimiento de un vehículo entre ellas, formando un itinerario en «U». La construcción está pintada enteramente de blanco, se encuentra situada en el centro de un amplio jardín, cuya belleza podemos ver desde la ventana horizontal deslizante. En Villa Saboya, Le Corbusier aplicó sus cinco principios fundamentales para la construcción de una vivienda: planta libre, pilotes, libre formación de la fachada, ventanal continuo y terrazas ajardinadas para favorecer la vida al aire libre. 


La arquitectura funcionalista nació en convivencia con la pintura y escultura cubista, así por ejemplo en España, en torno al GATEPAC -Grupo de Artistas y Técnicos Españoles Para la Arquitectura Contemporánea- se desarrolló una arquitectura racionalista siempre en contacto con las vanguardias pictóricas con gran influencia del concepto de espacio-tiempo. Otra de las grandes influencias que configuran el funcionalismo es la arquitectura neoplástica (Holanda, De Stijl) de la que toma la combinación de espacios cuadrados y rectangulares. En Rusia, desde 1917, arquitectos como Tatlin o Rodchenko realizan una serie de proyectos encuadrados en el constructivismo ruso. Fueron proyectos caracterizados por una visión fantasiosa de los acontecimientos de la Revolución Bolchevique y, por lo tanto, comprometidos con la visión del hombre proletario. Además, la influencia de las vanguardias pictóricas del momento les permitió, entre otras cosas, el empleo novedoso de materiales industriales, la determinación del espacio con planos de profundidad o la integración del factor «movimiento»

Un poco más al Oeste, tras la debacle alemana de la Primera Guerra Mundial, un grupo de arquitectos en torno a Walter Gropius fundó la Bauhaus (1919) como una fusión de la Academia de Bellas Artes y la Escuela de Artes y Oficios. Su objetivo era superar el divorcio entre el arte y la producción industrial por un lado, y el arte y la artesanía por otro. Buscó impulsar un arte de síntesis al servicio de la sociedad, que utilizará las nuevas tecnologías sin perder de vista los valores de la tradición artesanal. Su propio nombre (casa de la construcción) explica la subordinación de todas las asignaturas impartidas a una empresa común, el edificio. Su ámbito de actuación iba desde la arquitectura hasta el diseño industrial. El funcionamiento de la propia escuela era en este sentido revolucionario, «democrático» en el pleno sentido de la palabra. Su método pedagógico se basaba en el principio de la colaboración, la búsqueda común entre maestros y alumnos, en la participación activa de los alumnos en proyectos reales y en su desarrollo. Apostaba por los materiales industriales y por la producción en serie, siendo la responsable del amplio programa constructivo, destinado a paliar la falta de viviendas urbanas y a superar la crisis económica. El centro funcionó hasta 1933 cuando los nazis, ya en el poder, lo clausuraron. 


Un ejemplo del modelo arquitectónico de la Bauhaus es su sede en Dessau. El edificio es un conjunto de diversos módulos interconectados adoptan la forma de aspa. Rompe con el concepto de simetría para diferenciar las tareas que se desarrollaran en el interior. Una estructura de hierro y hormigón forma el esqueleto del edificio y permite la existencia de tres fachadas diferentes, construidas con materiales tan frágiles e innovadores como el cristal. Cada fachada responde a las exigencias de la actividad que se realiza en su interior. La fachada del bloque de las aulas está formada por ventanas horizontales, cuya función es asegurar una adecuada iluminación. La de los apartamentos, en cambio, muestra aberturas individuales pensadas para incrementar la privacidad. Los talleres poseen un frente acristalado, que permite la máxima iluminación y la visión del interior desde fuera. La articulación externa del edificio se traduce en una distribución muy clara del espacio interior. En el centro se ubica la entrada principal, a través de la cual se accede a los talleres y a los apartamentos destinados a estudiantes y profesores -vida privada-. Ambas secciones se comunican mediante un edificio de poca altura que contiene la sala de reuniones y el restaurante -vida social-. En la parte norte se sitúan las aulas, cuyo bloque está conectado con el módulo central a través de un puente que acoge los servicios administrativos. Este puente materializa el ideal de una arquitectura liberada del suelo, que no obstaculiza la circulación urbana.


La arquitectura funcionalista abandonó la dictadura de la fachada principal, importando todos los planos del edificio. Se incrementó el uso de cristaleras que, además, permiten un mejor conocimiento del interior de los edificios. Por ejemplo, Mies van der Rohe, tras su exilio de Alemania, fue uno de los grandes arquitectos de los llamados «bloques de cristal» como modelo básico para la construcción de rascacielos. Pensados inicialmente como edificios de oficinas en las grandes ciudades de Estados Unidos, pasarán poco a poco a tener un uso residencial. Su construcción estaba planificada en torno a grandes pilares de hormigón armado, una estructura de acero y grandes ventanales. La decoración de los mismos, al menos hasta la década de los 30, estará formada por elementos arquitectónicos históricos -arquitectura asiria, griega, romana, gótica o renacentista-. Pero a partir de esta fecha, estos elementos desaparecen para configurar formas lisas y cúbicas, propios de lo que se ha llamado el estilo internacional del funcionalismo.

La arquitectura orgánica o el organicismo parte de las soluciones técnicas del funcionalismo. Es una arquitectura que se caracteriza por tener un ritmo constructivo más económico y acelerado. Además, se fundamenta principalmente en torno a dos ideas. Por un lado, por la consideración del edificio como un objeto orgánico, compuesto por partes, con un sistema propio de relaciones entre espacios. Se tiene en cuenta la acústica o la armonía de los colores. Por otro lado, se vincula al edificio a un medio geográfico concreto, a un espacio natural circundante, por lo que se debe respetar el paisaje y los materiales disponibles. Probablemente el arquitecto más destacado de este movimiento es Frank Lloyd Wright (1869- 1959) a pesar de que sus postulados penetraron muy lentamente en la crítica y en el público. Sus proyectos estuvieron caracterizados por un respeto a las desigualdades del terreno, incorporando a sus diseños árboles, montículos y peñas. Usó en los interiores los materiales en su estado natural; la madera en su color, la roca, el ladrillo tosco, etcétera. Desterró las grandes cristaleras e impuso la asimetría en sus diseños, buscando la iluminación a través de aleros muy volados en las ventanas de los techos. De este modo, la luz se refleja en el suelo y luego ilumina de manera que no descolora ni deforma los objetos.


Así, uno de los proyectos más reconocidos de Wright fue, seguramente, la Casa Kaufmann o Casa de la Cascada (1936-39). Aunque, ya antes de la Primera Guerra Mundial había sentado las bases de su teoría con sus casas de la pradera. Un modelo de vivienda que se elevaba dos plantas sobre un basamento de cemento: planta baja, sin divisiones internas, estructurada en torno a la chimenea, y la planta superior -un ejemplo de ello es la Casa Willits en Illinois-. La Casa de la Cascada, reflejaba estas mismas premisas, pero adaptándose a los accidentes del terreno. Los materiales, la concepción del espacio, la integración del agua, las rocas y los árboles integran la arquitectura en el entorno. De este modo, rompió con la concepción del espacio como  «caja», desapareciendo por completo la jerarquía de la fachada. Diseñada en un solo día, fue un encargo de de la familia Kaufmann para su segunda residencia. Edgar Kaufmann deseaba erigirla cerca de la cascada sobre cuyas rocas acostumbraba a tomar el sol. El arquitecto decidió construirla sobre la misma cascada. La casa consta de tres plantas, dispuestas en forma escalonada para salvar los desniveles. La planta baja se asienta directamente sobre la roca natural que forma la base de la chimenea y se prolonga por una impresionante terraza, suspendida horizontalmente sobre la cascada, creando la ilusión de que el agua surge del interior del edificio. Wright realizó esta obra con casi 70 años, en un bajo de su carrera profesional. momento malo de su carrera profesional. Para entonces, la Casa Kaufmann supuso su renacimiento como arquitecto con el reconocimiento internacional y el éxito. Esta etapa culminó con otra obra de excepción, fruto de su búsqueda de un espacio continuo, con la planificación el Museo Guggenheim de Nueva York (1957-1959).


A finales de los años 60 del siglo XX surge la arquitectura posmoderna dentro de un movimiento más general conocido como posmodernismo. Un concepto que proclamaba la muerte de la modernidad al mismo tiempo que se fusionaba con otros focos culturales como el Pop art, el paradigma de la cultura de masas. En el mundo de la arquitectura, el posmodernismo se tradujo en una reinterpretación de las formas arquitectónicas históricas, una vuelta al protagonismo de las fachadas, un importante valor para el ornamento -que recupera su función expresiva y simbólica-, así como una completa libertad creativa para el arquitecto. Se trata de un movimiento internacional del que han surgido varios focos importantes; los arquitectos norteamericanos (Frank Gehry, Venturi, Charles Moore, Norman Foster, etcétera), el grupo de arquitectos posmodernos japoneses (Isozaki o Ando entre otros) o la arquitectura posmoderna española (Rafael Moneo, Santiago Calatrava, Enric Miralles, etcétera).

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