Apuntes de historia: De taifas, almorávides, almohades y lo que quedó del estado andalusí

El momento de máximo apogeo del califato andalusí, que coincide con el mandato del joven califa Hisham II (976-1009) y la subida al poder de Almanzor como primer ministro, fue inmediatamente seguido de una época de dificultades profundas en la cual se acabará por descomponer el poder central de Córdoba. En el corto plazo de los treinta años desde la muerte de Almanzor (1002), los gobernadores de las diferentes provincias o coras, se negaron a reconocer la autoridad califal y, de este modo, proclamándose como poderes independientes en sus respectivos territorios. Unos treinta años donde reinaron diez califas, la mayoría de ellos pagando con la vida su deseo de poder. La anarquía era tal, que llegó a darse la situación de llegar a coexistir tres califas al mismo tiempo, a saber, Al-Mahdi, Sulaiman y Hisham II.

Una situación de caos, un califato que se desmoronaba por las propias luchas internas que lo destruían en su interior. La autoridad del estado andalusí se había disuelto y los diferentes territorios se sublevaban. Los gobernadores o valíes convertían a las principales ciudades de Al-Ándalus en cabeceras de sus pequeños estados. Por este motivo recibieron por parte de los propios cronistas musulmanes el nombre de muluk al-Tawa'if, o lo que es lo mismo, reyes de taifas. De esta forma, desde el año 1031 se da por concluido oficialmente el califato y Al-Ándalus quedará dividida en una serie de pequeños dominios o reinos entre los cuales se fueron alternando situaciones de adhesión con otras de enfrentamientos. Esta situación condujo de manera irremediable a dos fenómenos importantes; por un lado la supremacía militar de los reinos cristianos del norte, y por otro, la continua necesidad de recibir apoyo militar de los imperios musulmanes de la zona del Magreb, ocasionando las invasiones de almorávides y almohades, en una situación de sumisión y dependencia absoluta. Las denominadas «primeras taifas» duraron desde 1031 hasta la llegada de los almorávides en el 1086. Unas «segundas taifas» perduraron durante la dominación de estos hasta la siguiente oleada militar procedente del Magreb en 1147, en este caso por parte de los almohades. Y, finalmente, unas «terceras taifas» perduraron en Al-Ándalus desde la derrota de los almohades en Navas de Tolosa en 1212 hasta la conquista de Granada en 1492. 


Reproducción de la mezquita de Zaragoza (siglo XI) sobre la que hoy se asienta la catedral del Salvador.

En la antigua marca superior de Al-Ándalus destacaba la taifa de Zaragoza, gobernada desde 1018 por familias árabes hispanizadas, los Banu Tuyib y los Banu Hud, y que estuvieron al mando hasta la conquista almorávide del 1010 y la definitiva conquista cristiana en 1018. Cuando Sulayman ibn Hud, rey de Zaragoza (1046-1049), repartió el reino entre sus cinco hijos fue cuando surgieron otras taifas menores en su entorno, a la vez que comenzaba la etapa de mayor hegemonía de la propia Zaragoza bajo el mandato del célebre Ahmad I al-Muqtadir (1049-1082), fundador del palacio de la Aljafería. De hecho, Zaragoza fue la única taifa junto con Sevilla que logró una expansión y un progreso considerable. Taifas como las de Lérida, Huesca, Calatayud, Tudela (Banu Qasim) o incluso Tortosa llegaron a depender en algún momento de la taifa de Zaragoza. Al sur de Zaragoza estaba Albarracín, gobernada por bereberes hispanos arabizados de la familia de los Banu Razim. Ocupaban un importante territorio, la actual provincia de Cuenca y la parte sur de Teruel. Un importante enclave pues era zona de importantes comunicaciones entre la marca superior y la marca media, también entre Zaragoza y Valencia. En sus mejores tiempos, la ciudad islámica de Albarracín debió tener unos 3.200 habitantes, por lo que no era una zona muy poblada, pero sí con un importante número de castillos y puestos defensivos que demarcaban el territorio de los Banu Razim (la Sahla). Camino hacia Valencia estaba la taifa de Alpuente, gobernada por muladíes hispanos arabizados de la familia de los Banu Qasim desde antes de 1029 hasta la conquista almorávide en 1092. 

La historia de la taifa de Valencia es más destacada. Gobernada por eslavos y amiríes hispanizados de ascendencia árabe desde 1013 hasta su conquista por el Cid en 1094. El dominio de Rodrigo Díaz de Vivar duró cinco años, hasta 1099, pasando luego el mando a manos de su esposa Jimena al menos hasta 1102 con la llegada de los almorávides. Entre los años 1065 y 1076 la taifa valenciana llegó a depender de la taifa de Toledo, gobernada en el centro de la marca media por bereberes hispanos arabizados de la familia de los Banu Du-l-Nun. La antigua capital visigoda fue un objetivo temprano de la «Reconquista» y cayó en manos de los cristianos en el año 1085, bajo el reinado de Alfonso VI, rey de Castilla y de León. Al extremo occidental de la península y en plena marca inferior, se encontraba la taifa de Badajoz que estuvo dirigida por eslavos y, especialmente, por la familia bereber de los Banu al-Aftas desde 1013 hasta la conquista almorávide de 1094. Por último, en el epicentro de la civilización andalusí destacó la taifa de Sevilla, gobernada por los Banu Abbad, árabes hispanizados, desde 1023 hasta la conquista almorávide en 1091. En esos años, Sevilla se anexionó de una forma u otra las taifas de Córdoba, Algeciras, Murcia, Carmona, Morón, Arcos y Jerez, Ronda, Huelva y Saltes, Niebla, Segura, Algarbe y Silves. Solo quedaron fuera de su esfera de influencia las taifas de Granada (Banu Zirí, bereberes), Málaga (Banu Hammud, árabes berberizados) y Almería (eslavos).


Mapa de los reinos de taifas a mediados del siglo XI.

En época de las taifas el gran dominio del Islam se había dividido en dos grandes espacios, Oriente y Occidente. El califato abbasí de Bagdad y el califato fatimí de El Cairo eran hegemónicos en el Islam oriental, mientras que el occidental se repartía entre Al-Ándalus y el Magreb. El continuo avance de la frontera cristiana durante el siglo XI alarmó a los reyes de taifas que se veían impotentes para detenerlo al no contar con fuerzas militares suficientes. La pérdida de la ciudad de Coria hacia 1078 indujo aisladamente al rey de Badajoz a pedir ayuda militar a los almorávides. También lo había hecho el rey de Sevilla, aunque sin contestación concreta por parte de estos. Fue la caída de Toledo en manos cristianas lo que animó a varios de los reyes de taifas a solicitar una ayuda, ahora de manera conjunta, a los almorávides. 

Los almorávides (al-murabitum, los consagrados de Dios) eran de la tribu berberisca de Lamtuna, familia de los Sinhaya, sitiada al sur del Atlas en Marruecos. Propagando la más estricta ortodoxia musulmana se lanzaron desde 1042 a la conquista de todo Marruecos desde Senegal a la mitad de Argelia, fundando bajo la dependencia religiosa del califa abbasí de Bagdad un gran imperio con capital en Marrakex. Tras aceptar la solicitud de ayuda de las taifas andalusíes, su emir Yusuf ben Tasfín pasó a la península con sus tropas derrotando a las tropas de Alfonso VI en la batalla de Zalaca (1086), cerca de Badajoz. Cuatro años después, los almorávides regresaron de nuevo, pero esta vez con un objetivo bien distinto. Su intención era la de destituir, matar o deportar a los reyes de las diferentes taifas para unificar Al-Ándalus, y una vez unificado, anexionarlo al gran imperio almorávide del norte de África. 

Su gobierno fue irregular, ya que pocos años después de la conquista de Al-Ándalus, los almorávides tuvieron que estar preocupados de sofocar en Marruecos la sublevación de los almohades. Incluso en el propio Al-Ándalus, en la región de al-Garbe, apoyándose en el apoyo de los almohades, sin pensar en lo que esto conllevaría, la secta de los muridín (los adeptos) promovía la rebelión frente a los almorávides desde presupuestos fanáticos sufíes. De este modo, desde 1121 una nueva tribu bereber del sur de Marruecos, los Masmuda, exaltada por las predicaciones de Muhammad ben Tumart, el Guiado, se sublevó contra los almorávides consiguiendo en una veintena de años la conquista de su capital. Marrakex. Esta nueva secta, los almohades (al-muwahhidum, los unitarios), intransigentes en la fe y obsesionados por reformar las instituciones y las costumbres islámicas, conquistaron gran parte de Al-Ándalus, Túnez , construyendo el mayor imperio musulmán en Occidente, nunca dependiente de los califas de Oriente. 


La batalla de Navas de Tolosa por Francisco de Paula Van Halen (1864).

Desde 1147 su intervención en Al-Ándalus contra los almorávides acabó por establecer una anexión directa del territorio. De hecho, el califato almohade se mantuvo bajo los gobiernos de Abu Yaqub Yusuf (1163-1184) y Abu Yusuf Yaqub (1184-1199). La victoria más importante de los almohades frente a los cristianos fue en la batalla de Alarcos, muy cerca de Ciudad Real, en la cual derrotaron a los ejércitos de Alfonso VIII de Castilla en 1195). Años de relativo esplendor que tienen su eco en una de las construcciones arquitectónicas más significativas de la ciudad de Sevilla, la Giralda, un minarete de la gran mezquita de la ciudad. Seguramente, una de las principales causas de la desintegración del imperio de los almohades fue su extensión, puesto que obligo a estos a dispersar las fuerzas del estado en un gran espacio. Al mismo tiempo que Túnez conseguía desvincularse de los almohades, los cristianos presionaban en la frontera de Al-Ándalus consiguiendo una de sus mayores victorias en la batalla de Navas de Tolosa en 1212. Los ejércitos almohades no pudieron hacer frente a una coalición formada por los ejércitos de los reyes de Castilla, Navarra y Aragón, apoyados por caballeros cruzados enviados por el papa Inocencio III.

¿Qué pasó con Al-Ándalus tras la debacle almohade? Lo cierto es que Navas de Tolosa marcó un antes y un después en la historia de los musulmanes en la península Ibérica. Muchas gentes mudéjares vivieron bajo los territorios cristianos, en relativa calma, al menos hasta varios siglos después. Pero solo sobrevivió un único espacio político independiente, que fue el del reino de Granada. Una taifa que había nacido oficialmente como consecuencia de un tratado (1246) en el que Fernando III de Castilla reconocía la autonomía política de Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr, por haberse alzado contra los almohades, a cambio de algunas concesiones territoriales y rendir vasallaje a Castilla con el pago de un tributo anual. El reino nazarí de Granada, la última taifa de Al-Ándalus, solo pudo sobrevivir como un vasallo de los cristianos, en buena medida por el interés de estos de mantener el comercio de la seda y el azúcar con Oriente. 

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