Apuntes de historia: La consolidación de las monarquías feudales en la Península Ibérica
A la muerte de Sancho III el Mayor, sus posesiones fueron repartidas entre sus hijos, configurando lo que iba a ser el eje de las monarquías feudales cristianas del norte peninsular. Al primogénito, García, le dejó el título principal de rey de Pamplona. Al segundón, Fernando, le entregó Castilla, Ramiro heredó Aragón y, por último, Gonzalo recibió Sobrarbe y Ribagorza. Poco después, Ramiro acabaría heredando los territorios de su hermano tras morir sin descendencia, y por lo tanto, configurando el reino de Aragón. De hecho, a la muerte de Sancho IV de Pamplona, el hijo de Ramiro, Sancho de Aragón, tomaría el control de ambos reinos. Una situación que perdurará hasta el reinado de Alfonso I el Batallador, cuyo polémico testamento acabará con la independencia de Pamplona. Por otro lado, en los territorios orientales del cuadrante norte de la península prosiguió durante buena parte del siglo XI la hegemonía del condado de Barcelona sobre el resto de los territorios cristianos. El poderoso linaje de guerreros que inaugura Berenguer Ramón I (1017-1035) va a consolidar los usos feudales (usatges) por sus sucesores de igual nombre, Ramón Berenguer I, Ramón Berenguer II, Ramón Berenguer III y Ramón Berenguer IV.
En Aragón y en Pamplona, Pedro I continuará con las construcción de la monarquía feudal en consonancia con su padre y su abuelo. A lo largo de su reinado, su presencia física itinerante será la base fundamental para su ejercicio de poder público. La gran mayoría de los grandes acontecimientos debían ser supervisados y controlados en persona por el propio monarca, lo que permite el desarrollo del aparato estatal presidido por un ideal de cruzada cuyo objetivo principal será el de la conquista de la ciudad de Zaragoza. De hecho, en su intento, conquistará Huesca y su distrito entre 1094 y 1096. El reinado de su hermanastro, Alfonso I el Batallador, supondrá el asalto final contra la ciudad de Zaragoza y los principales focos taifales del valle medio del Ebro. En un principio, ante la falta de apoyo por parte de la incipiente nobleza aragonesa, el rey tuvo que conceder exenciones y privilegios ventajosos en detrimento de su propio patrimonio, a quienes le ayudasen militarmente. Así, se estimuló una nueva legislación y se creó un cuerpo militar regular para consolidar las campañas contra los musulmanes. En menos de treinta años, Alfonso I triplicó el territorio del reino de Aragón a pesar de la fuerte oposición que siempre presentaron los almorávides. El problema llegó con su muerte y la polémica en torno a su testamento, por el cual se cedían todos sus territorios a algunas órdenes militares, cuestión que entraba en un claro conflicto con los intereses de la nobleza.
El rey de Pamplona se desvinculó de Aragón y la solución para salvar la dinastía real aragonesa vino con la coronación de Ramiro II, conocido como el Monje, como nuevo rey tras exclaustrarse. Su hija Petronila, nacida de su matrimonio con Inés de Poitou, fue desposada siendo todavía niña con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y caballero templario, éste en calidad de príncipe de Aragón. De este modo, será su sucesor Alfonso II (1162-1196) al que podemos considerar como primer monarca efectiva de la entonces recién formada Corona de Aragón, en cuyo reinado además se conquistó Teruel (1169) y se alcanzaron los 50 mil kilómetros cuadrados para el territorio aragonés y, que prácticamente supone la actual extensión de la comunidad autónoma.
En cuanto al destino del reino de Navarra, con la muerte de Alfonso I, como ya hemos comentado anteriormente, se desvincula del reino aragonés con la proclamación por parte de la nobleza navarra de García Ramírez (1134-1150) como rey. Conocido como el rey restaurador durante su mandato no pudo expandir el territorio del reino, ya que no contaba con frontera con Al-Ándalus. Será su hijo, Sancho VI el Sabio (1150-1194) el primero en titularse como «rey de Navarra», en vez del calificativo tradicional como «rey de los Pamploneses». El objetivo era tener una mayor proyección política en el Pirineo e intentar desligarse de cualquier tipo de vasallaje con Castilla. Sin embargo, su hijo Sancho VII el Fuerte (1194-1243) acabaría perdiendo las tierras del futuro señorío de Vizcaya frente a Alfonso VIII de Castilla. La muerte sin descendencia de este, llevó a las fuerzas sociales navarras a aceptar como nuevo monarca a su sobrino Teobaldo, a partir de el cual la vinculación de los navarros con el reino de Francia se haría evidente desde el siglo XIII y, por lo tanto, apartaron a Navarra de muchos de los problemas peninsulares. No sería hasta la llegada al trono francés de los Valois (rama segundona de los Capetos) cuando Navarra ratificara su independencia y volviera a mirar hacia el territorio peninsular.
En la Corona de Aragón, Pedro II (1196-1213), atento al auxilio de sus vasallos cátaros de Languedoc, afrontó la derrota en Muret con su propia muerte ante los ejércitos de Felipe II Augusto de Francia. Con ello, se paralizaba el avance de la influencia aragonesa en el sur de Francia y también se iniciaba una nueva política de esfuerzos de expansión frente al Islam y sobre el Mediterráneo. Su hijo, Jaime I (1213-1276) dará un gran paso en este sentido con las conquistas de Mallorca (1229-1235), Valencia (1235-1245) y Murcia (1266, luego cedido a Castilla en 1296). Su vida y su obra, se pueden seguir en su autobiográfica El libro de los Hechos o Llibre dels fets, destacando la promulgación de diversos ordenamientos políticos autonomos como los fueros de Valencia (1240) o la compilación de los fueros de Aragón (1247). Su hijo, Pedro III (1276-1285) continuó con la política expansiva por el mar Mediterráneo con la reivindicación del trono de Sicilia en las llamadas «Vísperas Sicilianas» por la cual apoyó una sublevación de los habitantes de la isla contra los Anjou, acabando por asumir su corona. No obstante, esta expansión se frena con el reinado de sus hijos Alfonso III (1285-1291) y Jaime II (1291-1327) cuando se produjo la primera gran revuelta nobiliaria con la llamada Unión Aragonesa (1283-1301) y la independencia del reino de Mallorca hasta casi mediados de siglo XIV (1276-1344), manteniendo su propia dinastía de monarcas al margen de la casa real de Aragón. Así, el transito del siglo XIII al XIV fue para la Corona de Aragón un periodo de inestabilidad política en el interior, y de expansión en el exterior, pues al mismo tiempo se ocupa de manera formal Sicilia (1282), Córcega y Cerdeña (1295) o la conquista temporal de los ducados de Atenas y Neopatria (1311). Esta expansión, cada vez más, favorecía el fortalecimiento del poder monárquico frente a la nobleza, aunque esto no supusiera el final de la conflictividad entre ambos polos.
Por otro lado a la altura del siglo XI, en el cuadrante occidental de la península Ibérica, la parte cristiana sigue en crecimiento lento gracias a la decadencia del califato y su posterior desintegración en numerosos reinos de taifas. El reinado de Fernando I de Castilla y León (1035-1065) dará paso a una nueva división de sus dominios entre sus hijos: García, rey de Galicia (1065-1071); Sancho II, rey de Castilla (1065-1072), sin descendencia; y por último, Alfonso VI, rey de León y Castilla (1065-1109) que volvió a aglutinar todos los territorios bajo el dominio de su padre. Aunque la estabilidad del reino no estaba asegurada. La muerte de Sancho, primogénito de Alfonso VI en Uclés (Cuenca) en una batalla contra los almorávides precipitó el acceso al trono de su hermana Urraca. Viuda de Raimundo de Borgoña, casó en segundas nupcias con Alfonso I, rey de Aragón, y por lo tanto, ambos bisnietos de Sancho III el Mayor. Pero el problemático matrimonio terminó en 1114 con el repudio por parte de la reina en un contexto de una dura rebelión noble en Castilla y Galicia.
Poco a poco, el equilibrio de fuerzas políticas se restableció y la coyuntura general favoreció a una situación de expansión militar en tiempos del hijo y sucesor de Urraca, Alfonso VII (1126-1157). De hecho, en el año 1135 se coronaba como emperador de todas las Españas con un avance imparable sobre el valle del río Tajo. Su testamento partió de nuevo los reinos de León y Castilla durante otros setenta años. En Castilla, habría que mencionar el reinado de Alfonso VIII, rey desde los tres años y que con su mayoría de edad conseguirá grandes beneficios para su corona, como la anexión de Álava y Guipuzcoa frente a Navarra y la decisiva victoria contra los almohades en las Navas de Tolosa. Paralelamente, los reinados de Fernando II (1157-1188) y Alfonso IX (1188-1230) en León dejaron para la posteridad la primera convocatoria de cortes que se conocen en la historia de Europa allá por el 1188.
En el condado portucalense, Alfonso Enríquez derrotó en 1128 al ejército de su madre en la batalla de San Mamed, muy cerca de Guimaraes, adoptando en 1139 el título de rey de Portugal y por lo tanto segregrando un nuevo espacio político independiente de Castilla y León. Alfonso I (1139-1185) conquistó Lisboa a los musulmanes en 1147, mientras que su sucesor Sancho I (1185-1211) llevó a cabo la primera articulación espacial de Portugal mediante una serie de repoblaciones y fueros. Los reinados de Alfonso II (1211-1223) y Sancho II (1223 - 1248) estuvieron marcados por una lucha entre el aumento del poder real con una serie de reacciones entre el clero y la nobleza. Posteriormente, Alfonso III (1248-1279) instituyó el consejo real, aliviando así el grave conflicto civil que enfrentaba a las principales fuerzas del reino y además, se ocupo la región del Algarve musulmán poniendo fin a la «reconquista» portuguesa.
Alfonso I en el asedio de Lisboa (1147), por Joaquim Rodrigues Braga (1840).
En el condado portucalense, Alfonso Enríquez derrotó en 1128 al ejército de su madre en la batalla de San Mamed, muy cerca de Guimaraes, adoptando en 1139 el título de rey de Portugal y por lo tanto segregrando un nuevo espacio político independiente de Castilla y León. Alfonso I (1139-1185) conquistó Lisboa a los musulmanes en 1147, mientras que su sucesor Sancho I (1185-1211) llevó a cabo la primera articulación espacial de Portugal mediante una serie de repoblaciones y fueros. Los reinados de Alfonso II (1211-1223) y Sancho II (1223 - 1248) estuvieron marcados por una lucha entre el aumento del poder real con una serie de reacciones entre el clero y la nobleza. Posteriormente, Alfonso III (1248-1279) instituyó el consejo real, aliviando así el grave conflicto civil que enfrentaba a las principales fuerzas del reino y además, se ocupo la región del Algarve musulmán poniendo fin a la «reconquista» portuguesa.
La victoria cristiana de las Navas de Tolosa permitió a través del paso de Despeñaperros la inmediata conquista castellana de Úbeda y Baeza, y la apertura de todo el valle del Guadalquivir frente a unos almohades en retirada. Además, Fernando III (1217-1252) volvió a unir bajo su persona los tronos de Castilla y León, dirigiendo además las conquistas y repoblaciones de Extremadura y Andalucía: Badajoz (1229), Mérida (1231), Córdoba (1236), Murcia (1243), Jaén (1246) y Sevilla (1248). Su hijo, Alfonso X el Sabio (1252-1284) completó esa gran herencia territorial con la toma de Cádiz y Jerez (1260), quedando Al-Ándalus al reducido territorio del reino nazarí de Granada. Por otro lado, Alfonso X procedió al ordenamiento político castellano en merindades y adelantamientos, con la profusión de alcaldes de corte o jueces para proceder al monopolio de la ley en tan vasto territorio. Todo esto completado con la adopción de un código legal general, influido por el derecho romano, y que es conocido como «Las Partidas». La figura de Alfonso X ha tenido una gran trascendencia para la historia medieval, pues además de su aspiración al trono del Sacro Imperio, es conocida su faceta como hombre de cultura gracias a sus Cantigas de Santa María.
El paso del siglo XIII al XIV constituye un periodo de agitación general. En Castilla-León, el reinado de Sancho IV (1284-1296) dio paso a las minorías reales de su primogénito Fernando IV (1296-1312) y de su nieto Alfonso XI (1312-1350), con el enfrentamiento entre grupos nobles, fundamentalmente los Haro y los Lara, que llegaron incluso a amenazar a la corona. Pero gracias al respaldo de la mayoría de las ciudades castellanas la situación para la corona se pudo salvar. De hecho, muchas de ellas estaban controladas por la autoridad directa del rey a través de unos funcionarios específicos: los regidores (1345) y los corregidores (1348). Muerto por la peste mientras se encaminaba a la conquista de Gibraltar, Alfonso XI dejó a su hijo Pedro I (1350-1369) un reino en situación de crisis general y que éste intentó afrontar con la convocatoria de cortes en Valladolid (1351). Aun así, los nobles exigían transformar sus dominios en señoríos jurisdiccionales y provocaron un nuevo levantamiento armado contra le rey. La represión del monarca le valió el apodo de «el Cruel», pero lo cierto es que la violencia de la nobleza tampoco se quedo corta. Además, la llamada «guerra de los Dos Pedros», un conflicto fronterizo entre Castilla y Aragón (Pedro IV), no hizo sino que fomentar la guerra civil castellana, con un especial interés de Francia en apoyar al lider de los rebeldes, el hijo bastardo de Alfonso XI y cabecilla de la nobleza levantada en armas contra Pedro I. De este modo, el conflicto internacional de la Guerra de los Cien Años se introduce en el territorio castellano con el apoyo de Inglaterra al rey Pedro I mediante el Tratado de Londres en 1362. El asesinato en Montiel (1369) del rey legítimo a manos de su hermanastros, que fue coronado como Enrique II (1366-1367/1369-1379) abrió el cambio de dinastía, los Trastámara, y una nueva etapa en la configuración política de la península.
En cambio, en la fachada atlántica de la península, el reino de Portugal experimentó el tránsito al siglo XIV como un momento de sosiego. El reinado de Dionisio (1279-1325), segundo hijo de Alfonso III, supuso la implantación de un poder regio incontestado, con un claro dominio sobre la nobleza y el clero, sobre todo gracias a la promoción del comercio exterior que permitía el fortalecimiento de una fuerza ciudadana favorable al monarca. La situación se mantuvo así hasta mediados del siglo XIV con la disputa entre Alfonso IV (1325-1357) y su primogénito Pedro I (1357-1367) que dio paso a un enfrentamiento entre facciones. También la sucesión de Fernando I (1367-1383) trajo consigo un nuevo conflicto, en este caso con la nobleza que apoyaba a la heredera Beatriz, esposa de Juan I de Castilla, contra la burguesía mercantil que acabó por proclamar a su candidato Juan, maestre de Avís, en las cortes de Coimbra de 1384. La derrota castellana de Aljubarrota (1385) llevó al trono definitivamente a la nueva dinastía de Avís.
La batalla de Poitiers (1356) durante la Guerra de los Cien Años, por Eugene Delacroix (1830).
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