Apuntes de historia: ¿Hay génesis del «Estado moderno» en la Baja Edad Media?

A colación con la anterior entrada donde tratamos el impacto de la dinastía de los Trastámara en la política de la península Ibérica en la Baja Edad Media, nos podemos preguntar si fueron los Reyes Católicos precursores del estado moderno y de qué manera surgieron novedades en las formas de poder hasta entonces vistas. De hecho, en su último libro sobre la gran depresión bajomedieval, Guy Bois explica como desde mediados del siglo XX, gracias a la financiación por parte del gobierno francés, comenzaron a surgir multitud de investigaciones en torno a los posibles orígenes del «Estado moderno». A este respecto, se suelen identificar una serie de aspectos o novedades a tener en cuenta, a saber; una cierta laiquización del poder, una soberanía sin límites, la pujanza de burocracias más o menos especializadas, una fiscalidad centralizada, presencia de asambleas representativas, afirmación de fronteras y en su caso, una presencia activa y agresiva en el plano internacional. Por ello, la historiografía ha volcado su interés en el periodo bajomedieval, pero el propio Guy Bois alerta de que quizá esa idea de «Estado moderno» no tuvo porqué marcar una ruptura total con el estado feudal. Más bien, podríamos decir que en la Baja Edad Media hubo un proceso de transformación gradual de las antiguas monarquías feudales surgidas a lo largo del siglo X y XI, que cada vez más estaban asociadas a una concentración de poder y al desarrollo de los medios de gobierno. Un proceso que, sin duda, se vio acelerado por la misma crisis bajomedieval que asolaba al continente europeo. Por lo tanto, no podemos hablar del «Estado moderno» como un objeto nuevo, cuando no hubo una ruptura real con el feudalismo. 


Excelente de oro acuñado en Sevilla (1504).

Conviene, por tanto, hablar de una profunda evolución que cambia la idea de un estado personal, concretado y fundado sobre la persona real, que no alcanza otras realidades más que a través de las relaciones personales con otros hombres, a otra idea de estado que reposa en la abstracción y las estructuras no personales, donde la idea del poder público tiene más relevancia y donde la administración se interpone entre el soberano y los súbditos. En este sentido, el estado administrativo territorial aparece en ese contexto del siglo XIV, aunque aún así, no podemos hablar de la transformación de un «estado territorial» en un «estado nacional». Además, como señala el propio Paulino Iradiel, la constitución política de las sociedades de los siglos XIV-XV, en el caso peninsular, estuvo caracterizada por una gran pluralidad de cuerpos, grupos y centro políticos para nada homogeneos. Por lo que no había un ordenamiento centrado sólo en la figura del monarca, sino todo tipo de formas complementarias a su poder y parte integrante además de lo que podríamos denominar como poder estatal; ciudades, señoríos, órdenes o grupos sociales. 

Por ejemplo, durante el reinado de Pedro IV en Aragón (1336-1387) la corona se convirtió en el eje del entramado político de la Corona de Aragón mediante la creación de un cuerpo de funcionarios procedentes de la nobleza. La cancillería actuaba como el centro de poder y, la hacienda ligada con esta, regida por el maestre racional. Por encima de todo, el consejo real conformado por las personas de confianza del rey. El largo reinado de Pedro IV supuso también la configuración de las fronteras económicas de los estados de la Corona de Aragón, mediante la creación del impuesto de generalidades desde 1364, cuya gestión y control dependía de las distintas diputaciones -órganos estamentales- de los reinos y condados, y además de la delimitación de un conjunto de circunscripciones territoriales que servirán como marcos administrativos, fiscales y judiciales. Como afirma José Ángel Sesma, Pedro IV vio nacer una estructura hacendística y un aparato fiscal para cada uno de sus reinos, pero los cuales quedaban fuera de su capacidad de intervención, ya que quedaba en manos de las diputaciones. La pérdida del control de la fiscalidad central, era al fin y al cabo, la pérdida de una de las bases del poder monárquico absoluto. 

Retrato de Pedro IV de Aragón (1336-1387).

Con los Trastámara, la Corona de Aragón pasará de estar constituida por tres estados con un aparato monárquico común, para convertirse en tres estados con tres estructuras monárquicas, que tienen un mismo rey. En la etapa de Alfonso V (1414-1458) la labor descentralizadora de los estados respeto a la corona continuó debido a las ausencias del monarca en sus territorios peninsulares. Por ello, aparece la figura del lugarteniente general como primera autoridad del reino frente a la ausencia del rey. En el caso del reino de Aragón, podía incluso convocar y presidir las cortes. Décadas después, la monarquía hispánica de los Reyes Católicos adoptarían el modelo institucional de la Corona de Aragón, al mantenerse los entramados propios de cada uno de los territorios que la integraban, con una clara tendencia centralizadora por parte de la doble monarquía con un predominio de Castilla. Así, cada uno de los estados de la Corona de Aragón, en lugar de compartir su rey con un continuo movimiento de la corte, se vieron obligados a prescindir de él, por lo que se crearon una serie de instituciones que lo representaban, siendo estos los últimos restos de la unión. La formula para vencer el prolongado absentismo de Fernando II (1479-1516) fue la persistencia de un lugarteniente general o un virrey como primer magistrado del estado. Esto significa que, para los estados de la Corona de Aragón, Fernando el Católico fue otro rey ausente. La reconstrucción del poder real tras los difíciles reinados de Alfonso V y Juan II llevó consigo la creación de órganos de representación del monarca y elementos transmisores de la voluntad real en las instituciones de gobierno del reino, frente a la emergencia de un claro sentimiento nacionalista entre las clases dominantes, como sucede en el caso del reino de Aragón.

Como asegura José Ángel Sesma a lo largo de varias publicaciones, la «conciencia nacional» como tal no aparece en Europa, al menos, hasta el siglo XVIII. Pero no hay duda de que en algunos territorios con delimitación espacial, en torno al siglo XIV, ya se empezaba a definir un programa capaz de diferenciar a sus habitantes de los del otro lado de la frontera. La idea del bien común y de la «res pública», manejados abiertamente por los grupos dirigentes, sirvió para resaltar más su función al frente de los diversos reinos, pero fue calando poco a poco entre el resto de la sociedad, que aspiraba a equipararse como ellos. El sentir «nacionalista» en los siglos XIV y XV, no tendrá unas manifestaciones defensivas, sino que por lo general de cohesión interior. Se excluirá lo de fuera, llamándolo extranjero, y se exaltarán las peculiaridades propias. Un ejemplo, de nuevo, lo tenemos en Aragón y en ese sentimiento que hizo surgir el ordenamiento político y la conciencia colectiva de ese antiguo estado feudal que reaccionó en los valles pirenaicos ante la llegada de los musulmanes, con el consiguiente proceso de cuatro siglos para apartar ese dominio extraño cada vez más al sur. De hecho, antes de la conquista, Aragón no existía, ni nada anunciaba su existencia. Ni cultural, ni lingüística, ni administrativamente había una identidad. En esta región oriental de la península Ibérica se iría propiciando lentamente la incorporación de nuevo espacio al dominio de un monarca y al ámbito de un nuevo sistema social, el feudalismo, distinto hasta el entonces conocido por los musulmanes. 

Fernando II de Aragón rodeado por dos emblemas del Señal Real de Aragón, frontal de un incunable de las Constituciones catalanas, 1495.

Siguiendo la propuesta de Boyd Schaffer, la plasmación de una «conciencia nacional» suele estar definida por los siguientes aspectos; existencia de un territorio perfectamente delimitado, mantenimiento de instituciones propias respetadas por todos, lengua, constumbres y religión compartidas, indiferencia u hostilidad frente a otras naciones, sentimiento de orgullo y patriotismo, convencimiento pleno de tener un pasado común y una idea de futuro para su nación. En este sentido, la mayoría de estos elementos serán adquiridos por la mayoría de los territorios europeos a lo largo del siglo XIV y XV, como respuesta y solución a la primera gran crisis del feudalismo. El engrandecimiento del Estado feudal supondrá el fortalecimiento de las monarquías nacionales en el siglo XVI con una ruptura progresiva de la soberanía piramidal y fragmentada característica del feudalismo ante la revolución fiscal derivada del desarrollo de la economía de mercado. Poder compartido, fiscalidad centralizada y guerra continua fueron los instrumentos claves del reformado estado feudal, al que se sumo una cristalización de un sentimiento común que hicieran ver que todos esos elementos eran positivos para todos aunque solo beneficiasen a los grupos dirigentes. De hecho, si volvemos de nuevo a Aragón, los propios diputados tenían plena conciencia de representar a todo el reino en sus escritos: «represientan todo el reyno, quitar todos agravios y danyos del reyno de Aragon y de regnícolas de aquel, el bien e utilidat del dicho reyno e de la cosa publica et de los vezinos e habitantes en aquel, que los fueros e libertades del dicho reyno se observen et que aquellos no sean violados ni crebantados, e guardar e defender la libertad de aqueste reyno». La identidad nacional de lo aragonés se irá reforzando con nuevas decisiones y actitudes similares. Pero esta innovación de mentalidad política es un proceso muy lento y sutil, casi imperceptible por los súbditos del reino. Poco a poco se iba introduciendo pequeñas ideas en los fueros de lo que significaba ser aragonés, al mismo tiempo que se completaba con el concepto de alteralidad, es decir, la exclusión de extranjeros o extraños. En verdad, no solo bastaba con haber nacido en el reino, o tener un padre aragonés para ser considerado como tal, pues ni judíos ni mudéjares eran considerados aragoneses. Para ser aragonés, era necesario también un factor ideológico, en este caso, el ser cristiano. Ahora bien ¿Qué completaba ese sentimiento? Para Sesma, por encima del «orgullo» de reconocerse como aragonés estaba la preocupación por conservar una memoria histórica común y el deseo de proyección hacia el futuro de esta.

En resumen, la aparición de ese sentimiento lento y su expansión, desde los grupos dirigentes al resto de la sociedad, será siempre desigual y conflictivo. La base fundamental del ideario se apoyó en una gran ruptura entre una sociedad de tradicion oral con otra escrita, como por ejemplo con la aparición de las primeras crónicas. Esto no significa, ni mucho menos, que a finales de la Edad Media todo el mundo supiera leer y escribir, sino que la gente irá adquiriendo poco a poco conciencia  del valor que tiene la escritura como instrumento de poder. La escritura funcionará como un elemento clave a la hora de perpetuar la palabra y la existencia de los estados, en el caso que hemos ido siguiendo, el de Aragón, como una comunidad histórica viva y perdurable en el futuro, sin olvidar que todo ello siempre bajo el interés de las clases dominantes de su estado feudal centralizado. 

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