Apuntes de historia: Egipto en la Antigüedad

Nos puede llamar la atención hoy día, pero la fascinación que existe por el mundo egipcio, por su cultura, por su tecnología, no ha existido desde siempre. De hecho, desde que el emperador romano Teodosio convirtió el cristianismo en la religión oficial del Imperio romano y por consiguiente persiguiera a los seguidores de los dioses paganos, entre ellos, los egipcios, la cultura del antiguo Egipto se fue apagando poco a poco hasta al menos el siglo XVIII. Con la llegada del siglo XIX y las primeras expediciones arqueológicas se resucita la atención por Egipto Antiguo con lo que podemos denominar como Egiptología. En este sentido, su estudio ha sido favorecido en buena medida por las excelentes condiciones climáticas para la conservación de materiales como los papiros, o también por la aparición de excelentes restos arqueológicos. Aunque esto no quiere decir que haya sido fácil, ya que se conoce muy bien la vida oficial, la vida pública, pero muy poco sobre la vida cotidiana de las personas. Del mismo modo ha habido grandes problemas a la hora de las dataciones, ya que los egipcios culturalmente no fechaban de manera absoluta, lo hacían al inicio del reinado de cada uno de los faraones y no será hasta finales del I Milenio, cuando a partir de las dinastías griegas, comiencen con un sistema absoluto de datación. Afortunadamente, los egipcios tenían la buena costumbre de elaborar anales, con multitud de listas reales con ejemplos como; la Piedra de Palermo, el Papiro Real de Turín ( siglo XIII a. E.) o la lista de Manetón.


Pero empecemos desde el principio. La Prehistoria de Egipto es realmente rica y tradicionalmente se ha dividido en dos grandes culturas; la cultura de El Fayum, donde se ha demostrado que ya había algunos animales domesticados (gallinas, gatos, etcétera) y el Badariense con grandes movimientos de población de origen camítico y que conecta con el periodo que conocemos como Predinástico donde se incluyen varias fases; Amratiense, con una extraordinaria industria lítica y cerámica, característico ritual funerario al aire libre para la desecación natural del cuerpo y con los primeros asentamientos de la población. Gerzeense, donde destacan las paletas como objetos de prestigio (Tehenu o Narmer) y la aparición de continuas alusiones a los tempranos intentos unificación entre Alto y Bajo Egipto que la historiografía ha denominado como «Dinastía 0». 


Momentos titubeantes, momentos de indecisión con los que comenzó el III Milenio en la llamada monarquía Menfita que evidentemente se denomina así porque el centro político de Egipto va a estar en ese periodo en la ciudad de Menfis. Un periodo que se suele dividir en tres etapas y que es fundamental para entender la configuración del territorio a lo largo de la Antigüedad. La primera etapa es la época Tinta, periodo donde se establecen las características de la sociedad egipcia, las bases de la religión y el funcionamiento del palacio. Así como los primeros contactos con la costa de Palestina y el control sobre Nubia -Segunda catarata-. La segunda fase es el Imperio Antiguo donde no hay muchas fuentes ni información para su estudio, pero sí que se sabe que el aparato estatal ya está definitivamente establecido con la división territorial en nomos y las primeras expediciones comerciales al exterior. También se construyen las primeras tumbas monumentales, que no llegan a ser pirámides propiamente dichas, aunque se irán perfeccionando hasta su forma piramidal en periodos posteriores. Además, gracias a esto, conocemos que ya se utilizan los símbolos del poder del faraón en sus representaciones como por ejemplo la corona Blanca (Alto Egipto) o la corona Roja (Bajo Egipto). 

Como hemos dicho, la sociedad egipcia se configura en esta parte media del III Milenio, una sociedad extremadamente piramidal, donde el faraón concentra un gran poder y donde los eslabones inferiores son extremadamente débiles. Lo único que sujeta la sociedad egipcia es la autoridad del faraón, pero cuando esta falla, se desata el caos. Por eso, veremos que a lo largo de la historia de Egipto se suceden varios periodos llamados interludios o intermedios, donde la autoridad del faraón decae y generalmente viene sucedido por una serie de movimientos centrífugos que tambalean el poder central. Fue el Primer periodo intermedio el que causó el desplazamiento de la capital a Tebas como resultado de las luchas entre el poder sacerdotal de Amón y el faraón, en relación a la elección de este último. 


Comienza así la monarquía Tebana con el desarrollo del Imperio Medio resultado de grandes desarrollos del aparato estatal que van a llevar a la civilización egipcia a las cotas más altas de su evolución. De hecho, en estos momentos se empiezan a introducir grandes recursos técnicos en la arquitectura de monumentos como las grandes escalinatas, pórticos, plazas o pirámides macizas. Un desarrollo técnico que tiene un correlato en la magnificación de la literatura con la novedosa narración de temas como el destino del hombre, la muerte y un largo etcétera. Destaca el reinado de Sesostris I (1962-1928 a. E.) como momento de gran eficacia del Estado y punto de inflexión hacía el Segundo periodo intermedio. Un interludio, en este caso, no solo provocado por una crisis de carácter interno, sino que además fue acrecentado por la invasión exterior de los Hicsos que no serán expulsados hasta el reinado de Ahmosis y llegarán incluso a establecer varias dinastías. El Imperio Nuevo se va a enfrentar a nuevos retos, sobre todo en lo que a política internacional se refiere, con grandes rivalidades primero con Mitanni y luego con el Imperio Hitita. La nueva imagen del faraón, es la de guerrero, líder de grandes ejércitos y máximo apogeo de su figura como líder terrenal y espiritual. En este sentido, los ritos funerarios cambian. Los faraones comienzan a enterrarse de manera subterránea. Además, hay una gran propaganda mediante las grandes obras, como por ejemplo el gran templo de Amón en Karnak o la ciudad de Luxor. 


Pero, a pesar del esplendor militar y arquitectónico, es un periodo de grandes conflictos internos, sobre todo por la reforma que acompañó al mandato de Amenofis IV, también conocido como Akenatón. Una reforma polémica porque proponía la sustitución del culto a Amón por el culto popular al Sol y que por lo tanto le lleva a una gran rivalidad con el estamento sacerdotal de Amón. En este sentido, aprovechando la delicada situación internacional que se vivía con el Imperio Hitita, Nefertiti -esposa de Akenatón-, pidió ayuda a Suppiluliuma I. Pero la ayuda nunca llegó y el clero de Amón se levanta contra Akenatón y nombran faraón a Tutankamón que literalmente significa la «imagen viva de Amón». A partir de este momento, la escalada de tensión en las relaciones con los hititas irá en aumento hasta los grandes enfrentamientos por el control de la franja Siro-palestina -batalla de Qadesh, 1275 a. E.-.


No habrá vencedores, solo vencidos. Tras años de enfrentamientos la idea de formar un imperio universal se abandona en ambos lados del conflicto. La oleada de los «Pueblos del Mar» cerca del 1200 a. E. barre la franja Siro-Palestina, barre al Imperio Hitita y casi destruye Egipto que consigue repeler a estos pueblos bajo el mandado te Ramsés III.  Pero ya nada será igual, el Tercer periodo intermedio supone un periodo de confusión con la aparición de algunas dinastías extranjeras. El ascenso de Asiria como potencia internacional sobre el siglo VII conlleva la organización de varias campañas donde arrasan ciudades como Menfis o Tebas. A los Asirios les sucederan los Persas, que respetan la tradición de Egipto pero que de manera nominal se controla desde Persia. Pero entonces aparecerá Alejandro Magno. Todos sabemos que Alejandro Magno, desde su reino en Macedonia, consiguió hacerse con el control de Grecia, de Anatolia, del Próximo Oriente y del resto de territorios que pertenecieron al Imperio Persa, entre ellos Egipto. De hecho, Alejandro Magno se proclamó faraón y serán sus herederos, los Ptolomeos -323 a. E.-, los que ostenten desde Alejandría la corona de Egipto hasta su definitiva conquista de Roma ya a finales de la Era -30 a. E.-.


Son más de tres mil años de sociedad, desde el 3200 e. E. hasta el 30 a. E. donde prácticamente no hubo cambios significativos. Y no es que fuera una sociedad inmóvil, pero los cambios que se produjeron fueron extremadamente sutiles, muy matizados. Desde un primer momento los egipcios vieron necesaria la unidad del territorio, seguramente favorecido por las condiciones geográficas y climáticas. Se conoce muy poco a cerca del derecho egipcio, pero si que hay muchas fuentes literarias que ilustran en buena medida como funcionaba el pensamiento y la sociedad. Así, la sociedad egipcia aparece como rotundamente piramidal. En la cumbre está el faraón, después la aristocracia conformada por los sacerdotes y el funcionariado. Tras ellos, una gigantesca masa de campesinos libres y trabajadores cualificados como por ejemplo los escribas. Una sociedad muy conservadora, la familia es una unidad básica de mantenimiento del orden, pues los padres son los que se deben ocupar de la educación y formación de sus hijos en su mismo oficio. Mayoritariamente sedentaria, no es común el nomadismo.


En este sentido, la figura fundamental del Estado egipcio es el faraón que tiene la importante misión de preservar el Ma'at, el orden o la armonía cósmica, inmanente en cada uno de los seres vivos y que lucha por mantener el orden frente al desorden. Para los egipcios una tarea de esas características solo podía ser desarrollada por una divina, y que mejor divinidad que la más cercana, el faraón. De hecho, en Egipto nunca se discutió la divinidad del faraón -a diferencia del ámbito mesopotámico-. Así, la importancia de los sacerdotes será fundamental, pues estamos hablando de una teocracia y su poder será también fundamental a lo largo de toda la historia de Egipto. No existía la propiedad privada, pues todas las tierras pertenecen al faraón, pero sí que existían formas de cesión de las mismas. La centralidad del Estado es máxima aunque existían unas divisiones territoriales denominadas nomos, cuya responsabilidad recaía sobre los nomarcas, altos cargos administrativos de cada una de las regiones.

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