Apuntes de historia: La guerra entre los griegos o la Guerra del Peloponeso
Habían pasado prácticamente 50 años desde el final «no oficial» de la guerra contra Persia, cuando los griegos decidieron luchar los unos contra los otros en el año 431 antes de la Era. En esos 50 años, Atenas se había convertido en un importante imperio naval y comercial y, bajo su liderazgo en la Liga de Delos, controlaba todo el ámbito jonio del Egeo. Los métodos autoritarios de Atenas para controlar esta alianza, habían convertido lo que inicialmente era un pacto de autodefensa contra los Persas, en una importante herramienta imperialista para la ciudad de Atenas. En este sentido, hay que decir que la relación entre aliados no era entre iguales. Atenas ejercía su liderazgo de un modo agresivo y poco dialogante, atacando y arrasando a cualquier polis que tuviera dudas sobre su continuación en la alianza. Mileto en el año 450 o Samos en el 441 sufrieron grandes represalias por esta cuestión, pero en el año 431 cuando Potidea decide abandonar la alianza, y ante una previsible represión ateniense, se inclina por pedir ayuda a Esparta. La respuesta es afirmativa, pues Esparta, la otra gran potencia griega, tenía muchas ganas de acabar con la hegemonía ateniense. De este modo, cuando Esparta y sus aliados -la Liga del Peloponeso- declaran la guerra a la Liga de Delos, comienza la guerra entre los griegos.
Una guerra que tradicionalmente se ha dividido en tres grandes fases bélicas. La primera fase viene determinada por las acciones ofensivas de la Liga del Peloponeso bajo el liderazgo de Arquidamo II de Esparta. Su principal objetivo es arrasar Atenas, pero sus buenas defensas hacen imposible su toma, por lo que se suceden varios intentos de asedio sin exito. Por otro lado, Pericles opta por lanzar pequeñas escaramuzas a lo largo de la costa del Peloponeso, al mismo tiempo que confía en la capacidad defensiva de las grandes murallas de Atenas. Pero su enemigo estaba dentro, tras días de sitio, un brote de peste en el centro de la polis mata a prácticamente un tercio de su población, afectando al propio Pericles. Sus sucesores políticos, Cleón, Nicias y Alcibíades inician a partir de ese momento una lucha política por imponer su forma de actuar en la guerra. La guerra es brutal, la situación de Atenas es crítica, y se acrecenta todavía más tras la derrota en la batalla de Anfípolis en el 442 donde muere Cleón. Por ello, ambos lados de la contienda acuerda una paz -llamada de Nicias-, que al igual que un descanso en un combate de boxeo, sirvió para descansar, cerrar heridas y recuperar fuerzas.
La paz dura poco. Entramos en la segunda fase del conflicto de la mano de la batalla de Mantinea (418), en donde se escribe el principio del fin de la hegemonía ateniense. Su derrota, supone el inicio de las luchas políticas internas en la polis por el control del poder. Alcibíades, un personaje de renombre, propone como recuperación moral el envío de una flota contra Siracusa, en Sicilia. El resultado es desastroso, la flota es destruida (413) y en Atenas todo el mundo pide la cabeza de Alcibíades, que sabiamente huye a Esparta. Allí, conspirará contra Atenas haciendo propuestas a los espartanos sobre los mejores lugares para invadir el Ática y cómo agitar a las ciudades de Asia Menor dependientes de la Liga de Delos. Este doble juego, le crea nuevos enemigos en Esparta y, de nuevo, tiene que huir, aunque en esta ocasión lo hace a Sardes (Imperio Persa).
Entramos en la tercera fase de la guerra con el regreso de Alcibíades a Atenas con una promesa, la promesa de tener el apoyo de Persia en la guerra contra la Liga del Peloponeso. Algunas pequeñas victorias como en Cícico (410) le dan un cierto apoyo en la opinión de los atenienses y de nuevo se sitúa en la esfera de poder. Pero ya se sabe, el que tuvo retuvo, Alcibíades vuelve a huir a Sardes donde ya nunca más volverá, pues con ese doble juego que había practicado, se había creado muchos enemigos y morirá asesinado poco después de su llegada. De hecho, el apoyo de Persia llegó, pero sobre el bando contrario, pues ayuda a Esparta a hacerse con una pequeña flota que llevaría a importantes victorias frente Atenas como en Arginusas (406) o Egospotamos (405). Con el imperio ateniense liquidado se produce el definitivo sitio de Atenas en el 404, que es seguida de una dura represión por parte de Esparta.
El final de la guerra supone, en primer lugar, el final de la hegemonía ateniense en el mundo griego. También el final de su forma de gobierno, la llamada «democracia radical», que es sustituida por un gobierno tiránico impuesto por Esparta, el conocido como gobierno de los Treinta Tiranos. En segundo lugar, la guerra supuso una decadencia moral del mundo griego en general, la hegemonía de Atenas es sustituida por un dominio espartano autoritarios y cruel. De este modo el gran beneficiado de la guerra de los griegos fue Persia, así como otras potencias colindantes como Roma o Cartago, e incluso zonas periféricas de Grecia como Tesalia, Épiro o Macedonia. No en vano, unos treinta años después del final de la guerra del Peloponeso, un rey de Macedonia, un área insignificante hasta ese momento, dominará toda la tierra de los griegos. Ese rey fue Filipo, padre de Alejandro Magno.
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