Jaime Gil de Biedma, No volveré a ser joven, 1968

Cuando van pasando los años te empiezas a plantear la vida y las cosas de otra manera, eso está claro. En la niñez, eres demasiado infeliz, demasiado ignorante como para darte cuenta del paso del tiempo. Nuestra estancia en esos momentos ha sido tan breve y, generalmente feliz, que nos parece que todo va a ser siempre igual. Pero no, eso lo empiezas a ver en la adolescencia. Una época donde parte de tu ser se va de vacaciones durante unos años y piensas que te vas a comer el mundo, que eres el centro del universo, que si estás aquí es por algo. Todo eso, acrecentado por el poder de la masa y de la pandilla, te lleva a entender tú existencia como la de una figura clave para la historia de la Humanidad. Luego te vuelves a dar cuenta de que no, nada de eso. La madurez, que no llega para todo el mundo al mismo tiempo, es una buena hostia de realidad que te muestra que la vida es breve, intensa, muchas veces injusta y triste, con momentos de alegría y con momentos de tristeza. 

Precisamente eso es lo que me transmite este poema de Jaime Gil de Biedma (1929-1990) que aparece recogido en su publicación Poemas póstumos en el año 1968. Un poema muy famoso, ya que ha sido versionado por multitud de artistas, aunque yo destacaría la versión que tiene José María Sanz Beltrán, más conocido como Loquillo, en su álbum La vida por delante, con 12 poemas musicados por Gabriel Sopeña.

«Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra
».


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