Apuntes de arte: El arte Barroco
El
Barroco fue un movimiento artístico iniciado en la Roma de
finales del siglo XVI y que se extendió por el resto de Europa a lo
largo del siglo XVII. Rompió con el clasicismo renacentista y con su
visión positiva acerca del hombre, buscando siempre el movimiento,
lo novedoso, teatral y fastuoso, en contraste con el equilibrio,
sobriedad, contención y serenidad del periodo renacentista. Un siglo
XVII caracterizado por un periodo de grandes conflictos, que comenzó
con la hegemonía de la Monarquía Hispánica hasta su
desmoronamiento tras la Guerra de los Treinta Años y la Paz de
Westfalia. La muerte del último de los Habsburgo en el trono
hispánico supuso un verdadero punto de inflexión para la política
europea con tres nuevas potencias; Inglaterra, Francia y Austria. En
esos años de crisis social y política, el arte fue una importante
herramienta tanto para la Iglesia como para los regímenes
absolutistas de legitimar su poder. En una Europa dividida entre
católicos y protestantes, surgieron distintas corrientes artísticas.
Por un lado el arte de la Contrarreforma o también llamado Barroco
trentista, tenía una iconografía acorde con las pautas marcadas en
el Concilio de Trento. Por otro lado, el Barroco protestante tuvo una
mayor preferencia por los temas de la vida cotidiana que por aquellos
estrictamente religiosos. En la arquitectura barroca, por ejemplo,
abundan las plazas, escalinatas, así como nuevos conceptos
espaciales como el rechazo de la línea recta por la curva -marcando
superficies con partes cóncavas y convexas-, las luces y las
sombras, la variedad de plantas -latina, griega, circular, elíptica
o mixta-. Además, el Barroco se caracterizó por presentar los
interiores de los edificios con mucha decoración. La escultura y
pintura o bien estaban integradas en la arquitectura como elementos
decorativos -por ejemplo en retablos, bóvedas- o tenían su entidad
propia donde predominaba la escenografía teatral, el movimiento, el
dinamismo, los escorzos, los efectos de claroscuro y la tensión
dramática.
La
arquitectura barroca se inició en Italia,
concretamente en Roma, bajo el mecenazgo de los Papas. A su rápida
difusión contribuyó la Compañía de Jesús, ya que aportaron el
prototipo de iglesia barroca a partir de la iglesia de Il
Gesú diseñada por Vignola; una sola nave, capillas laterales y
cúpula en el crucero. Hubo numerosos arquitectos que construyeron
fachadas barrocas sobre templos renacentistas, como por ejemplo
Giacomo della Porta que levantó la fachada de la iglesia de Il
Gesú o Carlo Maderno, autor de la fachada de San Pedro del
Vaticano. Probablemente, el arquitecto y escultor italiano más
representativo del Barroco fue Gian Lorenzo Bernini. Inició
su carrera con la construcción del Baldaquino de San Pedro
-grandioso altar en el crucero
de la basílica del mismo nombre, repleto de elementos ornamentales-
y la Columnata de la plaza de San Pedro
-pórticos semicirculares abiertos para acoger a los visitantes de la
Basílica-. También son obras de Bernini la iglesia de San
Andrés del Quirinal y el
Palacio Odeschalchi,
un palacio barroco, con grandes pilastras de orden gigantesco
recorriendo sus tres plantas, rematadas con amplia balaustrada.
Otro
gran arquitecto italiano fue Francesco
Borromini, prototipo del
barroco dinámico, suyos son proyectos como los de las iglesias de
San Carlos de las Cuatro Fuentes o San Ivo en Roma, constituyen un
conjunto de curvas y contracurvas, columnas exentas, plantas
elípticas y en forma de estrella mixtilínea, muros, bóvedas y
linternas ondulantes. Fuera de Roma, otros arquitectos italianos
siguen una línea mucho más clasicista. En Venecia, Longhena
construyó la iglesia de Santa María della Salute
con una serie de capillas reunidas en torno a la planta octogonal,
cubiertas con una gran cúpula con grandes volutas. O en Turín, por
ejemplo, Juvara
-uno de los grandes impulsores del neoclasicismo en el siglo XVIII-
edificó la Basílica de la Superga,
con cúpula y pórtico clásico con frontón, y el Palacio
Madonna, siguiendo las pautas de
Bernini y el estilo de Versalles, creó un alto zócalo almohadillado
sobre la que se alza la planta principal, rematando la balaustrada
con columnas (este palacio tendrá una gran influencia en la
construcción del Palacio Real de Madrid).
En Francia la arquitectura barroca
fue útil, majestuosa y funcional, y se dio más importancia a la
construcción de palacios -clásicos en el exterior y muy decorados
en el interior-, que al urbanismo o la edificación de iglesias.
Suelen distinguirse dos estilos barrocos; el estilo de los reinados
de Luis XIII y Luis XIV y, a comienzos de siglo XVIII, el estilo
Rococó. En el estilo Luis XIII podemos destacar algunos edificios
religiosos como la iglesia de Vâl de Grâce de Mansart o la
Capilla de la Sorbona de Lemercier. También edificios civiles
como el Palacio de Luxemburgo en París de Brosse o el Palacio
de Maissons-Laffite de Mansart. Dentro del estilo Luis XIV,
haciendo honor a la potencia política y económica que se había
convertido Francia, los edificios se caracterizaron por una gra
monumentalidad, grandiosidad y oficialidad. Unas facetas postuladas a
través de las recién creadas Academias Reales que monopolizaban la
enseñanza de las artes velando por un arte lógico, claro y sin
excesos. El deseo de completar el Louvre hizo que su obra se
encargara al arquitecto más famosos de su época, Bernini, pero su
proyecto será rechazado porque implicaba la destrucción de lo ya
construido en época renacentista. De este modo, fueron finalmente Le
Van y Perrault los encargados de levantar la fachada exterior del
Louvre. Seguramente el arquitecto por excelencia del barroco francés
fue Masart, autor de la iglesia de los Inválidos y de
la planta y alzado del Palacio de Versalles, auténtico
símbolo del poder real. Versalles, con tres amplios y extensos
cuerpos y con una clara tendencia a la horizontalidad, a diferencia
de los palacios italianos, tiene uno amplios, suntuosos y refinados
que enlazan con el Salón de los Espejos. La decoración interior la
completó Le Brun y la decoración exterior corrió a cargo de Le
Nôtre, creador del prototipo del jardín palaciego tan copiado a lo
largo del siglo XVIII.
En Alemania la Guerra de los
Treinta Años supuso un auténtico freno a las construcciones
monumentales hasta incluso después de la Paz de Westfalia en 1648.
Fueron los artistas italianos los que introdujeron las formas romanas
en los palacios e iglesias en la segunda mitad del siglo XVII. Ya a
comienzos del siglo XVIII comenzaron a destacar una serie de
arquitectos alemanes de gran personalidad como Pöppelmann,
autor del Zwinger -un palacete de verano para la
aristocracia- de Dresde (1722) y Schlüter, constructor del
Palacio Real de Berlín
(1706). Por otro lado, en Austria la influencia italiana en la
arquitectura pesó más que la francesa, destacando entre otros
Fischer von Erlach, autor del Castillo de Klesheim en
Salzburgo y la iglesia de San Carlos Borromeo en Viena (1725).
Inglaterra, por su propia
evolución histórica con un amplio desarrollo del gótico y poca
presencia del Renacimiento, tuvo una arquitectura barroca mucho más
mesurada que en el continente. Iñigo Jones fue el primer
arquitecto en introducir el estilo palladino, si bien es cierto que
durante la guerra civil entre 1642-1660 se redujo considerablemente
la actividad constructiva. Tras el desastroso incendio que recorrió
la ciudad de Londres, fue Wren el encargado de reconstruir la
ciudad desde la tradición inglesa palladiana. Además, levantó la
monumental Catedral de San Pablo, siendo una réplica
anglicana de la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
En España la evolución de la
arquitectura barroca también tiene un camino particular debido a la
importancia que tenían los asuntos espirituales. En la primera mitad
del siglo XVII se mantuvo la impronta clasicista escurialiense
(herreriana), manifiesta en la simplicidad geométrica, al
decoración en las fachadas y la sencillez en el exterior, aunque
los interiores de los templos estaban profusamente decorados con los
retablos, cada vez más recargados a medida que avanza el siglo. Las
iglesias solían ser de planta jesuítica, cópula encamonada -de
yeso sostenida con armazón de madera- frente a las grandes cúpulas
de piedra italianas o francesas, en las españolas se utilizan
materiales pobres. De este primera fase podemos destacar a Gómez
de Mora, que elaboró en Madrid la portada del convento de la
Encarnación, la Plaza Mayor, el Ayuntamiento y la
cárcel de Corte y, en Salamanca, la Clerecía (colegio
de jesuitas). También destacan otros edificios como el Panteón
Real de El Escorial (Crescenci), el Palacio del Buen Retiro
(Carbonell) o la catedral de San Isidro (Sánchez y Bautista).
En la segunda mitad del siglo XVII, el Barroco ingnoró la
sobriedad anterior para centrarse en la variedad de plantas y en una
decoración que invade los edificios. Se introdujeron las columnas
salomónicas, en retablos, fachadas y puertas, los frontones partidos
y los baquetones quebrados. En Madrid destacan la capilla de San
Isidro en la iglesia de San Andrés, en Santiago la
iglesia de las Comendadoras, en Valencia la Catedral o
la fachada de la catedral de Granada.
Hacia el 1700 surgió una nueva
tendencia barroca denominada estilo churrigueresco, iniciada
por la familia Churriguera, con una fecunda proyección en Madrid y
Salamanca, aunque fuera Pedro Ribera el arquitecto más
representativo. De José Benito Churriguera es el retablo
mayor de la iglesia del convento de San Esteban (Salamanca),
con numerosas columnas salomónicas de orden gigante y excesos
ornamentales y también, el poblado de Nuevo Baztán, trazado
con sencillos y funcionalidad, comprendiendo palacio, iglesia, plaza
y viviendas. Alberto Churriguera fue el autor de la Plaza
Mayor de Salamanca, con armónica combinación de elementos del
Rococó con los de la severidad castellana. Por otro lado, Pedro
Ribera fue el gran arquitecto urbanista de Madrid. Suyos son los
proyectos del Paseo de la Virgen del Puerto, con varias
fuentes en el centro y extremos y una ermita en la explanada, el
Puente de Toledo al estilo barroco churrigueresco, la Puerta
de San Vicente, como una de las principales entradas a la ciudad
de Madrid. Además, en el casco urbano trazó el Cuarte del Conde
Duque, el Hospicio, la fachada de la iglesia de
Montserrat y la Fuente de la Fama. En el resto de España
destacan edificaciones como la fachada del Obradoiro en la
catedral de Santiago realizado por Casas Novoa, la catedral de
Cádiz por Vicente Acero, el Transparente de la catedral
de Toledo por Tomé o la fachada de la catedral de Murcia de
Bort.
En la primera mitad del siglo XVIII, a la
tendencia churrigueresca le acompañó la arquitectura palaciega,
de tendencia clasicista con la influencia de los modelos italianos y
franceses, estos últimos sobre todo a partir de la llegada de los
Borbones al trono hispánico. En Madrid, Felipe V encargó a Juvara,
un arquitecto clasicista italiano, la construcción del Palacio
Real sobre los restos del antiguo Alcázar de los Austrias. Tras
la muerte de Juvara, le sucederá uno de sus discípulos, Saccheti,
que desarrolló las masas del edificio en sentido vertical y remató
los tres pisos con una cornisa y balaustrada. En Aranjuez, Bonavia y
Sabatini ampliaron el Palacio Real construido en tiempos de
Felipe II y en La Granja, Ardemans y Juvara edificaron el Palacio
de San Ildefonso con amplios jardines.
La escultura barroca surgen en
Roma durante los primeros años del siglo XVII, en sus inicios,
subordinada a la arquitectura en forma de hileras de estatuas
horizontales que remataban la parte superior de los edificios. Poco a
poco, la escultura monumental se abrió espacio caracterizándose por
las actitudes teatrales, la tensión dramática, la perfección
técnica, el dominio de la materia (mármol o bronce), el movimiento
-que a veces culminaba en el inestable equilibrio junto a la
«serpentinata»
o la captación del cuerpo humano mientras se agita en
espiral-, la gesticulación de brazos y manos, las composiciones en
forma de aspa y los ropajes de los personajes agitados por el
movimiento del cuerpo, acordes con la predilección de los juegos de
luz y sombra tan propios del Barroco. Respecto a la escultura
religiosa la mayoría de las representaciones giraron en torno a
escenas de martirio, éxtasis místico y alegorías sobre el triunfo
de la fe. La escultura ornamental, generalmente de carácter
mitológico o alegórico, solía estar destinada a las plazas de las
ciudades, mientras que la escultura conmemorativa decoraba palacios,
jardines y plazas.
El artista, arquitecto y escultor más
representativo de la escultura barroca italiana fue Bernini.
Comenzó su carrera con obras de carácter mitológico y bíblico,
como los grupos escultóricos de Apolo y Dafne, o el David,
llenos de movimiento expansivo, naturalismo y plenitud expresiva.
Prosiguió creando grandes composiciones con efectos escenográficos
entre los que destacan la Tumba de Urbano VIII (bronce y
mármol) en San Pedro del Vaticano. El Éxtasis de Santa Teresa
es un verdadero manifiesto del Barroco por la apariencia de las
imágenes suspendidas en el aire, el estudio del bulto redondo, la
utilización del mármol liso y rugoso, el tratamiento vaporoso de la
vestimenta de la desfallecida, el rostro con los ojos cerrados y la
boca entreabierta contrastado con la vitalidad del ángel. De hecho,
Bernini insistió de nuevo en el tema del éxtasis con la Muerte
de la Beata Albertoma, plena de impulso apasionado, dinámico y
elocuente. En sus creaciones urbanas hay que resaltar la fuente de
los Cuatro Ríos en plaza Navona y la de Tritón en plaza
Barberini. La influencia de la obra de Bernini continuó en el siglo
XVIII en, por ejemplo, la Fontana de Trevi de Roma, realizada
por Pietro Bracci y Nicola Salvi.
En la escultura francesa cortesana
predominó el carácter mitológico, aunque también abundan los
retratos. Los escultores más sobresalientes fueron Puget, Girardon y
Coysevox. Pierre Puget fue el escultor francés que más se
inspiró en la obra de Bernini, por ejemplo en su Milón de
Crotona, donde incorporó la tensión realista y expresiva, el
dramatismo y el equilibrio. François Girardon dotó a sus
obras de clasicismo y elegancia, este es el caso de Apolo servido
por las Ninfas de Versalles o el sepulcro del cardenal
Richelieu. Antoine Coysevox interpretó con alegorías los
retratos de importantes personajes de las cortes de Luis XIV y Luis
XV. La escultura alemana unió la tradición italiana y
francesa. Uno de sus escultores más importantes de finales del
Barroco fue Andrés Schülter, que creó obras de gran tamaño
para ser expuestas en plazas, como por ejemplo la estatua ecuestre
del gran elector Federico Guillermo o la de Federico I. A
Baltasar Permoser se debe la decoración del Zwinger de
Dresde, con una gran riqueza de formas de gran expresividad. En
cambio, Donner se inclinó por tendencias francesas a la hora
de realizar la fuente del Mehlmarkt.
La escultura española no estuvo
vinculada a la corte, pues la mayoría de las obras fueron
representaciones religiosas, pensadas para permanecer en el interior
de los templos religiosos, en forma de retablos e imágenes de culto,
aptas para pasos procesionales. Figuras como Gregorio Fernández,
Martínez Montañés o Pedro de Mena captaron de forma realista el
dramatismo con gestos de dolor y angustia que llegan al alma del
espectador. El material más común de la escultura barroca española
fue la madera policromada. En este sentido, a comienzos del siglo
XVII podemos distinguir dos centros escultóricos de importancia;
Castilla, con una obra caracterizada por la búsqueda del realismo
basándose en dolor, emoción y tragedia, y Andalucía, con un
realismo sosegado buscando la belleza formal. Durante el siglo XVIII
se desarrolló otro importante centro escultórico en torno al
Levante.
El principal exponente de la escultura
castellana fue Gregorio Fernández, que en su fecundo taller
de Valladolid, creó una obra ligada a la tradición italiana
evolucionada hacia un realismo naturalista dramático, recreándose
en el desnudo, en el rostro doliente y en el patetismo de sus Cristos
yacentes, Cristo crucificado, la Piedad, en el
ingenio candor de sus Inmaculadas y en los pliegues angulosos
de los ropajes. En Madrid destacó otro escultor, Manuel Pereira,
autor de varias representaciones de San Bruno. Los principales focos
artísticos de Andalucía se repartieron entre Sevilla y Granada. En
Sevilla, Juan Martínez Montañés realizó una iconografía
serena y grandiosa con una policromía equilibrada y gran sentido de
belleza. Entre sus obras destacan; la Adoración de los Pastores
(retablo de Santiponce), el Cristo de la Clemencia y la
Inmaculada. En Granada, Alonso Cano, discípulo de
Montañés, proporcionó a las obras una plasticidad más geométrica,
idealizada y delicada en las Inmaculadas, Virgen con el
Niño. Pedro de Mena, uno de los más destacados
discípulos de Cano, realizó unas extraordinarias representaciones
de la Magdalena penitente, la Dolorosa y el Ecce
Homo. En el siglo XVIII Murcia se abrió un hueco en el panorama
escultórico nacional, sobre todo gracias al trabajo de Francisco
Salzillo con sus grupos escultóricos o pasos, de carácter
procesional, narró con gran movimiento temas relacionados con la
muerte de Cristo -Oración en el Huerto o Prendimiento,
entre otros-.
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