Apuntes de historia: La península Ibérica hasta el Neolítico
Un
paso previo para conocer más a fondo el desarrollo de la historia
anterior a la dominación romana en la península Ibérica es saber cuáles fueron sus principales características geográficas y
climáticas. De hecho, no es casualidad que en las zonas de mayor
pluviosidad se hayan encontrado la mayoría de restos y
representaciones paleolíticas, puesto que las poblaciones de humanos
y otros homínidos debían de concentrarse alrededor de zonas con una
mayor disponibilidad de agua. Del mismo modo, la mayoría de los
elementos paleolíticos que encontramos en la península Ibérica han
aparecido en zonas de tierra caliza, con una mayor disposición para
la formación de cuevas y abrigos y, por lo tanto, de refugios para
estas primeras poblaciones de homínidos. Poco tenemos que decir de
la red hidrográfica de la península Ibérica, puesto que hay una
disposición inconexa de los ríos, y estos tienen poco caudal, lo
que los convierte en difícilmente navegables. La tierra, por norma
general es poco fértil, más o menos un diez por ciento del
territorio en torno al valle del Guadalquivir y la cuenca formada por
el Ebro y el Cinca-Segre. En cuanto a los ejes de comunicaciones
naturales podemos decir que los rebordes de la Meseta crearon
unidades naturales cerradas, marcando en buena medida el carácter
del territorio. Entre los grandes pasos naturales destacan; Irún,
Roncesvalles, el valle del Jalón, el valle del Jiloca-Guadalupe, el
río Alagón, el paso de Despeñaperros, Almansa y la vía de la
Plata.
La
vida animal, al igual que algunas de las características
climáticas, fueron variando a lo largo de toda la prehistoria. Las
especies templadas perduraron durante las glaciaciones, ya que la
macrofauna nunca fue muy común en la península Ibérica. En los
climas más fríos nos podíamos encontrar con especies como el reno,
el rinoceronte lanudo, el bisonte o, en raras ocasiones, algún
mamut. Las especies de climas templados fueron principalmente el uro,
el ciervo, el corzo, el jabalí, el caballo, la cabra, la gamuza y
también el bisonte. Los carnívoros de zonas frías fueron el lobo
estepario, el zorro ártico y los osos pardos. En las zonas templadas
el nivel de especies carnívoras era menor, donde destacaban el
leopardo, la hiena o el lince -gato salvaje-.
Durante
el Paleolítico Inferior aparecieron la primeras poblaciones
de homínidos en la península Ibérica. Realmente no hay muchos
datos del proceso de hominización en este territorio más allá de
los conocidos yacimientos de la sierra de Atapuerca, tanto la Sima de
los Huesos como la Gran Dolina. En ellos, se encontraron restos de lo
que se ha catalogado como homo antecessor, con una datación
que se remonta a unos 780.000 años atrás. Los hábitats eran en su
mayoría al aire libre y, en algún caso, también en cuevas. La caza
y la recolección eran los soportes fundamentales de su
supervivencia. Dentro de este periodo han aparecido utensilios de la
cultura Olduvayense, como por ejemplo los chopping tools, aunque fue
mucho más importante en la península Ibérica la cultura Achelense
con varias etapas de desarrollo. Una primera etapa -Achelense
Inicial- con lascado escaso y sin técnica levallois, percutor duro,
bifaces toscos, cantos trabajados y hendedores con cortex
(yacimientos de Pinedo y La Maya III), una segunda fase -Medio- con
lascado levallois, percutor duro o blando, bifaces gruesos y
hendedores retocados (yacimientos de Cañas y Civeña y La Maya II),
y finalmente una tercera etapa -Final- con lascado levallois
abundante, percutor blando, pocos bifaces pero de gran calidad, con
planos simétricos de dorso, unifaciales y hendedores muy retocados.
Destacan los yacimientos de Orce, Atapuerca, donde se encontró un
bifaz de piedra roja (Excalibur), los yacimientos de Asturias de
Louselas, Cabo Busto y Bañugues, y las excavaciones de Torralba y
Ambrona con una zona de caza para elefantes mediante trampas -la
interpretación de Binford es que los homínidos era carroñeros,
pues esa zona no sería una trampa sino una zona natural de muerte
para los elefantes-.
El
Paleolítico Medio o Musteriense estuvo relacionado con
la presencia del homo neanderthalensis en la península
Ibérica. Su cronología se extendió desde el 100.000 al 35.000 aC.
Desde un punto de vista técnico hubo pocas innovaciones en relación
con el periodo anterior, pero sí que existió una mayor
especialización respecto a la vida cazadora, con una gran pluralidad
de técnicas del musteriense; raederas, puntas, raspadores, bifaces o
denticulados. Por ello, dependiendo del porcentaje de dichos
utensilios se han creado distintas facies, seis en total, aunque el
Musteriense prototípico cuenta con una porcentaje de todas las
piezas. Esta diferencia de técnicas y utensilios se ha explicado por
la existencia de distintas tribus con múltiples herramientas o bien
como mantenía Binford, por la presencia de una sola cultura pero con
varias especializaciones. Los principales yacimientos de este periodo
están en la Cuesta de la Bajada en Teruel y Najerrilla donde se
encontraron más de 200 bifaces.
El
último periodo del Paleolítico, el Superior, estuvo
acompañado de la presencia del homo sapiens. En los
yacimientos ha aparecido una variadisima industria lítica y un
interesante aprovechamiento de astas y huesos. La primera etapa
dentro de este periodo fue el Auriñaciense, caracterizado por
el retoque simple, raspadores, láminas estranguladas auriñacienses,
buriles arqueados y azagayas, bien de base hendida o de base
monobiselada. Su cronología se suele llevar del 40.000 al 28.000 aC,
con cuatro fases diferenciadas; Auriñaciense Cero de Transición
-caracterizado por la presencia de microláminas, raspadores, retoque
semiabrupto, muescas y denticulados, sin grandes láminas (Cueva de
Iver, Cueva del Castillo)-, Auriñaciense Inferior -azagayas de base
hendida, raspadores sobre láminas, láminas retocadas estranguladas
(Lezetxiki, Otero, Motín)-, Auriñaciense Medio -punta romboidal,
buril arqueado (Otero, Motín)- y Auriñaciense Superior
-caracterizado por la punta de base monobiselada (Cueva de Iver)-. Paralelo al Auriñaciense se desarrolló la cultura Perigdoniense
o Gravetiense, en la cual podemos distinguir varias fases; el
Perigdoniense IV o Gravetiense, contemporáneo al Auriñaciense
Superior y caracterizado por la presencia de la punta de dorso
probablemente como una evolución del cuchillo de dorso musteriense o
del Auriñaciense. El Gravetiense Medio en el que aparecen puntas de
Font-Robert y buriles y, finalmente el Gravetiense Superior. Pasando
por la última plenitud glacial y con un nivel de mar menor se
desarrolló el Solutrense (20.000-17.000 aC), por ello muchos
de los yacimientos de este periodo se encuentran por bajo el nivel
marítimo. En la península Ibérica se suele dividir en dos
tipologías, el solutrense cantábrico y el mediterráneo. Respecto
al solutrense cantábrico, nos encontramos tres fases; el Solutrense
Medio caracterizado por la presencia de la hora de laurel bipuntada y
la hoja romboidal, el Solutrense Superior con puntas de muesca,
puntas de base cóncava y retoque abrupto y, el Solutrense Terminal
donde aparecen reclettes y no hay retoque plano. El Solutrense
Mediterráneo Ibérico cuenta con dos fases; el Solutrense Inferior
que cuenta con la presencia de puntas de cara plana, datado en torno
al 21.500 aC, por lo que es más antiguo que el solutrense cantábrico
y francés, Solutrense Medio donde aparecen hojas de sauce, puntas de
cara plana, puntas pedunculadas con aletas incipientes y puntas de
escotadura con retoque abrupto.
El
Magdaleniense estuvo caracterizado por una mayor industria
osea, así como por la invención del arpón y el propulsor. Las
armas cada vez tenían una mayor eficiencia en la caza. En este
periodo hubo una especialización del ser humano en la caza de
ciertos animales, como por ejemplo los ciervos. Al mismo tiempo,
apareció un verdadero auge de las pinturas y el arte rupestre en su
mayoría en cuevas o abrigos. El Magdaleniense coincidió con la fase
final de las glaciaciones, por lo tanto con un clima mucho más
templado. La mayoría de los yacimientos se concentran en la zona
cantábrica. Una primera etapa de transición (17.000 aC) se
caracteriza por la presencia de industrias solutrense y la evolución
hacia el Magdaleniense. El Magdaleniense I (16.800-16.000 aC) cuenta
con la presencia de raclettes (rasquetas), retoque abrupto sin
aristas. La pieza exclusiva es la azagaya con decoración, de base
monobiselada y técnica pseudoincisa. El Magdaleniense III
(16.000-14.000 aC) también denominado Inferior Cantábrico, se
caracteriza por la presencia de triángulos escalenos (parte de los
arpones), azagayas de sección cuadrada con decoración tectiforme,
raspadores nucleiformes y azagayas de sección triangular. Aparecen
decoraciones de ciervos en restos de omoplatos de ciervos. El
Magdaleniense IV o Medio Cantábrico cuenta con dos grandes
yacimientos arqueológicos, la Cueva de las Caldas-de la Viña
donde han aparecido azagayas de base ahorquillada, protarpones y arte
mueble no funcional, y la Cueva de la Paloma que destaca por la
presencia de azagayas de doble bisel, así como por una estilización
del arte mueble. Además, en esta fase aparecen los propulsores con
una gran variedad de objetos, cabezas de caballo en huesos con planos
recortados, figuritas, rodetes (posibles botones) y bastones de
mando. Las fases del Magdaleniense V y Magdaleniense VI ( Superior y
Final Cantábrico) destacan por la presencia de multitud de arpones
con varios modelos de sujección, apéndice basilar, doble apéndice
o perforación. Continuaron las azagayas de base ahorquillada y doble
bisel. La escasez de ciervos provocó una diversificación en la
caza.
Respecto
al arte parietal del Paleoítico, hay que decir que
tradicionalmente se han distinguido dos estilos cronológicos o
simplemente dos estilos. Por un lado, Henri Brueil propuso un primer
ciclo, ciclo antiguo (auriñaco-perigdoniense), definido por una
perspectiva torcida con la representación de una sola pata por par o
cuernos sin perfil. El grabado era negro, de trazo profundo y ancho
(lineal). El ciclo magdaleniense, por su parte, marcó un cambio en
la representación con una perspectiva correcta, por ejemplo en el
dibujo de cuernos y pezuñas, así como pinturas policromadas, con
rojo y negro. El grabado era más fino y somero que en el ciclo
anterior. Por otro lado, Leroi-Gourhan diferenció entre cuatro
estilos; Estilo I con dibujos de vulvas y cabeza con un gravado
profundo, Estilo II con venus obesas, vulvas, manos, línea sinuoso
cervico-dorsal sin detalles y línea continua, Estilo III con curvas
sinuosas, desproporción de patas y cabeza, vientes abultados,
detalles en alza y estilizaciones femeninas, Estilo IV con
proporciones correctas en el cuerpo, detalles, despieces y grabados
finos. Sea como fuere los animales parecen ser los grandes
protagonistas de la pintura parietal. En la costa cantábrica, por
ejemplo, al principio era muy característica la pintura de bisontes
sin cabeza o caballos, pero pronto se comenzó a pintar también
ciervos. Estos solían estar pintados en color rojo.
De
hecho, en la interpretación del arte paleolítico existen
numerosos puntos de vista. En los años 30, Rieinach y Bosch Gimpera mantenían que este tipo de representaciones debían de tener un
carácter mágico, una manera de interactuar con el medio natural.
Leroi-Gourhan, en los años 50, propuso que esa función mágica
tendría también una vertiente religiosa, como una serie de
creencias en torno al mundo animal. Max Raphael explicó que las
pinturas no eran sino una representación inconsciente. Clottes y
Lewis-Williams (1997) proponían que estas obras eran parte de una
religión animista, relacionadas con los trances alucinatorios de los
chamanes. Por otra parte, la interpretaciones estructurales han visto
en estas pinturas una manera de intentar propiciar la caza. En la
actualidad, la mayoría de las interpretaciones procurar aunar
diferentes factores, ya sea chamanismo, manifestación cultural de la
caza, magia o pura diversión. Lo cierto es que ante la
incertidumbre de la supervivencia de los seres humanos de aquella
época, la pintura fuera una especie de rito para la propiciación de
la caza, la garantía de alimentación y la potenciación de
fertilidad. En la Cueva de Abauntz, por ejemplo, han aparecido
representados animales y el paisaje del entorno de la cueva. Una
excelente muestra de arte parietal apareció en la Cueva del Trucho,
habitada desde el Musteriense hasta el Magdaleniense, donde hay
representaciones de osos -como tema principal, caballos y ciervos,
así como figuras humanas, manos, la mayoría de ellas datadas en el
Solutrense.
El
Epipaleolítico o Mesolítico en la península Ibérica
estuvo caracterizado por el cambio climático que supuso el final de
la última glaciación y la desaparición de muchas especies
animales. De tal manera que el hombre tuvo que adaptarse a la nueva
situación con un gran cambio en sus hábitos alimenticios. Uno de
los rasgos principales que caracterizaron este periodo fue la
distinta movilidad que presentaron los distintos grupos humanos. En
primer lugar, movimiento de carácter restringido (corto) realizados principalmente para la captación de recursos, a unos 5 o 10
kilómetros alrededor de su hábitat. En segundo lugar,
desplazamientos de alcance medio para la búsqueda de materias prima.
Estos trayectos podían ser de una jornada, de un día. Finalmente,
movimientos de largo alcance (hasta los 300 kilómetros) lo que les
llevaría varias jornadas de desplazamiento, y que podían ser bien
por cuestiones sociales o por cuestiones religiosas. Esta movilidad
acabó por configurar una red de asentamientos de carácter temporal,
restringidos por ejemplo a determinadas estaciones del año, así
como la existencia de un núcleo principal fijo y una red de hábitats
subsidiarios. Además, como hemos comentado, debido a la falta de
grandes presas, comenzó una especialización en la pesca, ya que se
encuentran muchos restos de peces en los yacimientos, y cobró una
mayor importancia la recolección, pese a que se siguió cazando
presas de menor tamaño.
A
lo largo del X Milenio se desarrollaron las llamadas culturas microlaminares, que básicamente continuaban con la industria del
Magdaleniense, aunque con un descenso importante de la industria ósea
por la desaparición del reno y la escasez de ciervos. En el IX
Milenio las culturas macrolíticas usaron la tecnología
macrolítica a la hora de tallar bifaces, aunque de pequeño tamaño.
También hubo un gran desarrollo del trabajo de la madera. Estas
culturas tuvieron tres principales focos de difusión; el Pirineo
Oriental y la costa del Mediterráneo, el Pirineo Occidental y el
Sistema Ibérico. Ya en el VIII Milenio se desarrollaron las
culturas geométricas, caracterizadas por la presencia de
trapecios, triángulos y medias lunas microlíticas obtenidas
mediante la técnica del microburil. Gracias al descubrimiento de
multitud de yacimientos en las regiones del Bajo Aragón, Álava y
Navarra se han establecido dos fases; la Fase A con presencia de más
trapecios y menos triángulos, y la Fase B con la presencia de más
triángulos y menos trapecios.
Como
hemos tratado en otros temas, el primer lugar donde apareció el
Neolítico fue en el Próximo Oriente. A la falta de grandes
presas, el ser humano respondió con la domesticación del medio
físico, lo que supuso un gran cambio, una auténtica revolución
para la Humanidad. De manera progresiva el hombre fue cambiando su
economía basada en la caza y la recolección, por otra organizada en
la agricultura y la ganadería. Este cambio supuso a su vez una
importante evolución en la organización social del hombre, poco a
poco se volvió sedentario y aparecieron los primeros núcleos de
población permanentes. Se cree que los primeros indicios de la
cultura neolítica en la península Ibérica se encuentran en la
cerámica cardial de la costa mediterránea, sobre todo en la zona de
Levante, acompañada de otros objetos como cucharas, punzones e
industria ósea. De este modo, a pesar de que ha habido un importante
debate historiográfico sobre dónde se inicia el Neolítico en la
península Ibérica, se han barajado tres posibles vías de
llegada. Una primera vía desde el Próximo Oriente con escalas
en Sicilia, península Itálica, Corcega, Provenza, Marsella y
finalmente, el valle del Segre. Otra vía desde el Próxmio Oriente
con saltos en Sicilia y Corcega, para después tener vía directa
sobre la costa levantina. Una tercera vía desde el Mediterráneo
Oriental con parada en Sicilia y luego recorriendo el norte de África
hasta llegar al estrecho de Gibraltar. La hipótesis de difusión
es que a partir de un primer núcleo se fue extendiendo como el
efecto de la ola, poco a poco, durante varios cientos de años. Este
proceso generó varios modelos sociales. Por un lado, un modelo dual
que correspondió a pueblos que adoptaron una economía neolítica y
otros que continuaron como cazadores-recolectores. Entre ellos
existieron contactos y comercio, así como contactos a nivel de
cultura material, pero no hubo cambios sociales. Por otro lado, un
modelo único en el que solo se diferencia entre los campamentos
principales de hábitat y los campamentos satélites utilizados para
la caza estival. Finalmente, un modelo mosaico con varios neolíticos
y varios mesolíticos con yacimientos centrales y satélites.
En
el Neolítico Antiguo todavía se presentaban muchos de los
modos de vida del Mesolítico, de hecho se caracterizó por el hábitat en cuevas, pero también en abrigos y poblados al aire libre.
La cultura material estuvo dominada por la cerámica cardial, con
formas globulares (cuenco, botella) y con fondo curvo como norma
general -diseñado para suelos no planos-. Hubo presencia de
pulimento de piedra sobre hachas para la utilización sobre madera,
principalmente para la tala de árboles. En piedra tallada
continuaron los triángulos y trapecios con retoque simple de doble
bisel, así como numerosos elementos de madera y material óseo,
cucharas, mangos, espátulas, peines, anillos, brazaletes o agujas
para el pelo. Durante el Neolítico Medio la cultura material
se caracterizó por la presencia de hachas pulimentadas, azuelas,
oces y taladros. Aparecieron nuevas culturas que sustituyeron a la
cerámica cardial, principalmente; las culturas epicardiales de
cerámica con decoración impresa con peines, aunque con las mismas
formas de botellas y cuencos con fondos esféricos, la fase de
Matbolo caracterizada por una cerámica lisa de formas globulares y
la cerámica a la Almagra realizada con una pasta roja formando
engobe, continuando la incisión al mismo tiempo. El Neolítico
Final estuvo caracterizado por la cerámica lisa, con cuello de
botella diferenciado y pequeñas asas cerca de la base. Las vasijas
de fondo curvo presentaban carenado, de colores pardos y oscuros con
pulimento. Los vasos eran de boca cuadrada. La industria lítica
estaba muy relacionada con la recolección del metal, mini trapecios
con retoque abrupto, triángulos y brazaletes. Los enterramientos
eran individuales en sepulcros de fosa, aunque en el sur de la
Península comenzó el desarrollo del megalitismo. De este periodo
hay dos focos importantes de población; la cultura de los sepulcros
fosa en la región catalana y la cultura de Almería que se extendió
por lo que hoy es Andalucía.
Una
mención especial merece el arte levantino, de fuerte
tradición epipaleolitica, la pintaron grupos de
cazadores-recolectores cuando comenzó la fuerte presión de los
pueblos neolíticos. Su evolución como arte rupestre ha tenido dos
grandes interpretaciones. Por un lado Ripoll (1965) distinguió entre
fase naturalista, fase estilizada-estática, fase estilizada-dinámica
y fase de transición. Por otro lado Beltrán (1968) marcó una fase
naturalista (6000-3500 aC), una fase plena (4000 aC), una fase de
desarrollo (3500-2000 aC) y una fase final (que coincidiría con la
Edad de Bronce). Los principales criterios para su cronología son:
en primer lugar la superposición cromática y estilística,
básicamente el color blanco debajo de los colores oscuros. Formando
además diferentes estilos: cestosomático-estilizado con silueta
alargada, paquipodo-robuusto con piernas largas, nematorfo-filiforme
o lineal de pequeño tamaño. El segundo criterio es establecer un
paralelismo con el arte mueble presente en el yacimiento donde están
las pinturas y, un tercer criterio, es comparar las industrias
líticas de los pies de los abrigos donde aparecen dichas pinturas.
El arte rupestre levantino comprendió, geográficamente, las
actuales regiones del Bajo Aragón, Tarragona y Castellón. El ser
humano era el protagonista de esas pinturas, con al menos, seis tipos
de formas humanas. Los hombres aparecen reflejados con multitud de
detalles, objetos de prestigio, tocados, sombreros, armas. La pintura
era, en su mayoría, monocroma roja. Anterior al arte levantino,
también se había desarollado el denominado arte lineal
geométrico, situado cronológicamente al final del Mesolítico,
aparecían toros reconvertidos en ciervos superpuestos a metículas y
cuadrículas. Después, con la cultura propia del Neolítico se
desarrolló, paralelamente, una nueva tradición artística llamada
arte esquemático. Consistía en la representación de figuras
y escenas similar al arte levantino pero con la inclusión de
símbolos de carácter religioso como por ejemplo estrellas o el Sol.
Además realizaron esquematizaciones de animales y figuras humanas.
Se extendió desde el Sureste peninsular hacia distintas zonas entre
el 2500 y el 1500 aC.
El
megalitismo (3000 – 1000 aC) consistió en la construcción
de grandes monumentos realizados con grandes bloques de piedras. En
algunos casos, como los tholoi, se realizaban con piezas más
pequeñas de mampostería. Tenía una fuerte conexión con el rito
funerario o sepulcral, ya que generalmente se trataba de
enterramientos de carácter colectivo. Se le suelen atribuir dos vías
de llegada a la península Ibérica; un origen Oriental, desde Egipto
o Creta o bien, un origen Occidental, desde Gran Bretaña o la
Bretaña francesa. Si atendemos a lo que han dicho los análisis de
carbono 14, la vía atlántica parece tener mayor peso. En la
península Ibérica las principales regiones donde se han encontrado
la presencia de estas culturas megalíticas son el sur de Portugal y
Andalucía. Fue una de las primeras civilizaciones históricas que
llegó a la península Ibérica y sobre su razón de ser se han
formulado varias interpretaciones. La interpretación funcionalista
(Renfrew y Chapman) enteniende los megalitos como marcas
territoriales y, al mismo tiempo, tumbas familiares. El neomarximo
(Charles Tilly) mantiene que el megalitismo obedecía a la estructura
social de esas comunidades, básicamente definidas por la desigualdad
social. Finalmente, la interpretación postprocesual (Hodler)
mantiene que existió una casualidad simbólica la cual es imposibles
desligar de su contexto histórico.
En
función de los restos que se han encontrado se ha establecido una
tipologías de construcciones. El sepulcro de corredor que
estaba formado por una cámara sepulcral y un corredor de acceso, ya
fuera excavado directamente en la roca (muy frecuente en el sur de
Portugal como en Palmela o Alapraia), bien construido con grandes
piedras en paredes y cubiertas (por ejemplo en el Dolmen de la
Pastora) o elaborado mediante pequeñas piedras de mampostería, tipo
tholos o dolmen de falsa cúpula. Otra tipología era el sepulcro de
galería cubierta, donde se encuentran los dólmenes más grandes de
la península Ibérica como en la Cueva de Menga (Málaga). Y,
también, el dolmen simple que básicamente era una cámara simple,
cubierta de un túmulo, este último en muchas ocasiones no se ha
conservado. La construcción de dólmenes y sepulcros son una muestra
de la existencia en aquellos momentos de una jerarquía que
coordinara a los hombres necesarios para la obra. Se han encontrado
también construidos en madera probablemente debido a la falta de
materias primas. Algunos aparecen decorados con pinturas y grabados,
del mismo modo que se delimitaba el terreno con un arado para marcar
el espacio sagrado. Seguramente los más importantes poblados
megalíticos se han encontrado en Andalucía (Los Millares) con dos
fases de ocupación, una precampaniforme y otra campaniforme. Han
aparecido varios torreones defensivos, así como cintas de murallas.
Multitud de ajuares, bastones de mando e ídolos oculados. Las
sepulturas eran de tipo tholos. También en Baleares han aparecido
interesantes restos megalíticos, sobre todo relacionados con Cerdeña
y Córcega. En la tipología balear destacan; las navetas con
corredor y una o varias salas, las taulas que eran mesas rodeadas por
muros, funcionando como una especie de pilar central y los talayots,
atalayas. En el grupo pirenaico nos encontramos, por norma general, dólmenes pequeños situados cerca de los ríos e ibones, por lo que
podían funcionar como una especie de marca territorial. En las
zonas prepirenaicas son de mayor tamaño, seguramente porque
marcaban las rutas pastoriles y debían de ser vistos de lejos. En el
Alto Ebro hubo una reutilización de los dólmenes, con las ventanas
siempre orientadas hacia el Oeste. Por ello, se ha planteado que bien
lo hacían con una finalidad práctica, esto es introducir al
fallecido y que por la corriente se fuera el olor, o por una
finalidad religiosa, algún tipo de creencia relacionada con el
ascenso del alma al más allá.
La
cultura del vaso campaniforme ha sido considerada la primera
cultura de carácter general en Europa Occidental. Lo más
característico de ella es la presencia de vasos con una forma
similar a una campana invertida, acompañado de otra serie de objetos
como cuencos, cazuelas o copas. Además es interesante que junto con
la cerámica se asocia el conocimiento de la metalurgia de distintos
metales como el cobre, el oro, así como la fabricación de botones
con hueso. Su cronología se alargó desde el 2300 al 1600 antes de
Cristo, con una extensión geográfica desde la península Ibérica
hasta Francia, Gran Bretaña, Alemania y el norte de Italia.
Realmente hay múltiples teorías sobre su origen y expansión, del
mismo modo que tampoco conocemos si fue realmente una cultura
homogénea o, en cambio, estaba compuesta por distintos grupos
étnicos. La tipología del campaniforme en la península Ibérica se
resumen en; modelo cordado, considerado el más antiguo y que estaba
realizado mediante la impresión de una cuerda de cáñamo.
Campaniforme geométrico inciso, con una composición radial y
motivos geométricos. El modelo puntillado de baudas, también
denominado campaniforme marítimo, tiene una decoración con
impresión de puntos y suele estar asociado a puñales, puntas de
flecha y hachas. Finalmente, el puntillado geométrico con una
decoración basada en puntos combinados con rombos y zigzags.
Con
un periodo de desarrollo entre el 1600 y el 100o antes de Cristo, la
cultura de Argar, que desarrolló en el sur de la península
Ibérica fue una de las primeras sociedades encaminadas a lo que
entendemos como forma de Estado, aunque todavía no tuvieran indicios
de la existencia de escritura. Uno de los principales cambios
respecto a los periodos anteriores fueron los enterramientos, pues ya
no eran colectivos sino individuales. Esto supone un cambio
ideológico y social. De hecho, dentro de los enterramientos nos
encontramos una gran variedad dependiendo del sexo, la edad y el
estatus social del individuo. Se renunció a la monumentalidad y
visibilidad, ya que estos tenían lugar en el subsuelo de las
viviendas, en cajas, tarros o pequeñas cuevas sepulcrales.
Normalmente, los hombres aparecen acompañados de una espada, las
mujeres con un punzón junto a puñales y numerosos adornos. Según
su ajuar se ha podido establecer una probable división social; por
un lado una clase dominante enterrada junto a alabardas, espadas,
diademas y objetos de oro. Otra clase media, de pleno derecho que
aparece junto a puñales, hachas y objetos cerámicos. Una tercera
clase de servidores enterrados con pequeñas piezas cerámicas o de
metal y, finalmente, los esclavos que eran enterrados sin ningún
tipo de ajuar. Desarrollaron una especie de proto-urbanismo, con las
plantas de las casas rectangulares, por lo que es considerada una de
las primeras civilizaciones urbanas del continente europeo. Además,
sabemos que poseían grandes conocimientos en el trabajo de la
metalurgia, sobre todo el cobre, ya que tenían grandes hornos de
fundición. Sus cerámicas eran de gran calidad, mayoritariamente
cerámica lisa en copas, cuencos y vasijas.
Ya
en los últimos siglos del Bronce Final llegó al nordeste de la
península Ibérica la conocida como cultura de los campos de
urnas, que extendió su influencia por la mayoría de las
regiones de Europa Occidental. Respecto a su interpretación, existe
un importante debate en torno a los orígenes de esta cultura
arqueológica, y aunque pocos estudiosos mantienen que se tratara de
una cultura homogénea, una de las teorías que más peso tiene es la
que los considera como parte de los movimientos de pueblos
indoeuropeos en torno al año 1200 aC. Otros han defendido su posible
parentesco con los pueblos celtas que más tarde llegaron con la
Edad de Hierro. Sea como fuere, esta cultura se caracterizó por el
desarrollo de un nuevo rito funerario, esto es, la incineración del
cadáver y la deposición de sus cenizas en una urna de cerámica que
era enterrada en la tierra.
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