Apuntes de arte: La pintura barroca
La pintura barroca buscó el
realismo -reflejando la tristeza, vejez, deformaciones físicas,
alegría, o el paisaje como parte primordial, bodegones, naturalezas
muertas-, la luz -plasmando luces y sombras que dan lugar al
tenebrismo, dominando la luz sobre las formas que pueden desvanecerse
o destacarse, creando el efecto de aire y perspectiva atmosférica-,
el color -sometiendo la línea a las manchas de color quedan los
contornos no precisados y la textura suelta, como por ejemplo hacía
Rembrandt-, la profundidad -conseguida en el Renacimiento colocando
los personajes en un plano más próximo al espectador mediante líneas
horizontales y verticales, mientras que en el Barroco se elimina la
colocación en planos organizando las figuras en anteriores y
posteriores, con lo que la profundidad puede ser infinita, además de
afianzar la sensación de volumen con el movimiento, los escorzos y
los contrastes de claroscuro-. El Barroco además aportó nuevos
temas a la pintura; retratos de cuerpo entero y de grupo, paisajes
con árboles, ríos y marinas, el bodegón de naturaleza muerta, las
representaciones alegóricas, mitológicas y religiosas, estas
últimas con Inmaculadas, visiones místicas y martirios de santos.
De este modo, mientras en el mundo católico la renovación
iconográfica interpretó las ideas contrarreformistas del Concilio
de Trento, en el mundo reformado, hay más temas relacionados con la
vida cotidiana, representaciones de los interiores de las casas y
retratos individuales o de grupo.
En Italia se crearon nuevas
tendencias pictóricas; el tenebrismo, el clasicismo y la pintura
decorativa. Caravaggio inició la pintura tenebrista, realista
o naturalista tomando como modelo para sus composiciones los modelos
callejeros, enmarcados en atmósferas de luces y sombras. La luz
ilumina las partes del cuadro más significativas, mientras que el
resto contrasta, de forma violenta y enérgica, con los fondos
generalmente oscuros, dotanto a sus obras de grandeza como se puede
advertir en la Vocación de San Mateo, la Muerte de la
Virgen, el Entierro de Cristo o la Conversación de San
Pablo. La pintura clasicista tuvo como principales representantes
a los Carraci y a Guido Reni. Los Carraci aportaron una nueva
concepción del paisaje bello, perfecto y equilibrado. Anibal Carraci
creó un paisaje clásico con figuras pequeñas en la Huida de
Egipto, mientras que en los célebres frescos de la bóveda de
la Gran Galeria del Palacio Farnesio empleó las articulaciones
arquitectónicas y las figuras humanas grandiosas. Uno de sus
discípulos, Guido Reni, destacó por ser un extraordinario
colorista y dibujante en temas mitológicos -Hipomenes y Atalanta
o la Aurora-. La pintura decorativa apareció en la segunda
mitad del siglo XVII. Se caracterizaba por ser ilusionista al
continuar, por medio de la pintura, la arquitectura real en las
bóvedas de palacios e iglesias, con temas mitológicos y religiosos
establecidos en grandes escenarios, con innumerables figuras en
movimiento en el lejano cielo. Los mejores representantes de la
pintura al fresco con perspectiva ilusionista y marcos
arquitectónicos fueron Pietro da Cortona, Andrea del Pozzo y Luca
Giordano.
En los Países Bajos, las luchas
políticas y religiosas del siglo XVII tuvieron una influencia
decisiva en la pintura al formarse dos grandes centros de producción.
Por un lado, Bélgica -aristocrática, católica y bajo dominio
español- y, por otro lado, Holanda -protestante, burguesa e
independiente-. Es decir, la división política y religiosa ocasionó
también una división en la pintura, conformándose dos escuelas, la
flamenca y la holandesa. Respecto a la escuela flamenca
(Países Bajos meridionales), el mayor representante fue Pedro
Pablo Rubens. Formado en Italia, asimiló las enseñanzas de la
pintura veneciana y romana renacentista y también, de sus
contemporáneos Caravaggio y Anibal Carraci. Tras su regreso a
Amberes, creó uno de los talleres de pintura más famosos del siglo
XVII. Además, como diplomático, viajó por gran parte de Europa,
convirtiéndose en uno de los principales embajadores del Barroco.
Dotado de una gran capacidad de trabajo y de imaginación
desbordante, expresó el color y el movimiento dinámico como nadie
antes lo había logrado. El trabajo de Rubens comprende muchísimas
obras, se calcula que en torno a las tres mil, con temas muy
variados. Sus escenas religiosas muestran el triunfo de la Iglesia,
como en la Adoración de los Reyes, el Descendimiento o
la erección de la Cruz. En las obras mitológicas interpretó
con gran libertad los cuerpos desnudos, tanto masculinos como
femeninos, y el paisaje, con una inmensa variedad de tonalidades
cromáticas, como en las Tres Gracias, El juicio de Paris,
el rapto de las hijas de Leucipo, Sileno borracho o la
Vía Láctea. Los retratos resaltaron la elegancia de la
figura en la vestimenta y en los rasgos del rostro, como por ejemplo
en sus pinturas del Duque de Lerma o de María de Medicis.
Entre sus principales discípulos los más importantes fueron Van
Dyck y Jordaens. Van Dyck, que destacó por un estilo
cortesano, refinado, sereno y elegante, acabó instalándose en
Londres como retratista oficial de Carlos I de Inglaterra. En sus
retratos resaltó la categoría aristocrática de los personajes,
como se puede apreciar en sla us representaciones de Paola Adorno
y su hijo, Carlos I o Guillermo II de Orange.
Jordaens debe su fama a sus cuadros con temas populares y
alegóricos como El rey bebe, El Sátiro y El
campesino, aunque fue también un gran retratista -La familia del
pintor en el jardín-.
La escuela holandesa se
caracterizó por la independencia de sus precursores en los temas
religiosos, ya que apenas los trataron debido al calvinismo, y
también en la representación de temas mitológicos, que fueron
rechazados por la austeridad y severidad de costumbres. También se
diferenciaron en la abundante producción, fruto del espíritu
burgués, de los paisajes y de las costumbres cotidianas intimistas,
las casas sencillas y confortables, y los retratos de personajes
individuales o colectivos de las corporaciones, de la única
república europea permisivamente ordenada en la época de las
monarquías absolutas. Sus pintores más representativos fueron Franz
Hals, Rembrandt van Ryn y Veermer de Delft. Hals interpretó
en sus retratos al holandés seguro de sí, con mirada altiva y
postura orgullosa, tratados con pinceladas ligeras, grandes y
enérgicas que anticiparon de alguna manera al impresionismo de
finales del siglo XIX. Sus retratos individuales -La gitana- y
colectivos -Banquete de oficiales de San Jorge o Las
regentes del asilo de ancianos- reflejaban el carácter de la
comunidad. Por otra parte, Vermeer destacó por ser uno de los
pintores que mejor reflejaron el interior de las casas con luz suave
y con un cromatismo tan bien escogido que consiguió dotar a las
cosas inermes de intimismo, perfección y poesía. Sus personajes
aparecen siempre ocupados en sus trabajos. También, creó paisajes
plenos de luminosidad, quietud y calma, tanto en cosas como en
personas -Vista de Delft, como una anticipación a las
preocupaciones de los impresionistas-.
Rembrandt se centró en sus
exigencias interiores complaciéndose en cuadros con fondos de
penumbras doradas e interiorización de los aspectos humanos,
deshaciéndose de los gustos del convencionalismo burgués, una
circunstancia que le llevó a una extrema pobreza durante su vejez.
Cultivó todos los géneros; el religiosos, insistiendo en temas del
Antiguo y Nuevo Testamento -Los peregrinos de Emaús-, el
mitológico, tratado con ironía y misterio -Ganímedes o
Diana-, el bodegón, impregnando de vida la materia muerta -El
buey desollado- o el retrato -autorretratos de adulto, joven y
viejo, retrato de Saskia (su primera esposa) y retrato de
Hendrickje (su segunda esposa)-. Aunque sus obras más famosas
fueron sus retratos colectivos, llenos de naturalidad, drama,
misterio y expresión anímica, como por ejemplo La lección de
anatomía del profesor Nicolás Tulp, retrato del gremio de
cirujanos, la Ronda de la noche, retrato de la asociación de
tiradores compañía de guardias cívicos a las órdenes del capitán
Frans Banning Cocq, y Los síndicos de los pañeros de
Amsterdam. Fue, además, uno de los mejores grabadores en el dominio
de la luz y el color.
En Francia la fuerza creadora la
encabezaron Nicolas Poussin y Claudio Lorena, ambos lejos del arte
oficial que promulgaba la Real Academia Francesa de pintura debido a
sus largas estancias en Roma. De este modo, entre las principales
influencias sobre su pintura se encontraba la pintura renacentista
italiana, principalmente Rafael y Tiziano, y la Antigüedad clásica.
Poussin buscaba la serenidad de los paisajes romanos con
ruinas clásicas y con la campiña a los que incorporó temas
mitológicos de dioses y héroes, de mitos y leyendas como en El
Parnaso, Los Pastores de la Arcadia o El triunfo de
Flora, donde muestra sus amplios conocimientos de textos antiguos
y monumentos clásicos. Lorena realizó composiciones
paisajísticas en las que lo más destacable es el estudio de la luz
del amanecer, atardecer y crepuscular, así como los reflejos del
agua y un amplio y profundo horizonte espacial, prescindiendo de la
perspectiva lineal para centrarse en la gradación cromática y
escenarios de la arquitectura clásica y medieval. Entre sus paisajes
más importantes están El puerto de Ostia en el embarque de Santa
Paula, La Fiesta campesina o El paisaje con el templo
de Delfos. Otras tendencias en la pintura francesa fueron la
costumbrista, la tenebrista y el retrato. En el costumbrismo
destacaron los hermanos Le Nain con su Comida de aldeanos.
Dentro del tenebrismo podemos señalar la obra de Georges de la
Tour, en concreto sus cuadros San Sebastián llorando por
Santa Irene o Recién nacido. Finalmente, en los retratos
destacó Philippe de Champaigne, con representaciones de el
Cardenal Richelieu o La Madre Arnauld.
El siglo XVII fue el Siglo de Oro de la
pintura española. Los artistas crearon un mundo de imágenes
de incomparable belleza en temas muy variados; religiosos, bodegones,
retratos, con o sin paisaje, populares y, en menor medida,
mitológicos. Y mientras que en la escultura imaginera hizo gala de
un sangriento dramatismo, la pintura nunca llegó a asumir este tipo
de representaciones. En la primera mitad de siglo XVII, el
naturalismo tenebrista italiano fue la tendencia dominante, del mismo
modo que la tendencia colorista y luminosa, de tradición flamenca,
triunfó en la segunda mitad. Los principales centros pictóricos
estuvieron en Valencia, Andalucía y Madrid. Dentro de la escuela
valenciana, las figuras más importantes fueron Ribalta y Ribera,
ambos altamente influenciados por el tenebrismo caravaggiesco.
Francisco Ribalta dotó a sus cuadros de un sello austero,
sereno y sobrio con una profunda emoción religiosa e iluminación
contrastada. Entre sus obras maestras podemos destacar La Última
Cena y el Retablo de Porta-Coeli. José de Ribera,
el Spagnoletto, fue un profundo conocedor del tenebrismo italiano ya
que había vivido buena parte de su vida en Nápoles como artista del
virreinato. Fue uno de los grandes creadores de la pintura barroca
por el tratamiento realista dado a los temas, tanto en las obras de
juventud con fórmulas de claroscuro plenamente inspiradas en
Caravaggio -Martirio de San Andrés, Sileno borracho,
Ticio o La mujer barbuda-, como en las ricas
composiciones con mayor gradación de color y luz dorada, ya sean
ideales de belleza -La Magdalena penintente-, representación
del sentido religioso -Martirio de San Bartolome o Sueño
de Jacob-, mitológicos -Venus y Adonis, Apolo y
Marcias- o seres monstruosos y deformes -El patizambo-.
La escuela andaluza fue un foco de primer
orden dentro de la pintura barroca española. En Sevilla, por
ejemplo, se vivía uno de los momentos de mayor esplendor gracias a
las riqueza comercial por el comercio con las colonias de América.
La prosperidad económica atrajo a muchos artistas a la ciudad y en
donde muchos de ellos fueron transformado sus pinturas manieristas en
arte realista. Entre los artistas menores, podemos destacar nombres
como el de Francisco Pacheco, autor del tratado teórico Arte
de la pintura, y maestro de otros grandes de la pintura barroca como
Velázquez, Juan de Roelas o Francisco de Herrera el Viejo. Entre los
grandes artistas formados en la escuela sevillana aparecen figuras
como Zurbarán, Cano, Murillo o Valdés Leal. Francisco de
Zurbarán nació en Extremadura, pero se formó artísticamente
en Sevilla. Fue el pintor por excelencia de los temas monacales,
representando perfectamente la serena devoción y el intenso
misticismo de forma sencilla, pulcra y sin detalles anecdóticos.
Buscó la expresividad en el tratamiento de las telas y de los
objetos de los que emana una viva iluminación con armónicos
colores. Sus obras más significativas fueron sus figuras de monjes y
santos para los cartujos de Sevilla y los jerónimos del monasterio
de Guadalupe, sus retratos de damas de la alta sociedad sevillana,
sus Inmaculadas, los bodegones con utensilios corrientes y la
ornamentación del Palacio del Buen Retiro. También destacó Alonso
Cano, arquitecto, escultor y pintor, se formó en Sevilla aunque
la mayoría de su trabajo fue en Granada. Buen colorista y dibujante,
idealizó formas delicadas en sus cuadros como en El Milagro del
pozo, La Inmaculada, La Virgen con el Niño o La
Anunciación.
Bartolomé Esteban Murillo reflejó
la devoción popular con matices amables, tiernos, bondadosos y
sentimentales en cuadros agradables de contemplar, de ahí su gran
éxito. Extraordinario colorista, interpretó obras realistas que
reflejaban el ambiente de golfillos y mendigos de los barrios bajos
sevillanos -Niños comiendo melón y uva, Niños jugando a
los dados o Las contadoras de dinero-, y sobre todo,
también realizó cuadros religiosos de la Inmaculada, con una
Virgen joven y bella que desciende del cielo entre ángeles y cejales
dorados, de San Juan y el Niño Jesús, como San Juan Bautista
niño y Cristo como Buen Pastor, y de la Sagrada Familia. Juan
Valdés Leal, contemporáneo y amigo de Murillo, fue totalmente
opuesto en la temática de su obra, ya que desdeñó la belleza y
solo buscó la expresión en los motivos violentos y dinámicos
relacionados con la muerte. Sus obras más dramáticas son las
relativas a las vanidades del mundo para el Hospital de la Caridad de
Sevilla -In ictu oculi y Finis gloriae mundi-, donde
describe la muerte con una realidad aterradora arrasando con el
poder, la riqueza y la vana ciencia.
La figura más representativa de la
pintura española fue, probablemente, Diego de Silva Velázquez.
Aprendió arte en el taller sevillano de Pacheco. En su etapa de
juventud, su pintura estuvo caracterizada por obras tenebristas con
temas costumbristas como El aguador de Sevilla o La vieja
friendo huevos, así como bodegones y la Adoración de los
Reyes Magos. En 1623 fue nombrado pintor de la Corte, ganándose
la amistad del Conde Duque de Olivares y del propio Felipe IV, a los
que acabó retratando. Desde la visita de Rubens a Madrid, en 1629,
inicia una nueva etapa en su pintura con la introducción de temas
mitológicos, como por ejemplo Los Borrachos. Entre 1629 y
1931 realizó su primer viaje a Italia, lo que le impulsó a
abandonar progresivamente el tenebrismo en favor de una mayor
preocupación por el color, la luz, la perspectiva aérea, el
desnudo, la intensidad expresiva en los rostros y, en definitiva, por
el estudio de la pintura veneciana. De esta época podemos destacar
La túnica de José o La Fragua de Vulcano. A su
regreso a la Corte realizó uno de sus cuadros más conocidos, La
rendición de Breda y los retratos ecuestres del príncipe Baltasar
Carlos y el Conde-Duque de Olivares, así como los retratos de caza
de Felipe IV. Todos estos cuadros plenos de sobria elegancia, al
igual que las representaciones de pícaros y bufones a quienes
suavizó sus defectos con profundo calor humano. Entre los temas
religiosos, raros en aquellos momentos, destaca el Cristo
crucificado.
Velázquez realizó su segundo viaje a
Italia en 1649 a propósito de un encargo para comprar arte para las
salas reales españolas. Allí retrató al Papa Inocencio X y,
quizá de este momento, son dos pequeños cuadros de la Villa de los
Medicis. A su regreso a la Corte, demostró un total dominio de la
técnica pictórica en la perfección del medio ambiente, de la
prespectiva aérea, del color, de la luz y la penumbra, en sus obras
más famosas; Las Meninas, Las Hilanderas y La Venus
del Espejo. El poder cromático y el estudio del espacio están
fielmente reflejados en Las Meninas, un retrato de la princesa
Margarita y sus damas y bufonas en el salón del antiguo Alcázar,
atentas a cómo los reyes, reflejados en el espejo del fondo, posan
para ser pintados por Velázquez. En Las Hilanderas, el pintor
narra la disputa entre Minerva y Aracne en el interior de un taller
de tejedoras. La Venus del Espejo, es seguramente uno de los
desnudos más bellos y delicados de la pintura española. Otros
grandes pintores que irremediablemente fueron eclipsados por la
figura de Velázquez fueron; Juan Bautista Martínez del Mazo,
fray Juan Ricci o Juan Carreño.
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