Apuntes de historia: La península Ibérica de la Edad de Hierro hasta la conquista romana
La
Edad de Hierro comenzó en la península Ibérica con la entrada de
los pueblos celtas desde principios del primer milenio antes
de la Era. Estos, ya conocedores de la industria del hierro,
extendieron esta nueva técnica sobre las poblaciones indígenas del
norte, centro y este de la Península. Los celtas eran una de las
ramas que conforman los llamados indoeuropeos y su lengua, el celta, formaba parte de las lenguas indoeuropeas. Se caracterizaban por
habitar en poblados fortificados con casas rectangulares, conocían
el arado y su principal método de enterramiento era la incineración
en urnas. Originarios del centro de Europa, en la península Ibérica
se consolidaron principalmente en las regiones occidentales, aunque
su triunfo cultura no fue completo, ya que eran pequeños grupos de
guerreros superiores por su dominio del hierro. La economía de los
celtas se basaba en el cultivo cerealista en llanuras y en la
práctica ganadera de carácter nómada. Tenían poco conocimiento de
la moneda y la división del trabajo era prácticamente inexistente.
Su organización socio-política se basaba en la tribu y en los
clanes familiares, por lo que la estructura social era muy rígida.
Tampoco existía un pueblo celta como tal, eran grupos muy
heterogéneos y dentro de la península Ibérica podemos destacar: en
la vertiente Norte peninsular estaban los berones, cántabros,
astures, galaicos, várdulos, caristeos y atrigones, estos tres últimos en frontera con los íberos. En la Meseta y Oeste peninsular
los lusitanos, vacceos, vetones y carpetanos. Finalmente, en lo que
se ha llamado la Celtiberia estaban los pelendones, arevacos
(Numancia), bellos, titos, olcades y lusones.
De
hecho, la cuestión de los íberos y los celtas ha sido muy discutida
en el ámbito historiográfico. Hay que tener en cuenta que a
principios del primer milenio no había la concepción de frontera
que tenemos en la actualidad, por lo que los pueblos celtas e íberos
que habitaban en la península Ibérica luchaban y convivían con el
resultado de mutuas influencias. Esta geografía variable en los
asentamientos y sus similitudes en organización social, cultural y
artística, en especial en ciertas regiones, hace que en algunas
ocasiones se maneje el término de celtíberos como la fusión
de ambas culturas. En este sentido, con los pueblos íberos
parece que sucedía lo mismo que con los celtas, no podemos hablar en
ningún momento de homogeneidad, ya que se caracterizaron por tener
una gran diversidad cultural y disgregación política. Sobre el
origen de los pueblos íberos son dos las hipótesis con más peso
actualmente. Una primera hipótesis mantiene que los íberos se
establecieron en la península Ibérica a lo largo del Neolítico,
entre el V y el III Milenio antes de Cristo, apoyándose en
evidencias arqueológicas y genéticas. Otra hipótesis alternativa
sugiere que los íberos formaban parte de los habitantes originales
de Europa Occidental y de los herederos de la cultura megalítica.
Según estudios genéticos, los íberos serían poblaciones similares
a los celtas, solo que estos cruzaron los Pirineos en dos grandes
migraciones, una en el siglo IX y otra en el siglo VII antes de
Cristo. De este modo, los celtas se asentaron en las regiones al
norte del Duero y en los lugares donde se mezclaron con los íberos
pasaron a formar lo que se ha llamado celtiberia o pueblos
celtíberos. Así, la gran diferencia con los pueblos celtas era que
el idioma íbero no formaba parte de la familia de las lenguas
indoeuropeas.
La
extensión de los íberos estuvo concentrada en torno a la costa
mediterránea, el valle del Ebro y también más allá de los
Pirineos donde se juntaron con ligures y galos. Su organización
política era, en su mayoría, monárquica o aristocrática. La
economía estaba centrada en el cultivo de cereales, la vid y el
olivo. También la minería era una de sus principales fuentes de
ingresos, gracias a un comercio que con la llegada de fenicios y
griegos les impulsa económicamente. De hecho, el uso de la moneda
por parte de los íberos fue una aportación directa de los griegos.
Culturalmente, podemos decir que la religión de los íberos era
politeísta, con un gran número de dioses. Además, destacó su
arquitectura urbana y funeraria, así como importantes ejemplos en el
mundo de la escultura de piedra, terracota o bronce (La Dama de
Elche). Su alfabeto todavía no se ha descifrado y ha habido
numerosos intentos de vincular la lengua íbera con el vasco, por sus
numerosos elementos léxicos en común (Vascoiberismo). Al igual que
sucede con las distintas tribus celtas, la principal fuente para
conocer las distintos pueblos íberos es la historiografía romana.
De este modo, en el Sur de la península Ibérica se encontraban los túrdulos y turdetanos, posibles descendientes de Tartessos,
bastetanos, bástulos y oretanos. En el Sureste peninsular estaban los
mastienos, deitanos y costestanos. En Levante se ubicaban los
edetanos (Sagunto). En la actual Cataluña, los ilergavones,
cesetanos, lacetanos, layetanos, indigetes, ausetanos y cerdetanos.
Finalmente, en Aragón se encontraban los ilergetas, jacetanos,
sedetanos y suesetanos. Todos estos pueblos sufrieron una importante
influencia cultural primero por parte de las colonias fenicias y
griegas, y más tarde por parte de cartagineses y romanos.
Pero,
a pesar de que celtas e íberos tienen todavía muchos aspectos por
descubrir, ninguna de estas culturas ha sido tan polémica como todo
lo que ha generado el estudio acerca de Tartessos. Considerada
por los griegos como la primera civilización de Occidente, se
desarrolló en la costa suroeste de la península Ibérica. Sobre su
origen se ha escrito mucho, una teoría indigenista apoyaría la
hipótesis de que la cultura tartésica era heredera del Bronce Final
y que su evolución coincidió con las relaciones comerciales con las
factorías fenicias. Para otros, Tartessos sería fundamentalmente
una aculturación por parte de los fenicios por su similitud con los
restos arqueológicos como por ejemplo en las cerámicas o en sus
referencias religiosas. Dentro de las tesis difusionistas se ha
llegado a sugerir que podían ser parte de los llamados Pueblos del
Mar o incluso una inmigración indoeuropea anterior a la cultura
celta.
Sea
como fuere, la llegada de la colonización fenicia a la
península Ibérica introdujo a esta en la compleja red comercial que
se estaba tejiendo en el Mediterráneo a principios del primer
milenio. Los fenicios, un pueblo semita ubicado en el extremo
oriental del mar Mediterráneo, llegaron a la Península con una
intención eminentemente comercial. De hecho, durante los primeros
años de colonización solo se establecieron pequeñas factorías
comerciales para intercambiar productos con los pueblos indígenas.
No obstante, tras la conquista asiria de las principales ciudades
fenicias (Biblos, Sidón o Tiro) comenzó a llegar un importante
flujo de población. Por ello, entre el 750-650 aC se empezaron a
fundar pequeñas ciudades comerciales entre las que destacan Gadir
(con el Templo de Melkart-Heracles), Sexi, Abdera, Malaka o Ibusim,
sobre todo en el Sur de la costa mediterránea. A la llegada del
siglo VI antes de Cristo la colonización fenicia descendió radicalmente por la conquista de Babilonia del territorio fenicio. En
general, la colonización fenicia trajo consigo una importante
introducción de técnicas y materiales -cerámica, tejidos, armas-,
así como elementos culturales. Además, toda la red de asentamientos
que los fenicios había creado fueron más tarde aprovechados por los
púnicos de Cartago, también fundada por los fenicios en torno al
630 antes de Cristo.
Y
si bien la colonización fenicia se centró principalmente en el Sur
de la costa mediterránea, la colonización griega tuvo mayor
importancia en el Norte mediterráneo. Tenía además unas
características muy diferentes, pues la colonización griega tenía
dos grandes objetivos, en primer lugar la búsqueda de nuevas tierras
para habitar a causa de la stenochoria (stasis) y, en
segundo lugar, el factor comercial que principalmente se centraba en
los metales. Es cierto que cuando la colonización griega llega a las
costas de la península Ibérica esta se encontraba ya en su fase
final, por lo que los principales enclaves que se fundan no fueron
tanto para verter población sino más bien para establecer
intercambios comerciales. De este modo, entre el 600 y el 575 aC se
fundó la ciudad de Emporion, bajo el beneplácito de los nativos y
con población proveniente de Massalia (Foceos). Otras fundaciones
fuero Rhode, Hemeroskopeion, Alonis o Akra Leuke, aunque la mayoría
de las fundaciones griegas eran factorías comerciales dependientes
de la ciudad principal, Emporion. A finales del siglo VI debido a la
importante derrota de la flota focea contra la flota etrusco-púnica
en Alalia, la actividad griega en la península Ibérica se ralentizó
de manera notable.
Como
hemos visto, los cartagineses aprovecharon la red comercial
establecida por los fenicios, de modo que a finales del siglo VI
comenzaron en una primera etapa sus relaciones comerciales con la
península Ibérica, principalmente orientados a las islas Baleares y
el sur peninsular. Su comercio se centraba en la salazón de pescado,
la concha murex que proporcionaba el pigmento del color púrpura y el
comercio textil. Tras la derrota de Cartago en la Primera Guerra
Púnica (264-241 aC), los cartagineses aumentaron su presencia en la
península Ibérica, aunque en esta ocasión ya con un carácter
militar. Amílcar Barca fue el comandante en jefe de un
proyecto de conquista en la Península, para compensar las pérdidas
frente a Roma de Sicilia y Cerdeña. En el 237 aC Amilcar desembarcó
con sus tropas en Gadir y desde allí ascendió por el valle del
Guadalquivir hasta controlar las zonas mineras de Sierra Morena. Una
vez controlada el Sur peninsular, se dirigió hacia la costa
levantina hasta su muerte en el 228 aC. Dado que sus hijos eran
demasiado jóvenes, desde Cartago se dio el mando a Asdrúbal,
su yerno. Asdrúbal destacó por ser mejor diplomático que militar,
al mismo tiempo que dio mayor solidez a la organización
administrativa de los cartagineses en la Ibérica. De hecho, en el
227 aC fundó la ciudad de Qart Hadasht -en época romana Cartago
Nova-, un importante enclave administrativo y político, así como el
principal puerto de la flota cartaginesa en el Mediterráneo
Occidental. Su política expansiva sobre las costas del Mediterráneo
hizo que algunas ciudades como Emporion o Sagunto recurrieran a Roma,
la cual trató de delimitar las áreas de influencia entre
cartagineses y romanos por el conocido como Tratado del Ebro, que el
propio Asdrúbal aceptó.
Pero
en el 221 aC Asdrúbal murió asesinado, y el ejército nombró como
su sucesor a Aníbal, hijo de Amílcar, que más tarde fue
corroborado por el gobierno cartaginés. Desde el comienzo se centró
en consolidar el poder cartaginés al sur del río Ebro, pero los
romanos ante el temor de la creciente presencia cartaginesa en la
península Ibérica, firmaron un tratado de alianza con Sagunto, una
ciudad dentro del área de influencia de Cartago. Tras la guerra
diplomática, llegó el enfrentamiento tras el asedio de Aníbal a la
ciudad de Sagunto que cayó nueve meses después, en el 219 aC. Un
año más tarde, en el 218 aC los romanos pisaban por primera vez el
territorio ibérico con el desembarco de Cneo Escipión en Emporion.
La derrota de Cartago en la Segunda Guerra Púnica dio paso a una
nueva etapa de la historia de la península Ibérica, la conquista
romana de Hispania y la romanización.
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