Apuntes de arte: La influencia del Renacimiento italiano
Mientras
que en Italia la cultura renacentista se consolidaba, el gótico
seguía imperando en la mayoría del territorio europeo, adaptándose
a unos nuevos tiempos más laicos, con un importante crecimiento de
la burguesía comercial y la nobleza culta. De hecho, para algunos
autores el renacimiento italiano solo se extendió a ciertas partes
del continente, como España, Francia o Portugal. Y si bien es cierto
que en el norte de Europa el espíritu gótico no llego a desaparecer
por completo -conectado la exuberancia del flamígero con el gusto
barroco del siglo XVII-, hoy en día se acepta que el pensamiento renacentista tuvo importantes influencias en regiones como los
Países Bajos o Alemania.
En
este sentido, la arquitectura del renacimiento italiano se
introdujo en el resto de Europa desde los primeros decenios del siglo
XVI, principalmente por la llegada de artistas italianos contratados
por las cortes europeas o por grandes mecenas. En Portugal,
por ejemplo, el primer tercio del siglo XVI estuvo dominado por la
arquitectura manuelina, característica por poseer una decoración
exuberante, con una mezcla de elementos musulmanes, góticos y
primitivos del renacimiento italiano. El claustro de Belém es un
buen ejemplo de este periodo. En cambio, en la segunda mitad de siglo
se advierte un cambio por la gran influencia de las formas toscanas
palladianas, como en el claustro dos Felipes. Francia fue otro
de los territorios donde le renacimiento italiano se introdujo de
manera más temprana, ya que Francisco I era un gran admirador del
arte italiano y procuró de atraer artistas renacentistas para su
corte. Los primeros ejemplos de arquitectura renacentista nos los
encontramos desde el primer tercio del siglo XVI, con la construcción
de los castillos de Blois, Chambord y Fontaineblau. La adaptación
plena al orden italiano la consiguió Lescot, autor de la
fachada del Louvre, en un conjunto de tres cuerpos superpuestos, con
un delicado ritmo de pilastras, arcos y frontones rectos y curvos
sobre los vanos. La decoración de la misma corrió a cargo de otro
importante personaje del renacimiento francés, Goujon.
El
último gótico español, el isabelino, convivió con algunos
elementos renacentistas italianos, facilitados por las relaciones
económicas y políticas que unían ambas penínsulas. El
Renacimiento italiano se difunde en los territorios hispánicos
cuando en Italia se vive la fase arquitectónica bramantesca. El
estilo correspondiente al quattrocento italiano fue el
plateresco, la primera etapa del renacimiento español (primer tercio
del siglo XVI). Esta fase estuvo caracterizada por la riqueza
decorativa con grutescos, medallones, columnas abalaustradas. Entre
los arquitectos representativos del estilo plateresco destacan
Lorenzo Vázquez, arquitecto de los Mendoza y artífice de la
fachada del Colegio de Santa Cruz (Valladolid), Pedro Gumiel que
mezcló elementos mudéjares y renacentistas en la Sala Capitular de
la catedral de Toledo y en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá
de Henares, o Juan de Álava, arquitecto de la fachada retablo de la
iglesia de San Esteban (Salamanca), así como la fachada de la
Universidad de Salamanca de autor desconocido. En la catedral de
Burgos trabajaron Francisco de Colonia, que realizó la Puerta
de la Pellejería y Diego de Siloé, que elaboró la Escalera
Dorada. En Sevilla, Diego de Riaño realizó la fachada del
Ayuntamiento con una importante influencia árabe en la exuberancia
decorativa. La segunda etapa renacentista, durante el segundo tercio
del siglo XVI, estuvo representada por el plateresco purista, próximo
a las tendencias renovadoras del cinquecento italiano. Uno de
sus máximos exponentes fue Alonso de Convarrubias, que trabajó en
el patio del Hospital de Santa Cruz y en el Alcázar de Toledo.
También destaca Rodrigo Gil de Hontañon por construir la
fahcada de la Universidad de Alcalá de Henares y el Palacio de
Monterrey en Salamanca. Andalucía fue el centro del estilo purista
con Pedro Machuca a la cabeza, arquitecto que se había
formado en Italia y que introdujo la sobriedad bramantesca en el
Palacio de Carlos V de Granada. Del mismo modo, Diego de Siloé con
la construcción de las catedrales de Málaga, Granada y Guadix, y
Andrés de Vandelvira, construyendo la catedral de Jaén,
favorecieron la difusión de esta fase purista del renacimiento
español. La tercera manifestación del estilo renacentista fue el
herreriano, propio del último tercio del siglo XVI.
Sin duda, la
obra más representativa fue el Monasterio de San Lorenzo de El
Escorial, iniciado en 1563 en conmemoración a la batalla de San
Quintín. Era deseo de Felipe II la construcción de un panteón
real, palacio y monasterio, por lo que encargó a Juan Bautista de
Toledo su construcción, pero su repentina muerte hizo que la
construcción quedara bajo la supervisión de Juan de Herrera,
que acabó realizando ciertas modificaciones respecto al proyecto
original. De todas las estancias, varias son dignas de mención, este
es el caso del templo de cruz griega con cúpula central, la capilla
mayor elevada para albergan bajo la cripta el panteón real, las
torres a la misma altura en las cuatro esquinas o los patios de los
Reyes y los Evangelistas. Herrera renunció a la decoración del
edificio en favor de una equilibrada sobriedad. El arquitecto no solo
se encargo de la construcción de El Escorial, sino que también
dirigió las obras de la catedral de Valladolid, la lonja de Sevilla
o la parte primitiva del palacio de Aranjuez. La arquitectura
herreriana tendrá una gran influencia en el Barroco.
La
escultura renancista fuera de Italia tiene una cronología de
entrada muy similar a la arquitectura, de hecho una de las
principales puertas de entrada fue el impulso que se produjo con el
reinado de Francisco I en Francia. Sobresale, entre otros,
Jean Goujon que como hemos comentado antes, decoró la fachada
del Louvre de Lescot, así como las Cariátides de la galería
de los músicos y su gran obra maestra, las Ninfas de la
Fuente de los Inocentes en París, donde idealizó la elegancia
decorativa. Una mayor tendencia estilística clásica la representó
Germain Pilon que esculpió en mármol y en bronce figuras
yacentes de monarcas y nobles, destacando las Tres Gracias
sosteniendo sobre sus cabezas la urna de Enrique II. Siendo esta una
muestra perfecta del equilibrio interno de las figuras envueltas en
ropajes transparentes -no sensuales como en Italia-.
La
penetración en España de las corrientes artísticas
italianas se debe, básicamente, a la llegada de artistas italianos
establecidos bajo la corte y el mecenazgo, como Fancelli
-sepulcro de los Reyes Católicos de la Capilla Real de Granada- o
Torrigiano -San Jerónimo de terracota policromada-. El
borgoñes Birgarny trabajó en Burgos, Salamanca, Palencia,
Valladolid y Toledo, así como en el retablo de la Capilla Real de
Granada. Entre los escultores españoles más representativos nos
encontramos con; Bartolomé Ordóñez, formado en Italia,
labró en marmol el sepulcro de Juana y Felipe en la Capilla Real de
Granada. Alonso Berruguete, hijo del pintor Pedro Berruguete,
formado en Florencia y Roma y admirador de Miguel Ángel, a su
regreso a Valladolid formará un importante taller caracterizado por
las formas con gestos exagerados, la policromía, la espiritualidad y
los volúmenes alargados. Entre sus obras más notables están el
retablo del monasterio de la Mejorada (Olmedo), el retablo del
convento de San Benito en Valladolid o la sillería del coro de la
catedral de Toledo. El francés Juan de Juni fue un artista de
ejecución lenta, minuciosa, con dominio de los materiales -barro
cocido, alabastro, madera-, con una gran conocimiento de la figura
huaman tanto individual como en grupo y con un amplio desarrollo de
la expresividad dramática en rostros y ropajes, como se aprecia en
algunas de sus obras -el Santo Entierro, la Virgen de las
Angustias-.
La
pintura renacentista fue una de las disciplinas que más
extensión tuvo a lo largo del continente europeo. En Alemania
se aportaron algunos de los aspectos creativos del arte renacentista,
representando e interpretando el mundo con una maestría desconocida
hasta esos momentos. Un proceso de gran creación artística que solo
puede ser paralizado por las guerras que asolaron las tierras
germánicas a mediados del siglo XVI. Alberto Durero, teórico
y humanista, es uno de los máximos representantes del renacimiento
alemán. Estudió las proporciones y equilibrio del cuerpo humano en
el Tratado de las Proporciones, además realizó numerosos viajes a
Roma y Venecia, donde fue acogido por artistas italianos e incluso
intercambió dibujos y cartas con Rafael. En su obra podemos
encontrar un verdadero afán en la búsqueda de la verdad. Asimismo,
sus dibujos y grabados en madera y en cobre son testimonio del alto
dominio técnico que alcanzó y de la fuerza expresiva que tenía su
obra. Entre sus obras más significativas nos podemos encontrar;
grabados como la Cena, el Caballero, la Muerte y el Diablo,
San Jerónimo en la cueva o La Melancolía, retratos al
óleo pintados con gran maestría como los Cuatro Apóstoles,
las figuras de Adán y Eva o varios autorretratos. Lucas
Cranach, amigo de Lutero, a quién retrata, y uno de los máximos
exponentes de la pintura reformista, fue uno de los mejores
representando el cuerpo femenino desnudo, con un sentido de la
belleza alejado de lo clásico, encarnado en forma de Venus, Diana o
Lucrecia, de fino talle, mentón pronunciado y viente redondo. Matias
Grünewald impuso en sus obras la espiritualidad y soledad
germánicas frente a un mundo que se desmorona, en medio de un
contexto histórico donde la autoridad del emperador del Sacro
Imperio era combatida, la potestad del Papa cuestionada, y en donde
reformadores y católicos se enfrentaban violentamente. Por ello, en
la representación de sus Crucifixiones intensifica el
contenido expresivo gótico hasta lo inquietante y visionario, como
por ejemplo en el Altar de Isenheim, probablemente su mejor
obra donde une colorido renacentista y expresividad serena. Albrecht
Altdorfer creó un estilo propio en los paisajes fantásticos que forman por primera vez un género pictórico independiente. Bosques,
rocas, arroyos, ríos, cielo, nubes, luz de amanecer y anochecer son
parte fundamental de los cuadros, mientras que los temas, con
frecuencia religiosos, constituyen una mera anécdota dentro de la
exuberante naturaleza -San Jorge y el dragón, la Batalla
de Alejandro-. Hans Holbein el Joven se formó e Augsburgo
y Basilea, viajó también a Italia y finalmente se convirtió en
pintor de la corte inglesa. Fue un famoso retratista por captar con
la misma agudeza realista la expresión de los rostros como los
adornos minuciosos de la vestimenta. Sus principales retratos son los
de Erasmo de Rotterdam, la Virgen del burgomaestre Meyer,
los Dos Embajadores o el de Enrique VIII.
A
pesar de que la pintura flamenca prolongó algunos aspectos hasta el
siglo XVI, sobre todo en la minuciosidad de la descripción de
paisajes, ciudades e interiores de casas, la pintura renacentista
tuvo una importante presencia en los Países Bajos. De hecho,
conforme la pintura flamenca se adentró en el siglo XVI, fue cada
vez más perceptible la influencia de la pintura italiana en
cuentiones como la tendencia a una mayor simetría del tema central
del cuadro. Seguramente fue Metsys el pintor de transición
más importante. Dirigió la pintura flamenca hacia temas
cotidianamente humanos -El banquero y su mujer- con influencia
leonardesa en la utilización del esfumato. Patinir concedió un gran
importancia al paisaje considerándolo la parte fundamental del
cuadro -Descanso en la huída de Egipto o Paso de la Laguna
Estigia-. También fue una figura importante Mabuse, que
pintó obras tanto de carácter religioso -la Virgen con el Niño-
como mitológicas -Venus-. Van Leyden destacó por la
influencia que ejerció sobre El Bosco, con obras religiosas como La
tentación de san Antonio o pintura de género en Los
jugadores. El pintor más importante de la segunda mitad del
siglo XVI fue Brueghel el Viejo, característico por
representarel modo de vida campesino, muchas veces tratado con
ironía, en momentos de trabajo, descanso, en fiestas, con fondo de
paisaje rural. Entre sus obras podemos destacar; la
Parábola de los ciegos, los Cazadores en la nieve
o la Danza de los aldeanos. Entre los retratistas sobresalió
la figura de Antonio Moro como creador del retrato cortesano
psicológico, de gran influencia en el resto de Europa. Llaman la
atención su retrato de María Tudor, reina de Inglaterra y
esposa de Felipe II. En Francia, la pintura renacentista, al
igual que la escultura y la arquitectura, estuvo vinculada a la
corte. Dentro de la escuela de Fontaineblau destacó Coussin
como autor de bellos desnudos o los Clouet -padre e hijo- como
pintores de cámara y autores de los retratos de Francisco I,
Enrique II y Carlos X.
La
pintura española del siglo XVI tuvo una gran relación
técnica con la pintura flamenca y con la pintura italiana, con la
especial característica de la escasez de temas profanos y, de la
misma manera, la proliferación de temas religiosos, puesto que la
iglesia era el principal comprador de arte en los reinos hispánicos.
En el primer tercio del siglo XVI se puede apreciar una considerable
influencia del quattrocento,
sobre todo desde que Pedro
Berruguete introdujera el
modo de pintar italiano mezclándolo con el goticismo flamenco en,
por ejemplo, el retablo de Paredes de Nava (Palencia), en el retablo
de la catedral de Ávila o en su obra Auto de fe,
uno de sus cuadros de matiz menos religioso conservado hoy en el
Museo del Prado. El segundo tercio del siglo XVI estuvo caracterizado
por los reflejos de la pintura de Rafael en la obra de Juan
de Juanes y Pedro
de Campaña. El primero
adoptó los tonos tornasolados en los temas iconográficos
ampliamente aceptados -Sagrada Familia, Virgen con el Niño o la
Santa Cena-. A Campaña se debe el célebre Descendimiento
de la catedral de Sevilla, con estudiados efectos del dolor en la
figura de la Virgen. La reacción contra el triunfo del rafaelismo la
encarnó Luis de Morales,
alargando, humanizando y espiritualizando las figuras con temas
arraigados en las creencias del fervor popular -Virgen con el Niño,
Piedad o Ecce Homo-. Entre los pintores cortesanos sobresale el
retratista Sánchez Coello, discípulo de Antonio Moro, consiguió un
estricto realismo en la cara y vestimenta de sus personajes -retratos
de Felipe II, Don
Carlos e Isabel Clara
Eugenia-.
El
último tercio del siglo XVI estuvo dominado por Doménico
Theotocópoulos
(1541-1614), conocido como El
Greco por su origen
cretense. En su juventud conoció la tradición pictórica bizantina
con alargadas figuras religiosas abstraidas de la realidad, siendo
esta una característica que perduró a lo largo de toda su obra. En
Venecia se sintió atraído por la pintura de Tiziano y Tintoretto de
quienes aprendió la plasticidad cromática rica y suntuosa, las
gamas frías contrastadas, los escorzos y el dibujo nervioso y tenso.
En Roma, donde tampoco consigue sobresalir, aprendió la concepción
del desnudo humano miguelangelesco y el extraordinario alargamiento
serpenteante de las figuras manieristas. Llegó a España atraído por
la fama de El Escorial, aunque fracasó en el intento de convertirse
en pintor cortesano porque el lienzo de San Mauricio no satisfizo a
Felipe II. Entonces decidió trasladarse a Toledo, ciudad con un
ambiente religioso e intelectual idóneo para la aceptación de la
espiritualidad de su obra. En Toledo fue donde desarrolló su estilo
propio de forma independiente, definido por tener una luz irreal,
apartándose del claroscuro, con colores sólidos, vibrantes y
penetrantes, de composiciones etéreas e ingrávidas, así como con
una expresión mística que despega a las figuras de lo terrenal. De
todas sus obras podemos destacar retratos -El Caballero de
la mano en el pecho o el
Cardenal Tavera-, cuadros de
gran composición en los que combina dos espacios, el terrenal y el
celestial unidos por algodonosas nubes -El Entierro del
Conde de Orgaz- o en un solo
espacio -La Trinidad,
El Expolio-, la serie
del Apostolado y los paisajes, a veces espiritualizados -Visión
de Toledo- o situados como fondo
de las composiciones -Laoconte y sus hijos-.
El Greco fue uno de los pintores más importantes de los siglos XVI y
XVII, desdeñado en época neoclásica, hubo que esperar hasta el
siglo XIX con la llegada de impresionistas y luego expresionistas y
surrealistas para que se le otorgara un valor real en el campo de la
creatividad.
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